**Capitulo 55: Lágrimas en la Noche Oscura**

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En la penumbra, Johanne velaba a Josué mientras este yacía en un desmayo inquietante. Entra Neftalí, su presencia cargada de urgencia.
Neftalí: Juan, requiero tu ayuda.
Johanne: Habla, ¿qué sucede?
Neftalí: Lleva a Josué a mi hogar cuando despierte. Mi madre está organizando la vela para doña María, será en su antiguo hogar.
Johanne: ¿La casa de Josué?
Neftalí: Así es. Llega a mi casa, y te conduciré al rincón donde habita Josué. Estoy preocupado por él, esto es un fardo pesado. Quiero que sobreviva a esto.
Johanne: Él estará bien, en cuanto despierte lo llevaré.
Neftalí se retiró, dejando tras de sí un rastro de premura. Mientras tanto, Johanne permaneció junto a Josué, en un cuarto donde solo se escuchaba la suave brisa del viento. Afuera, Elizabeth derramaba lágrimas, la tristeza pintada en su mirada.

En el exterior, Neftalí notó a Elizabeth en su aflicción.
Neftalí: ¿Tú nos diste aviso y aún te quedas? ¿Fue tan significativa para ti?
Elizabeth: Soy su hija.
Neftalí: ¿Hija?
Elizabeth: Mi madre me trajo para conocer a mi hijo. Sin embargo, esto que ha ocurrido me abruma.
Neftalí: Aún hay tiempo para conocer a tu hijo.
Elizabeth: Lo haré a su debido momento. Por favor, ten paciencia conmigo.
Neftalí: No interferiré. Acompáñame en los mandados. Cuando Josué despierte, Juan lo llevará.
Neftalí y Elizabeth partieron juntos, comprometidos en sus quehaceres. Mientras tanto, Socorro disponía mesas y sillas para la velada, mientras las damas a las que doña María conocía colaboraban con la comida y los invitados.

Los hijos de María llegaron y se sentaron, mientras la tarde cedía terreno ante la noche. Josué, por su parte, despertó, su semblante marcado por el dolor.
Josué: ¿Dónde está mi mamita? ¿Dime que todo esto ha sido un sueño?
Las palabras de Johanne quedaron atrapadas en el abismo de la incertidumbre.
Johanne: Vayamos a la casa de Neftalí, allí nos aguardan.
Josué: Amor, ¿me aseguras que ella sigue con vida? ¿Espera en casa?
Johanne: No puedo engañarte, amor. Ella se ha ido.
Impulsado por la urgencia de su pena, Josué se puso de pie y confrontó la cruda realidad. Dado de alta, abordó un taxi con Johanne, y el viaje hacia el hogar de Neftalí se convirtió en un recorrido melancólico, como si el mismo cielo llorara por la pérdida.

La tarde se desvanecía en oscuridad cuando Josué y Johanne llegaron a la casa de María, ya preparada para la vela. Familiares y vecinos se habían congregado, compartiendo recuerdos de quien ya no estaba. Mientras tanto, la pena persistía en Josué y Johanne como un lastre invisible.

En medio de la multitud, Patricia dirigió una mirada hostil a Elizabeth.
Patricia: Mira quién apareció después de años, solo para derramar lágrimas de cocodrilo.
Elizabeth: Hermana, no conoces la verdad.
Patricia: Abandonaste a tu hijo y escapaste, lejos de sus penas.
Elizabeth: Mi madre estaba conmigo. Tomamos un taxi y, en un instante, todo cambió.
Patricia: Mi madre ha fallecido, Elizabeth. Por lo menos tuviste el valor de decirle a Josué que eres su madre.
Neftalí apareció con dos maletas, objetos que pertenecían a doña María.
Neftalí: La policía las trajo. Estaban en el taxi. Son de doña María, pero no se sabe dónde fue.
Elizabeth: Ella vino por mí, estuvo en Panamá. Llegamos hoy y la perdí. Coloca la maleta azul en el cuarto de Josué y la rosada en el cuarto de mi madre.
Neftalí: Entiendo.
Reynaldo se acercó, su mirada posada en Elizabeth.
Reynaldo: Lamento tu pérdida.
Elizabeth: Gracias.
Reynaldo: ¿Cómo estará Josué?
Elizabeth: Creo que está a punto de llegar.
El taxi se detuvo y Josué bajó, su mirada perdida en el horizonte. Caminó lentamente, su mirada cruzándose con rostros desconocidos. Al llegar a casa, sus ojos se posaron en la caja, y las lágrimas brotaron sin freno.

Josué: ¿Por qué, Dios mío? ¡Mi madre, no! ¡No quiero estar solo! ¡Ayúdenme a levantarla! ¡Mamá, por favor, no me hagas esto! ¡Estoy aquí, tu hijo! Todos estamos aquí: Socorro, Neftalí y las señoras a las que atendiste. ¡Mamá, por favor, no te vayas!

Las lágrimas fluían de todos los presentes al ver el tormento de Josué. Neftalí se acercó, buscando consolarlo, aunque sus esfuerzos resultaban en vano.
Neftalí: Amigo, ella estará bien. Descansa ahora, se halla en el cielo. Velará por ti.
Josué: No quiero que se vaya. Aún no he cumplido mis promesas. Juré ser un profesional, ser alguien que la ayudaría, mejoraríamos la casa y seríamos felices. No puede ser este el final.
Neftalí: Debes aceptarlo, amigo. Mi propio pesar es profundo. Ella fue especial, cuidó de mí de niño, y por ella, tú y yo estamos juntos.
Josué: Neftalí, no puede terminar así. Ella no se ha ido.
Josué lo abrazó y, entre sollozos, se liberó de sus lágrimas. Neftalí acogió su dolor, sabiendo que las palabras no podrían sanar su herida.

Neftalí: Vamos afuera, siéntate y saluda a los familiares.
Josué: Iré.
En el exterior, la bisabuela de Josué y algunas de sus hermanas lo recibieron con abrazos. La bisabuela extendió palabras de consuelo.
Bisabuela: Querido, no sufras. Tu madre está en un lugar mejor.
Las hermanas de Josué también lo rodearon, compartiendo el peso de la pena. Sin embargo, su atención fue atraída por la presencia de sus tíos, Javier y Román.

Josué: ¿Y qué hacen ustedes aquí? ¿No preferían estar con su padre? Abandonaron a mi madre cuando más los necesitaba. Ella dio todo por ustedes, pero por orgullo, se marcharon con su padre. Ahora, con trabajos y estabilidad, jamás la visitaron. ¡Quiero que se vayan!
Javier: Ella es nuestra madre, no puedes echárnoslos.
Román: Yo no me iré.
Josué: Ahora, ¿eh? Ahora sí es su madre. Pero cuando aún vivía, ¿dónde estaban? ¿Nunca trajeron un pan, ni un banano? ¡Nada! Hijos desagradecidos, espero que sus conciencias los atormenten por el resto de sus vidas miserables.
Josué los dejó atrás y se reunió con Neftalí. Continuó llorando, sin encontrar consuelo ante el abismo que se había abierto en su vida.

Johanne intercedió, alentándolo a encontrar fuerzas en medio de la oscuridad.
Johanne: Amor, debes ser fuerte. Ella lo espera de ti.
Neftalí asintió, sus propios ojos cargados de tristeza.
Neftalí: Así es, amigo. Ella estará bien. Descansa en esa certeza. Ella siempre cuidó de nosotros.
Josué luchó por contener el llanto, sintiéndose perdido en la sombra de su dolor. A pesar de sus esfuerzos, las lágrimas fluyeron sin freno, y finalmente, exhausto, se dejó llevar por el sueño.

La noche envolvió el escenario, mientras el dolor y el lamento se entremezclaban en un silencio abrumador.

El secreto de Josue Donde viven las historias. Descúbrelo ahora