Ya ha pasado un mes desde la muerte del rey de Arlequia; Edward ha alcanzado los dieciocho años de edad, la edad suficiente para que él pueda tomar su responsabilidad como rey. Aun con un golpe en el corazón, debido a la muerte de su padre, él debe afrontar su responsabilidad; a fin de cuentas, él es el único hijo del rey. Ya el reino, después de un tiempo, se encontraba en vísperas para la coronación del joven rey, la primera coronación en aquel enorme palacio, la gran cúpula gigante; así era como llamaban al enorme inmueble, un enorme castillo con grandes torres, pero sobre todo, una enorme cúpula en la cima del mismo; y justo en ese lugar, se encontraba la habitación del rey.
El palacio se adorna con flores blancas y moradas, las cuales en el reino tienen un significado de esperanza y de prosperidad. En la parte de enfrente, justo encima del trono, cuelga un banderín enorme, con el estampado de un gran cristal rojo, con otros tres simulando estar girando alrededor de él; el cristal mágico de Abdoria, así como dos espadas cruzadas de abajo hacia arriba detrás de él y un dragón escupiendo fuego, con alas emplumadas, las cuales están abiertas de par en par, justo detrás del cristal.
La noche previa a la coronación, el joven Edward se siente nervioso; la responsabilidad de un reino está a punto de caer en sus hombros. A la habitación entra Farcol, el consejero principal del reino, el cual ya había acompañado al padre de Edward desde que comenzó su reinado; un hombre con muchos años de experiencia, oscilando entre los cuarenta años de edad, con la cabeza rapada por alguna razón que él nunca se presta a explicar.
—Su Majestad, ¿qué es lo que hace aquí enserado? ¿No sería mejor salir al balcón? —pregunta Farcol mientras se acerca al rey, y lo acompaña al mismo.
—Oh sí, claro, lo siento, solo estoy pensando. —contestó el príncipe, mientras seguía a aquel consejero, justo hacia el balcón.
—Su humilde servidor puede saber en qué, digo, si no es mucha molestia.
—Solo pienso en los asuntos del reino y en si seré capaz de enfrentarlos y de resolverlos todos.
—No se preocupe, su majestad, pase lo que pase, yo estaré a su lado para apoyarlo.
—Te lo agradezco mucho.
—Solo mire al cielo, contemple las estrellas por un rato; a partir de mañana, ya no podrá contemplarlas con tanta libertad.
El príncipe Edward hizo caso a su invitación y contempló el cielo, un hermoso cielo estrellado, iluminado por la luz de la luna, con un aire tan fresco que cualquier persona podría agradecer. Era un momento tan apacible, tan tranquilo que el mismo Edward rogaba porque fuera eterno. Claramente, la noche no fue eterna; la mañana llegó y los grandes reyes invitados acudieron al reino de Arlequia para contemplar el nombramiento del nuevo rey.
El joven príncipe fue revestido con las vestiduras reales. El reino se encontraba en el palacio, aunque el gran palacio no era capaz de albergar a todo el reino; ni siquiera con sus atrios del frente. Los nobles se encontraban en el interior, junto con los reyes y jefes de las provincias de Atlequia. La seguridad del palacio se incrementó, con dragones surcando los cielos, los Ractars montados en sus raptores, de casi dos metros de alto. Los Ractars son criaturas humanoides, con cabezas más grandes de lo normal, pero esta no es humana; tiene la forma de un bolillo acostado, es negra y sin ojos ni boca ni oídos aparentes, con patas delgadas diseñadas para correr a gran velocidad, siempre con enormes bates cubiertos con picos de acero.
El momento se llegó: el futuro rey de Arlequia se aproximaba por el pasillo al lugar del trono, con la mirada de todos los invitados puesta en él. A la orilla del trono se encontraba Maguz, y a su lado, un sirviente cargando la corona en un cojín. Poco después de repetir sus votos, Edward se inclinó ante el mago.
—Por el poder que los grandes espíritus del ejército blanco me han conferido, y en el nombre de los grandes y sagrados ocho cristales mágicos de Encantia, yo te nombro rey del nuevo Arlequia.
Edward se levantó con la corona en su cabeza; volteando ante los invitados y súbditos, procedió a sentarse en el trono. Todos los presentes aplaudieron al nuevo rey. Ahora, la responsabilidad ya había caído en sus manos; ya no era más un príncipe, sino que ahora se había convertido en un rey.
La fiesta prosiguió; un gran banquete fue servido para todo el mundo. El rey se encargó de atender a los grandes reyes y regentes de las provincias. Entre los reyes invitados, se encontraba el rey de Giliam, quien le brindaba demasiado apoyo a Edward. En una de las esquinas del salón se encontraba Fremian, con su capucha negra; a este se le acercó Maguz.
—Dime... ¿Qué es lo que planeas? —preguntó Maguz, intrigado.
—No sé a qué te refieres. —Responde el mago de capucha negra, fingiendo demencia, con el fin de quitarse de encima a Maguz, el cual siguió firme en su pregunta.
—Te conozco demasiado bien, sé que te traes algo entre manos, junto con tu rey.
—No tengo por qué darte explicaciones a ti.
—No intentes evitarme, sabes bien que llegaré al fondo de todo, sin importar lo que a mí me cueste.
—No deberías decir esas cosas... Uno nunca sabe cuánto tiempo le queda en realidad... A fin de cuentas, tú ya estás muriendo, no debiste abusar de la energía del ejército blanco.
Fremian solo se alejó de Maguz, y en ese momento, él miró su muñeca; la misma se encontraba llena de grietas azules, las cuales le brillaban y le provocaban un fuerte dolor. En ese momento, él embocó una marca azul en el suelo y posteriormente desapareció. Edward solo lo miró de lejos, algo desconcertado. La fiesta duró toda la noche; a varios de los reyes se les dio hospedaje en el palacio.
Al final de la noche, Giliam se le acercó a Edward, solo lo hizo para despedirse de él, pero mientras lo abrazaba, le entregó un pergamino enrollado y le dio la indicación de que no lo abriera hasta que estuviera a solas. Giliam solo se fue acompañado de su mago. Al estar en su habitación, Edward abrió el pergamino, y el contenido escrito en este le sorprendió bastante.
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Arlequia. ( La guerra entre tres reinos)
FantasyLa verdad de la que ningún rey se atreve a hablar es que, cuando asciende al trono, nunca está listo. Las decisiones correctas siempre son las más difíciles. Proteger al pueblo debe de ser el principio de un rey; un rey necesita de su pueblo, así co...