·27 de Julio·

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Veintisiete de julio. Es extraño cómo una fecha en el calendario puede pasar de ser el día más feliz de tu vida, lleno de amor y recuerdos hermosos, a ser algo que te oprime el pecho y cubre tu corazón de dolor.

Gabriel suspira hondo, despacio, lento. Desde que despertó siente ese peso en los pulmones que le impide respirar. Ha temido que llegara ese momento desde que se levantó de la cama.

Apaga el motor del auto y aprieta sus manos al rededor del volante mientras siente cómo el latido de su corazón se acelera. Sabe que tiene que hacerlo. Quiere hacerlo. Pero duele. Duele Mucho. Duele como sabía que dolería. Pero se lo prometió a Renato y una promesa a su pendejo es sagrada para él.

Su pendejo... Su provocador y descarado pendejo...

Sabe que todo lo que tiene q ver con Renato es una debilidad enorme para él. Siempre lo fue. Desde el momento en que su patrullero arrinconó al chico contra aquella pared en la que escribió "Volver a jugar" con aerosol. Y ahora vuelve a estar allí, en el mismo lugar, cincuenta y dos años después, mirando esas desgastadas letras que por algún milagro han sobrevivido al tiempo y la memoria.

Tiene que entrecerrar los ojos para que el sol no le haga daño. No quiere ser idiota y pensar que es una reacción de su cuerpo ante el sentimiento agridulce que le produce mirar ese recuerdo.

No le hace falta cerrar los ojos para que en su mente se dibuje la imagen de Renato, despeinado y rebelde, sosteniendo el aerosol en la mano con fuerza y clavando sus ojos desafiantes en él. A Gabriel no le hace falta esforzarse en reconstruir ese recuerdo. Nunca, jamás, podría olvidar el momento en que conoció a su pendejo y sus miradas se juntaron por primera vez.

Ni el paso de los años, ni su castigada memoria, ni sus facultades un tanto estropeadas por la vejez, podrían hacer que no recordara aquel día.

Gabriel da un pasito tímido hacia adelante y posa sus dedos en la "V" inicial de aquella frase que tanto significado tiene para él. La pintura está casi desgastada del todo y una grieta en la pared la cruzaba. Cincuenta y dos años haciendo lo mismo cada veintisiete de julio y esa vez dolía más que nunca.

Desde que Renato y él por fin vencieron sus miedos y decidieron comenzar una vida juntos, siempre iban allí a recordar el día y el lugar en que sus vidas se cruzaron. Nunca faltaban a la cita. Ningún año. Y ese día no iba a ser la excepción aunque por primera vez Gabriel fuese solo.

Pero se lo prometió a Renato en aquella cama de sábanas blancas de hospital donde lo vio alejarse de él para siempre. Se lo prometió. Ese año y todos los que siguieran, aunque el pendejo ya no estuviera, Gabriel iría cada veintisiete de julio allí a recordar y agradecer al destino y los detalles de la vida por haberlos juntado.

Las yemas de sus dedos dibujan el contorno de cada letra despacio. Sonríe cuando en su mente lee "Volver a jugar" con la voz de Renato.

A veces se sorprende a sí mismo cuando se da cuenta de la magnitud y poder de sus sentimientos. Y se siente un poco estúpido pensando que nadie en esta vida se ha querido más que ellos dos. Todo el mundo tiene su historia de amor personal y particular, especial de una manera distinta. Pero su historia la siente tan real y verdadera que no cree que nadie pueda superar ese sentimiento que le invade cuando piensa en el pendejo.

Dios. Eran dos ancianos bobos y gruñones y hasta el último momento siguió diciéndole así. "Pendejo". Siempre lo sería. Aunque hubieran pasado cincuenta y dos años, aunque tuvieran un hijo, tres nietos y la dentadura destrozada. Renato siempre había sido su pendejo. Y siempre lo sería allí donde estuviera esperando que fuera con él.

A veces Gabriel siente que lo extraña tanto que se parte en dos. Pero entonces piensa en todo lo que vivieron y se le pasa. Porque está seguro que la mayoría no ha tenido la suerte de ser tan feliz a lo largo de su vida como lo ha sido él junto al hombre que amaba. Que ama.

Se apoya en el auto y suspira con los ojos cerrados. Y por un segundo tiene que asegurarse que su oído no le falla y realmente está escuchando el sonido de las sirenas de un patrullero pasando tras él a gran velocidad y marcharse calle arriba.

Y sonríe de lado pensando en su cuñado Valentino, en sus benditos detalles y lo maravillosa que fue su vida desde que allí mismo acorraló a Renato con su patrullero.

No sabe cuánto tiempo la vida le regalará ese tiempito para seguir en ella, pero sabe que mientras pueda irá cada veintisiete de julio a esa pared lo hará. Porque así se siente un poquito más cerca de Renato. Un poquito menos solo aunque duela. Porque el amor que tuvieron siempre será una razón para celebrar.

Pase el tiempo que pase siempre tendrá esa fecha marcada en el calendario.

Veintisiete de julio.

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