―Solo un poco acalorado ahora.
Rio.
―Perdón, no me di cuenta. ¿Querés que te ayude?
―No te preocupes, creo que ahora estamos a mano ―dijo con una sonrisa.
Reí y asentí con la cabeza.
―Eso creo. Bueno, tengo que irme.
― ¿Tan rápido? Parece que estás huyendo de mí.
No parece, lo es.
― ¿Yo? ¿Huir de vos? ¿Por qué lo haría?
―No lo sé, quizás después del beso...
―Hagamos de cuenta que eso nunca pasó, ¿sí?
―No puedo.
―Alan, por favor. Fue un error.
―Está bien, no te molesto más.
―Dejame que te acompañe a la lavandería, por la camisa.
―No te preocupes, puedo ir solo.
―Pero no tenés idea donde es, ¿o sí?
―No, pero la voy a encontrar.
―Vamos, te acompaño.
Fuimos hasta la lavandería y cuando llegamos se sacó la camisa en frente mío. Me aclaré la garganta y traté de mirar hacia otro lado, en vez de ver ese cuerpo escultural que tenía.
―Tenés novio pero podés mirar, eso no es pecado todavía.
¿Cómo podía decir esas cosas? Me puse roja como un tomate y me quedé callada. No supe qué responder.
―Gracias por indicarme el camino ―volvió a hablar, metiendo su camisa al lavarropas.
―No es nada, ahora sí me voy.
―Nos vemos, Sarah.
―Adiós, Alan.
Yendo a mi habitación, encontré de nuevo a Max en los pasillos. Pero esta vez tenía peor aspecto que antes.
―Max, ¿estás bien?
―Sí, lo estoy Sarah.
―No lo creo, estás sudando.
―Tengo que seguir trabajando, no puedo parar ahora.
―Pero estoy segura de que tenés fiebre, vení a mi habitación y recostate un rato.
―Sarah, no puedo. Gracias, pero Ana me necesita.
―Es solo un momento, así te reponés.
― ¿No vas a parar hasta que diga que sí, verdad?
―Me gusta que ya me conozcas.
Murmuró por lo bajo algo que no llegué a entender, lo llevé a mi cuarto y lo acosté.
―Necesito algo para hacerte paños fríos en la cabeza.
― ¿Hacerme qué? ―preguntó extrañado.
―Paños, para que se te pase el dolor de cabeza. Lo hacía siempre mi mamá en mi país. Voy a buscar algo, ya vengo.
Me alejé y busqué entre mi ropa algo que pudiera servir. Luego de revolver, encontré un pañuelo que serviría perfectamente. Lo dejé arriba de la mesita de luz.
―Ahora necesito un bol lleno de agua helada. En un minuto estoy de nuevo, quedate acostado.
Bajé directamente a la cocina, busqué un recipiente que pudiera llenar de agua y abrí el frízer para sacar los hielos. Cuando tuve todo lo quería, volví a subir las escaleras y llegué a mi habitación.
―Acá estoy otra vez ―dije y coloqué el bol en la mesita de luz, junto al pañuelo que puse dentro del agua fría.
― ¿Qué me vas a hacer?
―Te prometo que no es nada raro y funciona. Es solo esto ―contesté poniéndole el pañuelo helado en la frente. Lo suficiente húmedo pero no como para que chorreara gotas.
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Amantes (En físico y en ebook)
RomanceUna historia sobre un amor prohibido, un pecado para muchos. En el mundo hay demasiada controversia acerca de la infidelidad. Algunos opinan que no está mal si en la relación en la que te encontrás no te hace feliz y otros que si estás con alguien y...