**Capitulo 51: Mentiras entre encierro**

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Antonio, atravesado por el miedo, permitió que el pánico dictara sus acciones. Se infligió golpes, como una bestia herida, mientras los policías hacían acto de presencia. Entre jadeos, acusó a Josué de ser el agresor, un relato tejido con hilos de desesperación. A Josué, llevado a la enfermería, la realidad lo golpeó aún más fuerte que los puños de su atacante. Al recobrar el conocimiento, sus labios balbucearon una súplica angustiada: "Dios mío, ayúdame. Quiere hacerme daño."

La figura del oficial vigilante se alzó como un guardián silente, mientras el enfermero inspeccionaba los golpes que manchaban su piel. La pregunta surgió, cargada de duda y recelo: "El otro reo afirmó que fuiste tú quien lo atacó, ¿es verdad?" Las palabras salieron con voz firme, como si de una declaración se tratara. Josué, erguido en su dolor, desentrañó la verdad en sus palabras: "No lo hice. Él... él y yo compartimos más que aulas. Compartimos conflictos."

El veredicto llegó, frío e inexorable: "Bueno, regresarás a tu celda." La resignación pesó en las palabras de Josué, un deseo desvanecido ante la autoridad indomable. La celda, su hogar impuesto, esperaba, pero el anhelo de cambio persistía: "¿No pueden cambiarme?" La negación, rotunda y árida, devolvió a Josué a su condena.

Sus facciones reflejaban una metamorfosis cruel, vendajes en brazos que no solo ocultaban heridas físicas. Antonio, como el fantasma del odio, se mofó con saña y crueldad: "Miren chicos, aquel que quiso desafiar su naturaleza, devuelto a su existencia mezquina. Ustedes, los que no encajan en la norma, deberían permanecer en sus rincones. ¿Quién les otorgó el derecho de ser aceptados? ¿Quién promulgó que podían ser dueños de sus deseos? ¿Quién les concedió el permiso de amarse? Díganme, solo eres uno más, perdido en la maraña de esta sociedad."

La voz de Josué, pese al dolor y la adversidad, retumbó con una determinación inquebrantable: "Quizá no lo sea, pero en el futuro mi voz resonará y tus ojos lo verán." Como un faro de esperanza en medio de la tormenta, Josué se refugió en la esquina de su encierro, el último reducto de su dignidad.

En el hogar de Neftalí, Antoine y Saraí, el amor y la preocupación se entrelazaban. Las paredes absorbían sus inquietudes por Josué, el deseo urgente de liberarlo de su cautiverio. Neftalí, con un fuego ardiente en su voz, proclamó: "Mi hermano no puede sufrir en ese infierno. Debemos rescatarlo." Antoine, la duda desgarrando sus palabras, cuestionó: "¿Quién fue el traidor que lo denunció?" La incertidumbre forjaba un nudo en sus gargantas. Saraí, voz llena de solidaridad, afirmó: "No sabemos, pero si supiera cómo ayudar, lo haría." La verdad brillaba distante, pero la lealtad nunca se quebraba.

Louis, en la soledad de su recámara, dejaba caer lágrimas en la oscuridad. "No, no puede ser cierto. El veneno del té...", susurros de angustia escapaban de sus labios. El eco del amor perdido, la promesa rota, resonaba como un lamento. "Yasser, mi amor, esto no quedará en vano." En su dolor, juraba vengar lo que le fue arrebatado.

Johanne, perdido en su hogar, ahogaba sus penas en el amargo licor. Lágrimas tristes resbalaban por sus mejillas, las cartas y las fotos un recordatorio de lo que ya no sería. La decepción lo consumía, atrapado en el laberinto de su propia desolación. Incapaz de hallar un camino, sus ojos empañados se posaban en memorias que ardían como ascuas en su mente.

Al mediodía siguiente, los amigos de Josué, como fieles guardianes, se presentaron en la estación. Neftalí, como un escudero valiente, avanzó primero, encontrando a Josué herido y maltrecho. La preocupación desfiguraba sus rasgos. "Amigo, ¿qué ocurrió? ¿Quién te infligió esto? Mírate, estás hecho un despojo." Las palabras salían con la urgencia de la empatía, un refugio en la tormenta del sufrimiento. Josué, al borde de la desesperación, confesó: "Sí, lo sé. Fue Antonio, fue él quien me castigó así. Quizá por órdenes de José. No entiendo por qué merezco esto. Solo he estado atrapado en la danza de problemas." Las lágrimas, puente entre el dolor y la vulnerabilidad, bañaban sus mejillas. Un atisbo de resignación, un pensamiento desgarrador emergió: "Amigo, quizá sea mejor estar tras estos barrotes. Johanne, parece que ya no quiere verme."

Neftalí, como un faro de consuelo, irradió su apoyo incondicional: "Estás equivocado. No estás solo en esto. Yo te quiero y estaré a tu lado en las sombras y los destellos. Sé que eres inocente." Josué, en la antesala de su juicio, donde el pasado sería juzgado con el peso de sus errores, alzó la mirada con una mezcla de esperanza y duda: "Lo sé, pero no sé si veré la luz al final de este túnel." La inminencia de la justicia en el horizonte, susurros inciertos de un futuro incierto.

El tiempo de encierro había sido empleado por Saraí para tender puentes sobre los muros que separaban a Josué. Una red de complicidades tejida con la esperanza de liberarlo. Neftalí, compartiendo esta noticia, reveló: "Llevas aquí solo dos días, amigo, pero ya he sufrido tu ausencia. Saraí te ha estado apoyando, inventó que estás en el hospital, enfrentando alguna enfermedad, completando tareas desde tu lecho de dolores. Un mundo de trabajos espera tu regreso, mientras el reloj cuenta el tiempo." Josué, con gratitud en su voz, manifestó: "Aprecio enormemente su ayuda. Solo espero que nadie sospeche que estoy preso." La maquinaria de engaños y apariencias giraba en su favor.

La determinación de Neftalí por hablar con Johanne, una llama incandescente en su pecho, se transformó en un diálogo crucial. Johanne, apresado por sus prejuicios y heridas, escuchó las palabras de Neftalí como un lamento melancólico. "Juan, debes escuchar sin el filtro del desprecio. Josué, quizá mintió sobre su origen, pero fue un escudo que levantó para defenderse de la humillación. Ignoras su historia, juzgaste sus mentiras. No pediste una explicación." El silencio pesó como una condena en el aire. Johanne, mezcla de defensas y dolor, admitió: "Le di la oportunidad de hablar, pero su silencio habló más fuerte. Conocí su falsedad mientras yo compartía mi verdad. ¿Para qué más mentiras?" La muralla de resentimiento en sus palabras, inquebrantable.

Neftalí, con voz serena, esbozó: "Las sombras de la mentira no desacreditan la posibilidad de la verdad. Merece un juicio antes de que lo sentencies. A veces, la oscuridad del engaño esconde luz en el corazón." Johanne, sumido en sus reflexiones, esbozó una frágil rendija de pensamiento. "Quizá, pero déjame en paz por ahora." El portón de la comunicación, entreabierto pero no roto.

Neftalí se retiró, dejando tras de sí las semillas de la duda en la mente de Johanne. Fuera, la figura de Louis emergió como un reflejo en el lago de sus pensamientos. "Hola", el saludo resonó con la cadencia de las confidencias. Louis, con la sombra de la inquietud en su mirada, compartió: "Un día más o menos. Un amigo se marchará a estudiar en tierras lejanas." La revelación colgaba en el aire, como una brisa que despierta curiosidad. Neftalí, detectivesco en su intuición, inquirió: "¿Qué amigo es ese?" Louis, la incertidumbre latente en su tono, desveló: "José. Extrañamente ansía partir pronto, como si un destino lo llamara con urgencia." Los engranajes de la deducción giraron en la mente de Neftalí: "¿No mencionó cuándo sería su partida?" Louis, con un ápice de suspicacia, concluyó: "No, pero intuyo que será antes de lo que esperamos."

El tejido de la historia se desenvolvía como un tapiz complicado, donde los personajes entrelazaban sus destinos en medio de conflictos internos y externos. Cada línea, un camino hacia la comprensión, cada diálogo, una ventana a sus almas en busca de redención y verdad.

El secreto de Josue Donde viven las historias. Descúbrelo ahora