**Capitulo 44: Tejidos de la Noche**

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Era la medianoche, y un silencio inquebrantable envolvía la sala de la casa de Neftalí. Los protagonistas se encontraban allí reunidos, sus pensamientos oscurecidos por las sombras de los eventos recientes. Las velas parpadeaban, arrojando una luz danzante sobre sus rostros afligidos.

Josué, con la mirada fija en el vacío, rompió el silencio. "Maldito José", susurró con un dejo de rabia. Neftalí, su fiel amigo, lo exhortó a dejar de mencionar ese nombre, sabiendo que revivirlo solo avivaba el tormento que los perseguía.

Saraí compartió su inquietud. "Todo esto me hace sentir incómoda. Mi madre vendrá a buscarme pronto, he estado fuera de casa por mucho tiempo". Antoine, sumido en sus pensamientos, también expresó su intención de regresar a su hogar.

Samantha, la compañera de Antoine, se unió a la conversación. "Puedo pedirle a mi madre que te lleve a tu casa, Antoine. Así nos aseguramos de que llegues bien". La camaradería entre ellos les brindaba consuelo en medio de la oscuridad.

Johanne, sintiéndose fuera de lugar, mencionó la posibilidad de buscar refugio en la policía. La agitación y la tristeza palpable en el ambiente les obligaron a reflexionar sobre los trágicos acontecimientos que habían ocurrido.

Josué, luchando contra la somnolencia, se levantó y se dirigió a la cocina. "No puedo creer que hayamos perdido a Nayeli", expresó con voz entrecortada, culpándose a sí mismo por no haber hecho más para evitarlo.

Neftalí, tratando de mantener la calma, lo siguió. "Amigo, deja de torturarte. No podíamos prever lo que sucedería. Nos enfrentamos a un enigma oscuro, pero juntos encontraremos la verdad que buscamos".

Saraí compartió su inquietud. "Estoy inquieta. A pesar de la tristeza, siento que hay algo que no encaja del todo". Los recuerdos de Nayeli, acosándolos con su misteriosa insistencia, continuaban atormentándolos.

Antoine, todavía desgarrado por la noticia, reflexionó en voz alta. "Nayeli no merecía esto. Aunque nuestra relación fue complicada, nadie merece un final así". Las lágrimas amenazaban con brotar nuevamente.

La tristeza se extendió por la sala como una sombra implacable. Josué regresó y se acercó a la ventana, perdido en sus pensamientos. "Quiero que pague por lo que hizo. No puedo creer que alguien sea capaz de tal crueldad".

Neftalí trató de calmarlo. "Amigo, cálmate. Sabemos que la justicia es impredecible, pero tenemos que actuar con prudencia. No queremos convertirnos en lo que odiamos". Josué asintió, pero la rabia ardía en sus ojos.

El día avanzó y las historias paralelas continuaron entrelazándose. María, la madre de Josué, se encontraba en un país extranjero, buscando redimirse ante la familia de su hija. Elizabeth, su hija, la guiaba en este nuevo camino, tratando de compensar el tiempo perdido.

Maria, agradecida pero humilde, expresó sus preocupaciones. "Hija, esta ropa es costosa". Elizabeth, decidida a consagrar a su madre, respondió con ternura. "Mamá, te mereces esto y mucho más. Quiero que disfrutes de todas estas cosas que te doy".

Juntas recorrieron tiendas, explorando las ofrendas de la vida moderna. "No sé nada de esto, hija", confesó María con una sonrisa abrumada. Marcelo, el hijo de Elizabeth, se convirtió en su guía, presentándole los avances tecnológicos que desconocía.

El sol se desvaneció, y la familia se reunió una vez más. María escribió una carta conmovedora para Josué, su hijo, una carta que llevaría en su corazón hasta que pudiera entregarla en persona.

El aura de la noche envolvió la casa de Neftalí. Josué, incapaz de dormir, recorrió los rincones de la vivienda, mientras el silencio reinaba en cada esquina. Encontró a Johanne durmiendo en el sofá, y su corazón latió con alegría y asombro ante la belleza de la escena.

Conmovido por la imagen que tenía ante sí, Josué se acercó con cautela, su mirada llena de amor. Johanne se despertó, sorprendido y desconcertado, pero pronto una sonrisa iluminó su rostro. "Amor, ¿qué haces aquí?", preguntó, sus ojos encontrando los de Josué.

La respuesta de Josué fue un suspiro suave. "Solo vine por un poco de agua, pero al verte aquí sentí que necesitaba quedarme un rato". Johanne, en el encanto de aquel momento, lo invitó a unirse a él en el sofá.

La intimidad se tejía entre los dos, mientras compartían miradas y caricias silenciosas. Josué, finalmente cediendo al cansancio, se acurrucó junto a Johanne, buscando su consuelo en el calor de su cuerpo y la ternura de su abrazo.

Los minutos pasaron como estrellas fugaces en la noche, y el amanecer trajo consigo una nueva oportunidad. Neftalí, al encontrarse con esta escena, sonrió con complicidad. "Qué par de picarones, ambos atrapados por el abrazo de Morfeo".

El alba llegó con su suave luz, y Josué se movió, rompiendo su abrazo con Johanne. Los ojos de ambos se encontraron, comunicando más de lo que las palabras podrían expresar. "Buenos días, mi amor", susurró Johanne con una sonrisa, el eco del amor compartido resonando en su voz.

Josué, con una mirada cargada de afecto, respondió a su saludo. "Buenos días, mi todo. Esto es todo lo que siempre quise". Los destinos de ambos habían convergido en una noche donde el dolor y el amor se entrelazaban, formando un lienzo de esperanza en medio de la oscuridad.

El día avanzó, y las historias se desenvolvieron, explorando los recovecos de los corazones y los giros del destino. La sombra del pasado y la incertidumbre del futuro tejían un tapiz de emociones intensas.

El secreto de Josue Donde viven las historias. Descúbrelo ahora