Tenía sueño, mucho más de lo normal, y bueno, con un vientre más grande que el de una ballena y un trabajo que le drenaba la energía era de esperárselo. Con pereza salió de su habitación al sentir el delicioso olor del café y el pan recién tostado que le hacía empezar a salivar con hambre. Cuando llegó a la cocina envolvió sus brazos alrededor de su esposo sin poder evitar el impulso de tenerlo cerca.—Amor mío, la cena ya mismo está lista— se giró dentro de los brazos del menor, besando su frente y ubicando una mano en su hinchado vientre para sentir al pequeño de ya casi 8 meses.
—Grazie Amore— susurró a su oído, fundiéndose en un beso necesitado. Sentía que ya eran siglos desde la última vez que se besaron y su cuerpo le pedía estar con su pareja sin importar nada. Lo quería en más de una manera. Solo sentir las manos de Antonio acariciar su espalda le mandaba una corriente de electricidad por todo el cuerpo. Dio... como lo deseaba, y por el notable bulto en los pantalones del español sabía que él también sentía lo mismo. Y de repente, supo que el universo debía odiarlo cuando escuchó el timbre de su puerta. Ambos intercambiaron una mirada confusa, no estaban esperando a nadie, menos a esa hora. —Yo me encargo— besó a su esposo una última vez antes de ir a mandar a la mierda a cualquier persona que estuviese allí, sin embargo decir que se sorprendió con lo que vio sería poco.
— ¡Arthur! — Oh dio, la persona frente suyo parecía un cadáver, estaba extremadamente pálido. Su cuerpo parecía estar en un lugar, pero su mente en otro. Algo había pasado, algo grave. — ¿Qué haces aquí? — se olvidó enseguida de su enojo. Era extraño ver que Arthur llegara a su casa sin avisar, menos a altas horas de la noche.
—Lovino...— su voz salía ronca, como si hubiese estado llorando, pero ¿Por qué? ¿Qué había pasado? —Quiero hacerte una pregunta— ¿una pregunta? ¿En serio había venido a su casa solo por una pregunta? Eso sí que era inoportuno.
— ¿Qué pasa? Deberías haber llamado o esperado para preguntarme mañana, estoy molido— se quejó masajeando su sien. No entendía que estaba pasando, Arthur parecía estar todo menos bien.
— ¿Qué pasaría si... necesitara un órgano para Francis y te matara? —esa pregunta salió de sus labios con una voz tan seria que Lovino sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sus ojos parpadeando sin poder asimilar lo que acababa de escuchar. ¿Qué tipo de pregunta era esa, maldizione?
— ¿Che...?
— ¿Que crimen es ese? — ¿Cómo que qué crimen era ese?
—Un asesinato, obviamente, y doble si tomamos en cuenta al bambino— respondió posando sus manos sobre su vientre por instinto. Arthur empezaba a darle miedo, pero antes de que pudiera hablar otra pregunta lo interrumpió.
— ¿Cuál es el castigo por cometer un asesinato?
—De cinco años de prisión hasta cadena perpetua— la condena variaba dependiendo de la gravedad del asesinato, y muchas veces lo que decidía el juez no era lo justo. Pero así era la ley. No había nada que pudieran hacer contra ello.
—Es muy poco... Cinco años por matar a alguien tan valioso, es muy poco. — pudo notar en ese momento como la mano del inglés que sostenía una bolsa que parecía ser de regalo se apretaba, como si intentara contener su enojo. Pero ¿enojo por qué?
—No sabía que me amabas tanto— murmuro rascando su nuca incómodo. Nunca lo habían preparado para ese tipo de situación, merda.
—Lovino... ¿Cuál es el peor castigo en la tierra? — La persona frente a él no se parecía nada a su mejor amigo, no con esos ojos tan vacíos. Solo una vez lo había visto de esa manera, y eso fue cuando Francis desapareció hace más de 15 años.
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Angel Eyes
RomanceUn accidente habia cambiado todo... Viviría para siempre con aquella carga, su vida era un infierno del cual nunca saldría. Se lo merecía, era su culpa. Pero, tal vez algo podría salvarlo de aquel hoyo negro en el que habia caído, eso algo, era cono...