Capítulo 2: Las Sombras del Camino

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El telón del día se alzaba con la aurora, y en su rincón de la realidad, Josué comenzaba a trazar sus pasos. Se sumergió en las aguas del baño, buscando purificar su ser antes de vestirse para encarar el lienzo en blanco que era un nuevo día en el colegio. La melodía del reloj marcaba las 5:40 a.m., un himno de madrugar para atrapar las primeras luces del alba. Como un titán consciente de su destino, Josué sabía que el tiempo no esperaba a nadie.

En el hogar, donde las paredes albergaban historias silenciosas, su abuela, María, era la guardiana de los esfuerzos diarios. Un vaso de avena y cinco córdobas eran su ofrenda matutina, como un ritual que sellaba el pacto entre sus esperanzas y las necesidades del día. María, con su amor tejido en cada gesto, enfrentaba los días, limpiando y puliendo las piedras del camino para que Josué pudiera avanzar.

Josué tomó la ruta 116, una senda en la que los destinos se cruzaban como líneas entrelazadas en el universo. Mientras se desplazaba hacia su colegio, sus ojos, como faros en la noche, se perdían en la danza de las vidas ajenas. Un vaivén de celulares lujosos en manos de otros desencadenó sus anhelos, como chispas de fuego que parpadean en la oscuridad. Pensamientos como hojas caídas danzaban en su mente: "La vida es un teatro de roles dispares. Unos caminan en suaves pasos, mientras otros luchamos por avanzar en un escenario más complejo."

Llegado al colegio, Josué se sumergió en las mareas de sus clases. El aprendizaje fluía como corrientes secretas que esculpen la esencia del ser. Sin embargo, en su aula, como piedras en su camino, se encontraban tres figuras que empañaban su horizonte: Antonio, José y Luis. Cada uno, con su carga de imperfecciones, le recordaba que el mundo no siempre es un sendero sin obstáculos.

Nadir, su amigo de luces y sombras, ofrecía una paleta de perspectiva. Sus palabras eran como acuarelas sobre el lienzo de la conversación: "No permitas que las sombras eclipsen tu luz. Tus sueños son la brújula que guía tus pasos."

Los diálogos resonaban como versos en un poema, cada palabra un eco en el universo de emociones. Pero las heridas también se tejían en las palabras, como agujas suturando el alma. José, con su tono cargado de desprecio, arremetía contra Josué: "¿Vas a la UNAN? ¿En serio? ¿Cómo sobrevivirás en un mar de luces con tus propias sombras?"

Los corazones, como partituras desgarradas por las contradicciones, entonaban una sinfonía de incertidumbres. Nadir, como un director de orquesta, defendía la causa justa: "No dejes que el ruido de otros silencie tus acordes. Tu esfuerzo es una nota en el pentagrama del destino."

El día avanzaba como un torrente de tiempo imparable. Los pasillos de la realidad eran testigos de las relaciones enredadas como lianas en la selva de la vida. En las aulas, el conocimiento fluyó como ríos que labran cauces en la conciencia. Pero las corrientes emocionales también tenían su propio curso, llevando a un enfrentamiento que como hojas al viento, se esparcía con rapidez.

Josué, un alma sensible como un violín en la tempestad, se convirtió en el mediador de la tormenta. Sus palabras, como versos en el viento, trataron de calmar las aguas tumultuosas. El alma de Nadir, como una chispa en la oscuridad, desafió las llamas de la discordia. Pero José, como una llama indómita, ardió con desdén y asechanzas.

Las miradas de los compañeros eran como focos en la oscuridad, enfocando las emociones desnudas. Pero el telón de la clase cayó, llevándose consigo la tormenta y dejando a Josué con sus pensamientos como estrellas en el firmamento.

Mientras el sol se ocultaba, dejando el escenario para la luna y las estrellas, Josué regresó a su santuario en casa. En la mesa de María, la comida era un rincón de consuelo, donde los sabores eran los pinceles que pintaban el lienzo de su esperanza. María, con su voz suave como un cuento de hadas, preguntó por su día, mientras las lágrimas silenciosas de Josué eran como la lluvia que humedece la tierra árida del alma.

Josué, un guerrero en batalla constante, encontró en los brazos de su abuela el refugio de la lucha diaria. Las palabras eran como notas en un poema, como susurros de consuelo en la oscuridad. Y mientras la luna se alzaba en el cielo como una farola nocturna, Josué se hundió en un sueño lleno de preguntas sin respuesta y un deseo incesante de encontrar la luz en su sendero incierto.

El secreto de Josue Donde viven las historias. Descúbrelo ahora