20.- Primera vez

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-Es mi viejo.

Los ojos marrones de Renato se hicieron grandes, muy redondos, y Gabriel pudo notar cómo su cerebro hacía cortocircuito. Por primera vez desde que lo conocía estaba viendo un Renato petrificado que no sabía qué hacer. El pendejo rebelde y provocador que siempre tiene una respuesta desafiante para salirse con la suya había desaparecido. Sólo estaba su cuerpo paralizado al lado de la cama mirándole mudo.

Gabriel hizo el amago de querer salir de la cama pero no tuvo tiempo. Antes de que pudiera hacerlo dos figuras aparecieron por la puerta de la habitación, quedándose tan o más petrificadas que Renato.

-¿Tato? ¿Qué...?

El hombre, que debía ser el padre de Renato, los miró a ambos. Primero a uno y luego al otro. Con la boca a medio abrir y el ceño fruncido.

Y Gabriel de pronto fue más consciente todavía que estaba desnudo bajo esa fina sábana que acababa de arrojarle encima Renato y que hacía sólo diez segundos tenía la pija en la boca de su novio mientras le metía el dedo en el culo. Quería desaparecer.

-Marcelo.- Saludó Renato sin mirar a su padre.

Gabriel frunció el ceño al notar que lo llamaba por su nombre de pila y no le decía "viejo", "papá" o cualquier otra forma común para dirigirse a él

-Perdón, no debería... No sabía que...

Las palabras de Marcelo Quattordio salieron atropelladas de su boca intentando buscar salida a esa situación que obviamente era la última que esperaba encontrarse. La mujer que estaba a su lado lo agarró de la manga de su traje y miró a Gabriel con expresión culpable, como pidiendo perdón. Este se incorporó ligeramente en la cama procurando que la sábana siguiera tapando todo lo que tenía que tapar para no avergonzarse demasiado.

-¿Qué hacés acá?- La voz de Renato era dura pero seguía sin mirar a su padre.

-Es mi casa.

-Valen me dijo que estabas en Montevideo.

-Volvimos antes...

Renato por fin levantó la vista y observó a la mujer que estaba junto a su padre, que igual que Gabriel parecía desear que la tragara la tierra.

-Bueno, nos vamos.

-¡No!- Marcelo dio dos pasos al frente alcanzando a su hijo.- Quédense, por favor.

-No tenés que...

El menor seguía sin mirar a Marcelo y Gabriel sintió la situación todavía más incómoda. La tensión entre padre e hijo y la pobre relación que tenían se hacía presente con cada palabra y él no sabía dónde meterse.

-Vístanse y... Y los esperamos fuera ¿Sí?- Marcelo agarró el brazo de su hijo y este por fin lo miró.- Pero no se vayan, por favor...

-Como vos digas.

Renato respondió bajito, con una expresión imperturbable a la que no tenía acostumbrado a Gabriel. Era como si de pronto la persona que estaba ahí parada y que era igual a Renato no fuese su pendejo, sólo una copia robótica sin expresión.

Marcelo les echó una última mirada y salió junto a la mujer de la habitación, cerrando la puerta tras ellos. Renato soltó una gran bocanada de aire en cuanto se quedaron solos y con las manos en un puño le dio una patada de frustración a la puerta.

-Calmate.

Gabriel se levantó de la cama y fue hasta él para abrazarlo, pero Renato tenía los brazos en los costados y no le correspondía.

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