2: El trato del demonio guapo

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Ese chico era el ser más hermoso que había visto alguna vez en mi vida, aunque su apariencia le privaba de cualquier tipo de humanidad.

Lo primero que me llamó la atención entre todo su rostro, fue su pelo largo, con mechones que terminaban bajo su mandíbula, perfectamente peinado hacia atrás, y de un color irreal: blanco oscuro, casi gris, como la nieve caída y casi deshecha de los inviernos de Nueva York.

Algunos mechones sueltos descansaban en su frente y por sus pómulos marcados y angulosos. Sus labios formaban duras líneas, al igual que su nariz, marcada y decorada con dos bolas pequeñas de hierro colocadas justo entre sus ojos grises. En su labio inferior también tenía otro piercing, un aro negro.

El inicio de su cuello, un poco cubierto por la sudadera que llevaba, me revelaba varios tatuajes; aunque el único que pude discernir fue una I escrita en letra gótica por encima de la piel de sus clavículas. Piel limpia y perfecta, que hacía competencia al mismísimo mármol.

El demonio mantuvo sus ojos entrecerrados mientras ladeaba su cabeza, y su pose, su rostro anguloso, que parecía tan afilado, capaz de cortar al toque, eran la viva imagen de la crueldad. Él tenía ese tipo de belleza que duele y es peligrosa observar, como la del Sol. Me podría quedar ciega si seguía mirándolo fijamente.

Abrí mi boca con sorpresa al analizar mis propios pensamientos poéticos. ¿Qué me estaba pasando?

Todos los demonios eran atractivos en sus formas humanas. Era una estrategia que tenían para atraer a humanos y hacer lo que quisieran con ellos, pero lo de este demonio era fuera de lo común.

Debería estar prohibido tener esa cara.

Sí, y exactamente por esa razón estaba dotado con tal belleza antinatural, por eso mismo tenía que concentrarme en lo importante.

—¿Nina?

Escuchar mi nombre fue como volver a la realidad. Tanto el demonio como yo nos giramos hacia la voz que se aproximaba a la habitación: Valerie. Él se giró hacia mí con el ceño fruncido, el cual hacía que pareciese aún más letal.

—Sabes lo que tienes que hacer —me dijo—. Sé que ahora no vas a aceptar, ya que tu ego de cazadora está dolido —su ojos grises me miraron con algo parecido a fascinación—. Pero también sabes que soy más que capaz de matar a tu amiga, al chico, y después a ti. Así que, ¿no crees que lo mejor es trabajar para mí?

Me quedé callada, intentando transmitirle todo mi odio. Matar ángeles... Eso, o que Val y Matt muriesen.

—Hagamos una cosa —empezó, levantando las manos y haciendo que me tensase. Con lentitud las escondió en los bolsillos de su sudadera—. Te dejaré unos días para que pienses nuestro trato.

—Oh, cállate —rogué, poniendo los ojos en blanco. Su ceño se frunció con enfado, pero se controló.

—Tienes hasta el jueves. Ese día por la noche te buscaré, en donde quiera que estés, y firmarás mi contrato, o por el contrario, los tuyos mueren. Uno por uno —enfatizó—, delante de tus ojos.

La imagen de Matthieu desangrándose delante de mis narices hizo que me estremeciera con terror.

—Ni se te ocurra pedirle ayuda a nadie —me advirtió—. Llamar a otros cazadores sólo conseguirá que me enfade. Y cuando me enfado, no soy capaz de controlarme —su amenaza cayó en la habitación como una presencia pesada que no me dejaba respirar—. Recuérdalo bien, el jueves. A partir de ahí, comenzarás a trabajar para mí.

Su mirada gris sostuvo la mía durante unos largos segundos, hasta que unos pasos apresurados se aproximaron más por el pasillo:

—¡Nina! —Repitió Val—. ¡No te vas a creer lo que ha pasado en el último capítulo!

INFERNO: Pacto con el Diablo (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora