Samuel, un omega varón de veintiséis años, se siente preparado para dar un paso más allá en su relación.
Él quiere un nido.
Está listo para pedirle a su pareja un nido porque desea experimentar todas aquellas cálidas sensaciones de las que todo el...
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Noche de tradiciones.
Fue una velada muy agotadora pero, en contrapartida, muy agradable.
El banquete transcurrió con armonía entre risas, exigencias por parte de los invitados para que los novios se besaran y muchas más risas.
Tras el primer baile con su alfa, uno lento cargado de bellas palabras y bellas promesas por parte de ambos, vinieron muchos más con sus sobrinos.
Estos se negaban a dejarlo ir un momento, incitándolo entre chillidos de emoción para que bailara con ellos una última canción. Tras esa venía otra última y, tras esa última, venía otra última.
Samuel, por supuesto, lo dio todo junto a sus sobrinos, cediendo, una vez más, ante los caprichos de los niños.
Así hasta que todos acabaron dormidos en los brazos de sus padres.
— Te tengo... —gruñó la alfa, ocultando su rostro en el cuello de su omega— ¿Eres mío o de nuestros sobrinos, eh?
Samuel hizo un pequeño puchero.
— No puedo decirle que no a esos hermosos niños, lo siento —respondió él con un deje de ternura— Pero ahora soy todo tuyo, alfa.
Emma gruñó, satisfecha.
— ¿Todo mío? —inquirió, mordiendo suavemente un lugar específico de su cuello— ¿Seguro?
— Sí, alfa —susurró, sumiso.
— Entonces voy a secuestrarte para seguir festejando nuestra boda a mi manera —gruñó, provocando un pequeño gimoteo involuntario por parte de su omega— ¿Qué te parece, amor?
— Me parece muy bien, alfa —gimoteó Samuel, aferrándose con más fuerza a su alfa.
Emma no sabía cómo despedirse de los invitados. Su mente, más excitada incluso que su propio cuerpo, desarrolló unas cuantas propuestas.
— Ah no, no, no —comentó su hermano Karl— Vosotros no os podéis marchar de aquí sin antes cumplir una última tradición en la pista de baile.
« ¿Una última tradición en la pista de baile? » Pensó Emma.
— ¿Más tradiciones? —inquirió Emma con un bajo gruñido— No, no más tradiciones el día de hoy, gracias.
Karl negó con una gran sonrisa plasmada en su rostro, entrelazando su mano con la de su cuñado.
— Ésta te gustará, hermanita —comentó con una sonrisita traviesa— ¡Es hora del baile! —exclamó, llamando la atención de todos— ¡Aprovechemos que los niños se han dormido!