La condena.

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La tensión en la cámara era inmenso, y en ese momento, un temor recorrió el cuerpo de Eduard, la sentencia por lo que Fremian había dicho era el confinamiento, y si los reyes confinaban a Arlequia, el reino estaría a merced de Giliam.

— ¡¿Pero que está diciendo?! — exclamó Régiliam con sorpresa y algo de enojo — ¡¿Sabe usted rey Eduard cual es el precio por eso, cierto?!

— Puedo explicar con qué fines lo hice — Comenzó a explicar Maguz — ¡Giliam está traicionándolos en sus narices!

— ¡Silencio! — Interrumpió Régiliam con molestia, sin dejar que Maguz argumentara más — ¡Para esto no se necesita votación de los reyes! ¡La cámara condena a Arlequia al confinamiento, indefinidamente!

— ¡Pero su majestad! — exclamó Eduard con angustia.

— ¡Este es el veredicto, se cierra la cesión! — Ordenó Régiliam con autoridad.

La decisión fue tomada, sin que siquiera los representantes de Arlequia en la cámara pudieran exponer algún argumento. Arlequia había sido condenada al confinamiento; sin posibilidad de comerciar con otros reinos, ni establecer relaciones políticas con ningún otro reino, Arlequia estaba sola, y desarmada ante la inminente invasión de Giliam, el reino más pequeño del mundo, estaba a merced de Giliam. Mientras Eduard pensaba en esto con bastante preocupación, observo a Giliam, el cual, le mostro una sonrisa sádica y burlona, el joven rey, no hizo más que agachar la cabeza, y con resignación abandonó la sala junto con Maguz, el cual se sentía aún más culpable que el rey.

Claramente Eduard lo notaba, estaba consiente de todo lo que pasaba a su alrededor, pese a su notable preocupación; pero no quería hacer caso a eso, los reyes lo miraban, y hablaban a sus espaldas. Eduard, subió a su carruaje junto con Farcol y Maguz, sin decir una sola palabra, los caballos comenzaron a andar, en dirección a la ahora confinada Arlequia...

— Lo lamento, esto ha sido mi culpa — Maguz interrumpió el silencio — de no haber ido a Giliam...

— De no haber ido... nunca nos hubiéramos enterado de lo que el planea. — interrumpió Eduard con calma.

— De todas maneras — repitió Maguz reflexivo — me dejé llevar por la urgencia de esto, e hice caso omiso a mi larga experiencia... lo siento...

— ¿Qué aremos ahora? — se preguntaba Farcol en voz alta, pensando en alguna estrategia o plan.

— No podemos permitir que Giliam se salga con la suya — exclamó Eduard con seguridad; sin embargo, la preocupación se notaba en su rostro — si Giliam pone un solo pie en Arlequia, le declararemos la guerra... aun así, no tengamos oportunidad contra él.

— Él nos derrotará — Dijo Farcol — y si eso pasa.

— Sera el fin de los veinte reinos. — Contestó Eduard.

Llegaron a la capital de Arlequia en varias horas, una vez el rey llegó a su reino, se incrementó la seguridad fronteriza en los otros reinos vecinos, y se cortó todo laso comercial y político con Arlequia, el reino, quedo total mente solo, sin la posibilidad de apoyo extranjero. Arlequiea estaba sola, contra la posibilidad de una guerra contra el segundo reino más grande del mundo conocido, esa, bien podría ser la noche más fría que el rey Eduard, haya experimentado en su vida.

Arlequia, a pesar de ser pequeño, tiene una economía estable, pero la mayor parte de los fondos económicos, son enviados a una campaña militar preventiva, por lo que la crisis estaba por envolver al reino. Una mañana soleada, muy tranquila, se dejaba ver en el reino confinado, la noticia de lo ocurrido recorrió el reino entero en solo una noche; claramente, esto causo el descontento y temor en los pobladores, temor, porque también se esparció el rumor de la posible guerra contra Giliam. En ese temor, sientas de caravanas de inmigrantes, trataron de cursar las fronteras por la fuerza, siendo detenidas por los soldados que resguardaban las fronteras. Pasaron dos días, y nada, al parecer a Giliam le encanta hacer que la curiosidad y el miedo, devore a los pobladores Arlequíes poco a poco. Las revueltas contra el gobierno no se hacen esperar, en las provincias grandes, hay saqueos, matanzas, y revueltas. La capital, era un caos, los soldados del rey, apenas y podían contener a los pobladores, para que no entraran al palacio. Los pueblos del sur, han sido casi abandonados en su totalidad, en tan solo tres días.

En uno de los bares de un pueblo, la gente discute, que es lo deberían de hacer, proponiendo una revolución contra el rey; un joven entra a la taberna, oyendo todo esto, enfurece, tirando una de las mesas.

— ¡¿Cómo es posible que digan eso?! — Exclamó el joven con rabia — ¡Un reino nos amenaza con una guerra, y piensan en una revolución!

— ¡Es lo más sensato! — respondió uno de los hombres — no podemos vivir así...

— ¡¿No se dan cuenta que su rey los necesita, solamente entregando nuestras vidas el sol volverá a nacer! ¿Oh acaso no desean un mundo mejor para sus familias?

— Es mundo no existe, jamás existió... será mejor que aterrices en la realidad niño, y que dejes de fantasear.

— ¿Así será entonces? — el joven se decepcionó — Nuestros ancestros estarían decepcionados de nosotros.

Nadie más le respondió, y al ver las reacciones de ellos, el joven se fue molesto; recorrió el pueblo, contemplando como varios de los pobladores se iban; posteriormente llegó a su casa y entrando a la misma, subió a su habitación, estando ahí, tomo su espada, y en una bolsa de tela, tomo lo necesario, la colgó en su hombro y bajo de nuevo, en ese momento llego su padre muy agitado; un hombre de edad avanzada, bastante grande y corpulento.

— ¡Rápido mujer! — gritaba Artemis, el jefe de la casa — ¡¿Las siete niñas ya están listas?! — Mientras acomodaba algunas cosas, vió bajar a su hijo con la espada en la espalda — ¿Dartañan, a donde vas, tus hermanas aún no están listas? ¿Y por qué llevas la espada de tu abuelo?

— No intentes detenerme — exclamó Dartañan sin dirigirle la mirada — iré a la capital... el rey necesitara toda la ayuda posible.

— ¡¿Pero qué cosas dices?! — Artemis comenzó a seguir a su hijo — ¡Nadie ira a la capital en esta casa! iremos hacia el sur.

— Si ustedes quieren escapar, háganlo, yo no pienso huir — Dartañan solo se detuvo para decirle esas palabras a su hijo y continuó su avance.

— ¡Dartañan, Dartañan, vuelve acá ahora!

El joven salió de la casa, rápidamente se dirigió al establo, tomo su caballo y se dirigió hacia la capital, dejando a su padre atrás gritándole desesperado. Su madre y sus siete hermanas salieron a ver, pero el joven ya se había ido. Artemis, organizo todo con su esposa, para después tomar su caballo, y seguir a Dartañan hasta la capital.

Arlequia. ( La guerra entre tres reinos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora