Capitulo 1: El Secreto de Josue

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Toda historia comienza con un susurro en el viento del tiempo, un eco que resuena a lo largo de la existencia. Yo, Josué, he sido testigo de muchas vicisitudes a lo largo de mi vida. He contemplado el espejo reflejar alegrías que iluminaron mis días y tristezas que eclipsaron mi ser. Hoy deseo alzar el velo y compartir un destello de mi esencia, pues dicen que el primer capítulo de una historia es el telar de las promesas por tejer.

Mi historia, conocida como "El Secreto de Josué", no es sino una sinfonía de secretos, de misterios ocultos bajo la penumbra de un sendero en sombras. Nos adentramos en la capital de Managua, Nicaragua, en un rincón alejado del bullicio urbano. Allí, Josué, un joven de 18 años, atravesaba su último año escolar, como un navegante que avista el puerto tras la tormenta. Medía 1.63 de altura, y sus ojos, eran la paleta de colores de un atardecer en su máximo esplendor.

Cercana estaba su graduación, el trofeo que brillaba en el horizonte después de años de lucha. Sin embargo, su viaje estaba tejido de dificultades económicas, como espinas en su sendero de rosas. Su abuela María, con quien compartía el hogar, había trabajado incansablemente, planchando sueños y barriendo obstáculos, para reunir los fondos necesarios para su graduación.

"Josué, hijo mío, he pulido cada sueño y limpiado cada esperanza para obtener el tesoro que es tu graduación", le confesó María en un susurro cargado de amor y esfuerzo.

"Abuelita, te lo agradezco, pero no deseo que tu sacrificio sea la sombra que oscurece tu alma", respondió Josué, con un matiz de preocupación en su voz.

"Tu valía, querido mío, es el faro que guía mis pasos. Tu graduación es un faro que ilumina nuestro horizonte", respondió María, sus palabras como gemas de sabiduría en la oscuridad.

A pesar de las palabras de su abuela, Josué no podía liberarse de la idea de que su sueño, como la luna en la noche, iluminaba a costa de la oscuridad de otros. Decidió visitar a su amigo Neftalí, un pilar en su vida, como un ancla en el fragor de la tormenta.

La tarde pintaba de tonos cálidos cuando Josué tocó la puerta de Neftalí. Años atrás, la vida había tejido sus destinos juntos. Neftalí, con su cabello rizado y ojos como faros en la niebla, lo recibió con una sonrisa que llevaba la historia de su amistad.

"Josué, bienvenido a este rincón de complicidades y recuerdos", exclamó Neftalí con un gesto amable, invitándolo a entrar.

"Neftalí, siento que nuestro futuro es una partitura escrita por las estrellas, y yo busco el compás que me lleve a las notas correctas", confesó Josué con el peso de sus anhelos.

"La vida es como un lienzo en blanco, esperando ser pintado por las pinceladas de nuestros sueños", respondió Neftalí, sus palabras cayendo como gotas de tinta sobre una página en blanco.

El diálogo fluyó entre los dos amigos como melodía compartida, como versos en la brisa. Josué reveló su sueño de ser maestro de inglés, mientras que Neftalí compartió su deseo de convertirse en odontólogo, curando sonrisas y almas por igual.

"Neftalí, ¿cómo encontrar el camino cuando los senderos son borrosos y los horizontes inciertos?" preguntó Josué, sus palabras como hojas de otoño danzando en el viento.

"Josué, las huellas que dejamos son los latidos de nuestra existencia. Si forjas cada paso con intención y pasión, el sendero se revelará bajo tus pies", respondió Neftalí, como un oráculo que desentraña los misterios del destino.

La oscuridad comenzaba a reclamar su dominio sobre el día, y los dos amigos se despidieron con la promesa de nuevos amaneceres y logros compartidos.

"Neftalí, gracias por ser la antorcha que ilumina mis inquietudes", expresó Josué con gratitud sincera.

"Josué, nuestras almas están entrelazadas en esta danza llamada vida. Siempre estaré aquí para ti", respondió Neftalí, con un abrazo que fundía el tiempo y el espacio en una instantánea eternidad.

De regreso a casa, Josué enfrentó el espejo y su propia reflexión. Planchar su uniforme se convirtió en un ritual de preparación, como un alquimista que mezcla sueños y determinación para crear la piedra filosofal de su destino. Y mientras la noche se extendía como un manto estrellado, Josué encontró reposo en el regazo del tiempo, sabiendo que cada amanecer era una página en blanco esperando su historia.

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