Capítulo 31

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Alan

Encontrarme a Sarah hizo que mi humor mejorara, no sé por qué pero pude dedicarle un par de sonrisas auténticas y me hizo sentir mejor de cómo estaba antes. Será la vibra que tiene ella y lo que emana, su calidez y amabilidad. Mientras esperaba que me atendieran, giré mi cabeza hacia donde estaba ella y la vi sentada mirando la decoración de la pared con asombro y gusto. Eso era lindo de ella, se sorprendía de cosas que cualquier persona no, le llamaba la atención algo que para otra gente podía ser súper normal. Era tierna, tenía esa inocencia de un niño o una niña en este caso...Aunque claramente su cuerpo no era así. De repente, se me vino a la cabeza la imagen de ella anoche, con ese vestido ajustado y la lencería negra que se le veía por mi descuido de tirarle la bebida encima. No fue el mejor momento para acordarme de eso, empecé a tener calor y sentí como mi pantalón estaba apretado. Intenté pensar en otra cosa pero mi cabeza solo pensaba en ella en ropa interior y lo bien que le debía quedar eso puesto...o en el piso de mi casa. La imaginé en mi cama sin nada y noté las palpitaciones de mi corazón. Me sobresalté cuando el chef me habló, en el tiempo que yo había estado ideando una fantasía acerca de Sarah, las demás personas ya habían pedido lo que querían. Era mi turno y tuve que disimular esos pensamientos y pedir la comida, si todavía no me la había olvidado... No, aún me la acordaba. Esperé a un costado que todo estuviera listo y miré otra vez a Sarah. Ella me miraba y yo no sabía qué hacer. Me sentí tan vergonzoso, como si pudiera leer mi mente. Lo único que pude hacer fue sonreírle y ella hizo lo mismo. Giré mi cabeza de nuevo para donde yo estaba y traté de entender qué era lo que me pasaba con ella. Casi no la conocía, solo la encontraba seguido a donde sea que yo iba. ¿Y si era el destino que me decía que teníamos que estar juntos? ¿Y si tenía que conocerla a fondo? Pero yo estaba con Melanie, yo la amaba y nunca traicionaría a ninguna pareja mía. Sarah también tenía novio y esa idea me molestaba, no entendía por qué pero me molestaba mucho. ¿Sería solo atracción y ganas de saber si también era así de inocente en la cama? Me intrigaba mucho, desde que la conocí hace un par de meses que me daba curiosidad saber de ella y no sabía qué era eso. Quise sacar esa idea de mi mente mucho tiempo, pero siempre volvía de una u otra forma. Además de que constantemente me la encuentro a donde quiera que vaya, es como si me persiguiera. El cocinero me sacó de mis pensamientos absurdos una vez más y bajé a la realidad...o al menos eso intenté. Ahora tenía que ir a sentarme con ella y almorzar juntos, después de lo mareada que estaba mi cabeza.

―La comida está lista ―dije acercándome a la mesa.

― ¡Qué buena pinta tiene todo! Estoy hambrienta ―contestó mirando el plato y yo reí.

―También lo estoy ―respondí, aunque no precisamente de comida.

Sarah

Menos mal que había encontrado a Alan para que pidiera el almuerzo, seguro que yo iba a hacer todo al revés como de costumbre. Creo que soy muy afortunada al cruzármelo tan seguido, siempre me salva de una forma u otra. Mientras esperaba a que lo atendieran, me puse a disfrutar de la decoración del lugar. Las paredes negras con sus dibujos abstractos me fascinaban, parecían rombos de colores y me encantaban. Miré hacia la barra y allí estaba Alan, curiosamente también me estaba mirando. Le sonreí y él hizo lo mismo, no sentí que pasó mucho tiempo hasta que él volvió con la comida que se veía muy apetitosa.

―Esto está riquísimo, realmente ―expresé, después de tragar el bocado que me había llevado a la boca.

―Me alegra que te guste, esto también está muy bueno ―dijo señalando su plato.

―Me parece que voy a venir más seguido acá ―reí.

―Estoy seguro de eso ―rió también―. Un día tenemos que ir a Stockpot, el desayuno ahí va a encantarte. Hay unos waffles que son exquisitos ―sugirió.

―Ya me está encantando, amo los waffles así que sí. Solo decime el día y nos vemos ahí ―contesté entusiasmada.

―Está bien, me gusta esa actitud ―rió―. Me acabo de dar cuenta que nunca te di mi celular.

―Cuando se trata de comida siempre estoy dispuesta ―solté una risa―. ¡Tenés razón! Es que como siempre nos encontramos casualmente no parecía necesario, hasta ahora.

―Eso es cierto. Salvo que ahora tenemos que fijar un día y hora, es más necesario.

―Sí, es verdad. Tomá mi celular, anotá el tuyo ―le di mi teléfono y me quedó mirando medio extraño―. ¿Qué pasa? ¿Dije algo malo?

―No, no. Nada de eso ―contestó.

Amantes (En físico y en ebook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora