8. La fiesta del pueblo

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Ginna

-¡PorDios! ¿Qué es esto? ¿El cajón de los manteles o tu armario? - preguntémientras revisaba qué podría ponerse Bárbara para la fiesta del pueblo estanoche.

-Esel tipo de ropa que suelo usar. No vivo en la ciudad ni tengo ropa como la tuya -dijo, apenada.

Continué revisando, hasta que, por fin hallé un vestido blanco con algunos toques rojos y azules. No era la gran cosa, pero para una ordinaria fiesta de pueblo estaba más que bien.

Por supuesto que le enseñé como hacer cada una de las cosas, para que no necesitara la ayuda de nadie la próxima vez.

Al finalizar con ella, noté que era más que hermosa. Nunca la creí fea, pero luego de tantos arreglos, pude ver su verdadera belleza oculta. Todos quedarían boquiabiertos al verla, y Niall no sería la excepción.

Ya en la casa, luego de bañarme, comencé a buscar entre mi ropa algo para usar. Pero por alguna razón ningún atuendo parecía convencerme. A todos les encontraba algún defecto, y lo peor, no tenía tiempo para esto, pues había gastado todo mi día en Barbie.

—Vamos, Ginna, será la fiesta más ordinaria a la que hallas ido. Tan solo escoge uno —me reproché a mí misma, en la soledad de mi cuarto.

Finalmente, me decidí por un vestido rosa claro con vuelos. Tenía un escote en v, cubierto por brillos, y una falda hecha de tul rosado, que finalizaba donde comenzaban mis rodillas. Me maquillé y decidí dejar mi cabello suelto esta vez. Sin embargo, me hice un par de trenzas que se unían en la parte de atrás de mi cabeza.

Antes de salir me miré al espejo y sonreí, satisfecha. Me veía más que bien, mucho mejor que la Barbie ranchera.

Fuera de mi cuarto, me encontré con un Niall más limpio que de costumbre. Llevaba puesta una camisa azul, un jean, unas botas y sombrero de vaquero.

Niall

Si tenía que describir cómo estaba Ginna en este instante, cualquier palabra me quedaría corta. Se veía hermosa, casi perfecta. Digo casi porque para estar perfecta debía sonreír, lo cual no hacía. Solo me miraba, sin demostrar ninguna mueca en su rostro que me pudiese indicar si estaba feliz, triste, asustada o aburrida.

Pensé en cuánto me gustaría volver a besarla, pero dudo que algo así me vuelva a pasar. Aún podía recordar la suavidad de sus labios sobre los míos, un instante memorable que había logrado quitarme el sueño. Ese beso fue el detonante, el que terminó de flecharme por un amor imposible.

—¿Qué tanto me ves? —preguntó luego de un largo silencio.

—Nada, es solo que te ves muy...muy... —tartamudeé, estaba nervioso. No es sencillo para mi hacerle un cumplido a una mujer, mucho menos a ella.

—¿Muy qué?

—Muy hermosa, te queda bien el color rosado.

—Gracias. Tú también te ves emmm ¿guapo?

—No sabes hacer cumplidos.

—Eso es porque nunca los hago.

—¿Y por qué me lo dices a mí?

—Porque quise ser educada. Tú me hiciste un cumplido y yo te hice uno ¿Podemos irnos ya? —cambió de tema.

—Sus deseos son órdenes, alteza —ella rodó los ojos.

Alguien Diferente ||N.H||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora