22: El jinete del Apocalipsis

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Lunes, 11:50:

Siempre me consideré la mejor haciéndome la indiferente, pero el lunes descubrí que Lucifer me daba mil vueltas en el tema. Llevaba toda la mañana ignorándome. Ni siquiera me miró de reojo. Y eso que se supone que debería supervisarme cuando entrenaba.

Estaba segura de que este comportamiento tenía que ver con lo ocurrido el viernes, aunque yo le dejé claro que no volvería a repetirse una situación así.

El viernes... ocurrieron muchas cosas.

Como por ejemplo, el comportamiento de Dante y Baal. Aunque los dos estuviesen posiblemente drogados, ¿desde cuándo tenían esa intimidad juntos? Recuerdo la imagen de Dante, tan en paz, acariciando el pelo de Baal. Eso sólo se lo hacías a alguien con quien tenías mucha confianza.

Sin embargo, ahora que lo recapitulaba, ellos dos siempre mostraron mucha complicidad. Además, Dante sólo hacía caso a dos personas: Baal y Lucifer. Y normalmente sólo los reproches del primero parecían afectarle.

—¿Quieres que llame a una grúa? —Exclamó Dante de repente, con los brazos cruzados sobre su pecho—. ¿O vas a seguir tirada ahí como si fueses un animal varado?

Me levanté del suelo y le lancé la mirada-Dante, es decir, la mirada que le dejaba claro que quería ahorcarlo mientras dormía.

Dante también fingía muy bien. No podría deducir sus sentimientos por su comportamiento o por sus expresiones, porque éstas se resumían a: enfadado, molesto y estreñido. Pero, el viernes, el Dante que estuvo con Baal era otro completamente distinto.

Dante pareció feliz. Increíble, ¿verdad?

—¡Nina!

Salté del susto al escuchar el grito del chico.

—Relájate, por Dios... —Lucifer, quien nos daba la espalda, se tensó al escucharme.

—Estaba diciendo que debes enfocarte más en utilizar dagas y espadas contra ángeles. Y que va a ser lo próximo que practiquemos —añadió, con un suspiro de cansancio—. Ya puedes marcharte a molestar a otro sitio.

Suspiré con alivio. Entrenar tres horas casi todos los días de la semana con Dante estaba haciendo mucha mella en mí.

Lucifer se giró hacia nosotros de repente, y se acercó a mí con pasos seguros. Había muchas cosas que quería preguntarle, pero al tenerlo en frente me olvidé de todas mis cuestiones. El viernes cambió algo, o al menos así lo sentía yo. Luc fue brutalmente honesto, pero también me ayudó a escapar cuando Milo apareció en el club.

Conseguimos dar un paso adelante, ¿no?

—Cuando termines de cambiarte, ven a mi oficina —me ordenó Luc. Asentí y me fui a los vestuarios, donde nunca había nadie, y me duché con rapidez.

Luego fui a su despacho en el club. Ya estaba más acostumbrada a orientarme por el Inferno, y conocía gran parte de las estancias del edificio: la cafetería, el restaurante, las plantas de los pecados capitales...

Antes de entrar en el ascensor pude ver que Baal había bajado a la sala de entrenamientos, y que conversaba con Dante. Fruncí el ceño al observarlos, pero decidí que ya investigaría sobre esos dos luego.

Llamé a la puerta de Luc y pasé al escucharlo contestar. Él me esperaba sentado detrás de su escritorio, con la estatuilla de la Victoria de Samotracia en sus manos.

—Acércate.

Recordé cómo Luc dijo esa misma palabra el viernes, y lo que había ocurrido después. Cuando quedé a su altura, comentó:

INFERNO: Pacto con el Diablo (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora