**Capitulo 56: Sombras de un Adiós**

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El sol se alzaba, iluminando una realidad marcada por el dolor. Josué despertó con el llanto persistente, su agonía trascendiendo cada palabra. Una opresión que no había sentido en años inundaba su ser. En su desconcierto, enfrentaba la realidad desnuda.
Josué: No sé qué camino tomar, mi vida parece carecer de sentido.
Johanne, anclada a su lado, intentaba ser su roca en medio del caos.
Johanne: Amor, no digas eso. Juntos superaremos esta oscuridad.

Josué, como un espectro en su propio hogar, dirigió sus pasos hacia el cuarto de su abuela. Allí, la atmósfera estaba impregnada de su esencia, en cada prenda y rincón, en las pequeñas huellas de su vida. La colección de memorias se refugiaba en un álbum de fotos, enmarcando la historia que compartieron. Entre lágrimas, se envolvió en una de sus viejas bufandas y se vistió con un suéter que pertenecía a ella. Mientras tanto, las agujas del reloj avanzaban sin piedad, marcando las horas que Josué pasaba en ese santuario de recuerdos hasta que las agujas señalaron las 3:00 AM.

A su lado, Johanne permanecía inquebrantable, una constante en su mundo turbado. Sin embargo, Neftalí, su fiel amigo, estaba ocupado con otras compañías: Antoine, Saraí, Idania, Guissel y Nadir. Mientras compartían sus pensamientos, Nadir expresó su preocupación por Josué.
Nadir: ¿Dónde está Josué? Quiero darle mis condolencias.
Neftalí: Está en la casa, en el cuarto de su abuela. Johanne lo está acompañando.
Saraí: El debe estar pasando por un dolor inmenso. Perder a alguien que te cuidó toda la vida, y de repente, se va en un accidente... Es algo que destroza el alma.
Neftalí: Solo espero que encuentre la fuerza para superar esto. Josué es muy sensible, y temo que caiga en una depresión nuevamente. Ya saben lo que pasó anteriormente, con temas amorosos y el acoso escolar.
Antoine: En esta ocasión, será aún más complicado para él.
Samantha: Con el apoyo de todos, confío en que hallará consuelo.
Neftalí: Aunque sanará, siempre llevará esta herida consigo. Cada foto, cada recuerdo, le recordará su ausencia.

Mientras el tiempo avanzaba, el amanecer se asomó tímidamente. Marcelo, por su parte, ya había emprendido el viaje hacia Nicaragua, dispuesto a encontrar a Josué y a su abuela, basándose en la dirección que María le había proporcionado. Una vez en Nicaragua, Marcelo siguió el camino que lo conduciría a la casa de su abuela. El impacto de lo que encontró lo dejó sin aliento: un hogar abandonado y en estado deplorable. Una mujer, aparentemente una vecina, se cruzó en su camino y le brindó información.
Vecina: Aquí es donde doña María vivía. Falleció, hubo un velorio ayer y el entierro tuvo lugar hoy.
La realidad lo golpeó como una ola inesperada, dejando sus maletas y corriendo hacia un taxi, ansioso por llegar al lugar del último adiós.

En ese mismo instante, todos se preparaban para el entierro. La camioneta que sostenía la caja que contenía a María se alejó, escoltada por el lamento colectivo. El destino: Jardín de Recuerdos, en Masaya. Josué, cuyo llanto seguía fluyendo, encontraba algo de consuelo en los abrazos de aquellos que lo rodeaban. Las manos amigas procuraban en vano secar sus lágrimas.

El sueño finalmente envolvió a Josué, un refugio momentáneo en medio de su pesar. En su ensoñación, su abuela, María, estaba a su lado en el autobús, acariciando su cabeza mientras él dormía. Sus palabras resonaban en su mente, un consuelo para su corazón atribulado.
Josué: Mamita, te extrañé tanto. Solo aquí, en mis pensamientos y sueños, puedo encontrarte.
María: Mi amor, siempre estaremos juntos, aunque no puedas verme. Vivo en tu corazón.
Josué: ¿Y ahora qué hago? Eras mi sostén, mi faro. Siento que no puedo ser el mismo.
María: Tienes que seguir adelante sin mí. Recuerda tu promesa de ser exitoso, de ser una persona buena y profesional.

El sueño se desvaneció, dejando a Josué en un mundo donde la realidad y los recuerdos se mezclaban en una amalgama de emociones. En un rincón de Nicaragua, Marcelo llegaba a Jardín de Recuerdos, un lugar impregnado de despedidas. Mientras tanto, Josué, enfrentando el amanecer, se esforzaba por participar en el arreglo de la despedida final de su abuela. Su mente viajaba a través de los momentos compartidos, las pequeñas acciones de cariño y los desayunos que ella preparaba con amor.

Josué, vestido con la ropa que su abuela le había regalado, seguía luchando por aceptar su partida. Mientras el grupo se congregaba en el bus que los llevaría al lugar donde descansaría su abuela, Josué se dejó vencer por el cansancio y se durmió, sumergiéndose en un sueño más profundo.

En su mundo de sueños y realidad entrelazada, Josué encontró la presencia reconfortante de su abuela, María.

El secreto de Josue Donde viven las historias. Descúbrelo ahora