Capítulo 41

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―Max, me asustaste. Sí, lo sé pero no quería molestarte. Seguro estás ocupado.

― ¿Y solo puedo ir yo a llevarte algo? Me halagas ―dijo con una sonrisita.

―No, claro que no. Eh, lo olvidé.

― ¿Estás bien? Te noto más rara que de costumbre.

―Ja ja, qué gracioso. Estoy bien.

― ¿Qué necesitás?

―Té, de tilo por favor.

― ¿Qué te dejó tan estresada que vas a tomar tilo?

― Eh, nada. Solo me gusta tomar té.

― ¿No tendrá algo que ver la visita del tal Alan?

― ¿Alan está acá? ―pregunté, haciéndome la desentendida.

Max me miró.

―No te sale mentir, ¿sabías?

―Ugh, está bien. ¿Por qué estaría nerviosa por ver a Alan?

―No lo sé, eso lo sabrás vos.

―Está todo bien, en serio.

―Hagamos como que te creo, ahora te preparo el té.

―Gracias Max, te lo agradezco.

―Es mi trabajo.

―Lo sé, ¿estás bien vos?

―Sí, ¿por?

―Te veo un poco pálido, ¿no te duele nada? ―pregunté, algo preocupada.

―En realidad sí, la cabeza me duele bastante. No he parado un minuto desde que tu amigo llegó.

―Sabía que algo te pasaba. Me imagino, dejá que me hago el té yo. Solo decime donde están los saquitos.

―No me cuesta hacer un té, en serio.

―Sh, ¿dónde están?

―Allá arriba ―señaló la alacena.

Era muy alto y yo no llegaba, ni aunque me parara en puntas de pie. Al menos lo intenté, pero casi que caía al suelo. Lo bueno fue que Max evitó mi caída con esos fuertes brazos que tenía. Y ahí estábamos de nuevo, abrazada a él mientras me sostenía. Yo tenía la respiración agitada y nos encontrábamos muy cerca del otro, pero sin decir palabra alguna. Hasta que él rompió el silencio.

―Sos muy linda.

―Vos lo sos ―sonreí tímidamente y me acerqué a su boca despacio, él pareció sorprendido pero también se fue acercando.

―Max, te necesito en el cuarto número 10.

―Sí, ahí voy Ana. Estaba por prepararle un té a Sarah ―se corrió de mi lado rápidamente.

―Está bien, pero creo que ella misma puede preparárselo, ¿no Sarah? ―me miró a la cara cuando me nombró.

―Sí, Ana. Eso le decía.

―Bien, vamos Max.

―Nos vemos ―dijo él y se alejó junto a ella.

―Sí, tranquilo. Suerte.

Max se fue con Ana y yo me quedé preparando mi té. Por suerte, él había bajado la cajita y no tuve que hacer otra vez un esfuerzo para agarrarla. Abrí un saquito, puse el agua a hervir y esperé los minutos necesarios para que calentara el agua. Una vez caliente, tomé la tetera y vertí el contenido en una hermosa taza blanca con flores rosas. Coloqué azúcar y me fui hacia mi cuarto otra vez, hasta que me choqué con alguien de nuevo. Ya se me estaba haciendo una costumbre eso de chocar personas.

―Perdón, no te había visto.

―No hay cuidado, ¿estás bien?

―Sí, ¿vos?

No me había dado cuenta de que le había volcado el té encima, qué desastre. Y lo que tampoco me había dado cuenta, era que la persona a la que había chocado era nada más y nada menos que Alan. Sí, él. Y había manchado su camisa.

Amantes (En físico y en ebook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora