Algo no estaba bien.
Su alfa podía sentirlo y se lo estaba transmitiendo.— ¿Quieres parar ya? —gruñó Emma para sí misma— La presión en mi pecho no es muy agradable.
La presión en su pecho no cesó, aun cuando su loba se relajó debido a su petición. Emma comprendió entonces que ese desagradable dolor no lo estaba produciendo su loba.
Al ingresar en su casa, olfateó un aroma totalmente desconocido para ella.
— ¿Omega? —inquirió con preocupación, siguiendo aquella extraña esencia.
La condujo hacia la habitación, encontrándose con un omega que conocía perfectamente, aunque su olor no le permitiese identificarlo como suyo.
— ¿Omega? —inquirió con suavidad— ¿Qué está pasando? ¿Por qué posees el olor de otro alfa?
Emma no quería sacar conclusiones precipitadas. Confiaba en su omega, por lo que la idea de él siéndole infiel no debía rondar por su cabeza.
Sin embargo, lo hacía.— Me voy —comentó el omega en voz baja— Me he dejado marcar por otro alfa.
Cerró la cremallera de su maleta, dando por finalizado su trabajo. Entonces, miró a la alfa, permitiéndole a ésta comprobar que, efectivamente, se dejó marcar por otro alfa; aquella mordida en su cuello se lo confirmaba.
— Lo siento —murmuró aún más bajito— No puedes darme lo que necesito, y yo tampoco puedo darte lo que tú necesitas —agachó su cabeza— Espero que lo entiendas.
Emma realmente no lo hacía.
¿Cuántas veces le hizo saber a aquel omega que se encontraba lista para marcarlo cuando él también se sintiera seguro? ¿Cuántas veces ignoró el dolor de su loba siempre que resultaba ser rechazada? ¿Cuándo destrozaba sus nidos aunque ella no los creara con el propósito de hacerle entender una idea sobre cachorros?— Espero que te vaya bien —comentó la alfa con frialdad— Lárgate ya de aquí.
El omega obedeció, saliendo del cuarto con rapidez mientras arrastraba su maleta.
El dolor en su pecho comenzó a incrementar aún más, si es que eso era posible. Le costaba mucho trabajo respirar, y su cabeza empezó a doler de forma horrible.
Su loba comenzó a inquietarse, haciéndole entender a Emma que algo grave estaba sucediendo. Entonces, lo escuchó.
Su mente comenzó a inundarse de pequeños gimoteos, acompañados de un llanto incesante.
— Mi omega... —susurró la alfa con angustia.
Sin embargo, el sentimiento desapareció tan rápido como llegó.
«No volveré a caer»
Pensó Emma, recordando la reciente marcha del que, creía, era su omega.Bloqueó cualquier sentimiento relacionado, provocando que aquellos gimoteos incrustados en su mente desaparecieran al instante.
«Las chicas alfas somos escoria para nuestra sociedad. No volveré a ser tan ilusa como para creer que no volveré a ser rechazada, aunque se trate de mi omega destinado»
Pensó Emma.
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Alfa, quiero un nido ©
WilkołakiSamuel, un omega varón de veintiséis años, se siente preparado para dar un paso más allá en su relación. Él quiere un nido. Está listo para pedirle a su pareja un nido porque desea experimentar todas aquellas cálidas sensaciones de las que todo el...