8.- Domingo. Parte I

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-¿Ves algo que te guste?- Le preguntó Gabriel, apoyado en la pared y mirando divertido cómo sus dedos acariciaban las esposas.

Renato se encogió de hombros y retiró la mano, avergonzado, tan rápido que parecía que el metal quemaba. Gabriel sonrió divertido al notar cómo las mejillas del menor comenzaban a sonrojarse. Sabía que el chico, a pesar de su corta edad, tenía mucha más experiencia sexual que él en todo lo que a estar con hombres se refería. Era un pendejo descarado al que le gustaba provocar y disfrutar de la vida. Saber que él, ese inexperto yuta de mierda como decía Renato, lograba ponerle nervioso y sonrojarlo... le gustaba. Le gustaba mucho.

-¿Te desperté?- Intentó cambiar de tema el menor.- Tenía hambre y no podía dormir.

-¿No desayunaste esta mañana?

-No... ¿Vos sí?- Se extrañó Renato. Por lo que sabía de Gabriel, rara vez desayunaba.

-Sí, desayuné "pendejo" en la mesa de la cocina, ¿no te acordás?

Renato rio y se acercó a él. Se acordaba perfectamente de ese garche a primera hora de la mañana, ocasionado en su mayor parte por los celos de Gabriel hacia su amigo Cerati.

-¿Y? ¿Estaba bueno?

-Sí, pero me quedé con hambre de más, por eso tuve que repetir después en la cama.

-¿Y ya te quedaste bien?- Preguntó Renato terminando de acercarse a él y colgándose de cuello.- ¿O todavía querés más?

-Aún queda rato hasta la hora del almuerzo pero nunca digo que no a un tentempié.

Gabriel le guiñó un ojo y, rodeando su cintura con los brazos, le mordió con un gesto exagerado el cuello, dejando un sonoro y húmedo beso en él y provocando que Renato se retorciera de risa entre sus brazos.

-Ahora en serio.- Dijo Gabriel todavía sujetándolo muy cerca suyo.- ¿Qué mirabas?

-¿Yo? No... Nada...- Renato pareció dudar pero enseguida lo miró con una sonrisa burlona.- ¿De verdad sos bostero?

Gabriel tardó un par de segundos en asociar todo en su cabeza y enseguida comenzó a reírse al ver su cuadro de boca, grande y colorido, detrás de ellos.

-¿El tatuaje de mi pierna no te dio una pista?

-Sinceramente... no te miro la pierna cuando estás desnudo.

-¿Ah, no?- Gabriel lo apretó más a él.- ¿Y qué mirás?

-Y bueno...- Renato rodó los ojos, sonriendo.- Tus rulos despeinados... Tus ojitos verdes... Tu espalda ancha...

Renato enumeraba cada una de las partes de Gabriel que verdaderamente le volvían loco mientras frotaba su nariz contra la de él, haciendo un gesto inusualmente íntimo entre los dos. Gabriel abrió mucho los ojos, sorprendido, pero se dejó hacer... Le gustaba ese leve y simple gesto. Le gustaba mucho.

-¿O vos me mirás las piernas a mí cuando me tenés desnudo en la cama?

Gabriel bajó la mirada y observó las piernas largas y blancas de Renato, que contrastaban con el bóxer negro que llevaba puesto. Lo cierto era que el pendejo tenía unas piernas infinitas que le volvían loco, más cuando con ellas le rodeaba la cintura mientras él lo penetraba.

-Me gustan más esos hoyuelos.- Confesó señalándole con la cabeza.- O esa boca que tenés.

-¿Mi boca?

-No te hagás el sorprendido que sos muy consciente de la boca que gastás y no dudás en hacer trompita siempre que podés.

Renato sonrió pícaro. Sí, era muy consciente de la boca que tenía y lo que podía provocar con ella. Y le encantaba que Gabriel se hubiese dado cuenta de eso.

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