La Mañana de Tristeza

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El silencio inundaba el lugar, así como la incertidumbre. El joven Edward temía lo peor; pero aun así, su semblante permanecía serio y sereno. El rey se acerca sutilmente a su hijo; con mucho esfuerzo, le logra tocar la mejilla.

—Hijo... la realidad suele ser cruel... No todos vivimos para siempre... Pero un reino siempre será más longevo que su rey... Tú eres mi único hijo, en ti no deseo nada más que lo que tengo... Tu madre estaría orgullosa.

—Padre, eres lo mejor que tengo en este momento. —Los ojos de Edward comenzaron a llenarse de lágrimas, pero él trataba de reprimirlas. —Sé que no puedo evitar tu muerte, pero, ¿en verdad estoy listo?

—La verdad de la que todo rey no quiere hablar es que cuando asciende al trono, jamás está listo... Ser rey... significa tomar decisiones difíciles... significa tener un pueblo en tu espalda... Pero el hecho de que tú seas el rey... no significa que tú seas mayor en realidad... Tú serás el siervo del pueblo.

El rey comenzó a alejarse de su hijo para posteriormente llegar al sofá; se recostó en el mismo con mucha delicadeza.

—Las decisiones más difíciles son las correctas. Aprende de tus errores y no cometas los mismos que yo; solo sé feliz y guía a este pueblo a la paz y la prosperidad. —Le expresó el rey a su hijo, mientras lo miraba desde la distancia.

—Lo intentaré, en verdad te quiero...

—Yo lo sé... yo también te quiero... ven aquí, quisiera abrazar a mi hijo por última vez.

El joven príncipe cumplió el deseo de su padre, y ambos, con lágrimas en los ojos, se abrazaron fuertemente; hablaron por horas, o al menos eso intentaron, puesto que la voz del rey se desgastaba a cada segundo. El ambiente era algo deprimente, pero Edward no quería pensar en eso; él solo quería pasar más tiempo con el hombre que lo crió, con aquel que, aún en su lecho de muerte, sacaba fuerzas de lo poco que le quedaba para darle un consejo a su hijo.

No pasaron tres días y la tristeza llegó al reino: el rey Bayer ha caído en una noche, la cual fue la noche más triste que se haya vivido en aquel reino joven. El reino se sentía desolado, con mucha tristeza; pero la tristeza perduraba más en una sola persona, ya que no solo había perdido a su rey, sino que también había perdido a un padre, un padre con el cual lo crio de una forma perfecta y amorosa.

La noticia recorrió los veinte reinos, y los reyes más cercanos acudieron al reino en dolor. Una mañana triste, con un cielo nublado, como si el mismo estuviera a punto de llorar; sin embargo, ni una gota de agua cayó en todo el día. Aun así, esa mañana se convirtió en la más triste que ese joven reino había vivido hasta entonces. Con los líderes de cada una de las provincias del reino, los nobles y un príncipe, contemplando el entierro de su padre; con el alma rota y lágrimas en los ojos, viviendo por segunda vez lo que es la pérdida de un padre. Grandes reyes de otros reinos acudieron a dar el pésame al príncipe destrozado. Todos los regentes de las provincias se le acercaron uno a uno; posteriormente los reyes lo hicieron. El último de ellos era el rey de Giliam; un rey joven, solo sobrepasando a Edward con cinco años, se le acerca gentilmente a Edward, con el fin de charlar con él.

—Lamento mucho lo de tu padre... Yo también sé lo que es perder a un padre y, sobre todo, a una madre. —Expresó Giliam con aparente empatía, tratando de confortar un poco el alma rota de Edward.

—Las cosas pasan por una razón; la vida debe de continuar. —El joven se notaba sumamente dolido.

—Bueno, concuerdo contigo, sé la presión que conlleva ascender al trono, y más en una edad tan joven como la tuya. Como ya sabrás, yo también ascendí al trono siendo joven e inexperto, así que si me necesitas... si quieres algún consejo... yo estoy aquí para apoyarte. —Giliam le regaló una sonrisa amistosa, la cual correspondió Edward.

—Te lo agradezco demasiado.

—Espero que seas de mente abierta, y que cuando venga una buena propuesta, primero pienses en ti y en tu reino. Ya me tengo que retirar... Tengo asuntos reales que atender.

Edward se quedó confundido, no sabía a qué se refería Giliam; este último siguió caminando, seguido por un hombre de capucha negra, con cara de pocos amigos, el cual tenía un báculo negro y retorcido.

—El rey de Giliam parece tu mejor amigo. —Interrumpió desde atrás del rey un inesperado Maguz, el cual, en sus palabras firmes, expresaba algo de sarcasmo.

—No es eso, solo me brindo apoyo. —Respondió Edward, algo sorprendido por la repentina aparición.

—No confiaría mucho en él; se cree que asesinó a todos sus hermanos, las favoritas del rey, y al rey mismo, su padre... Y aparte, Fremian; el hombre encapuchado, es un mago no muy bien visto por la comunidad de magos, es demasiado violento y sin escrúpulos y sus métodos son despiadados.

—Tendré cuidado. Vamos, tenemos que atender a los reyes.

Sin duda alguna, Maguz no tenía mucha confianza en el rey Giliam, ni en Fremian; Maguz protegería el reino contra toda amenaza y, de ser necesario, entregaría su vida para lograrlo. Después de todo, es su responsabilidad; pero sobre todo, fue una promesa que le hizo a su antiguo rey.

Arlequia. ( La guerra entre tres reinos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora