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Emma no se levantó de buen humor esa mañana

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Emma no se levantó de buen humor esa mañana. De hecho, ella no había tenido buen humor desde que aquel que creía su omega se dejó marcar por otro alfa, seis meses atrás.

Más complicado aún si su omega destinado le hizo saber que necesitaba su ayuda.

Su loba se encontraba irritada la mayor parte del tiempo en presencia de otros lobos, ya fueran alfas, betas u omegas.

Pero cuando se trataba de su propia humana, no solo se irritaba, sino que también la ignoraba.

Su loba quería encontrar a su omega destinado, por supuesto. Emma, por su parte, bloqueó aquel sentimiento para hacer desaparecer cualquier gimoteo en su mente.

Ella pensó que al hacer eso, todo su malestar desaparecería. Sin embargo, aquello no hizo más que incrementar su ansiedad y la de su loba.

Esa mañana tuvo que conducir su coche, debido a que no consiguió encontrar las llaves de su moto. Últimamente, ser tan despistada era parte de su día a día, pues su mente se la pasaba rememorando los gimoteos de aquel omega, así como otras cuestiones relacionadas con él.

« ¿Estará bien? »
Pensó Emma por milésima vez en lo que iba de día.

«Obviamente no. Por algo nos está pidiendo ayuda, idiota»
Le reprochó su loba.

La primera vez en mucho tiempo que su loba no la ignoraba, aunque solo se hubiera dignado a hablarle para regañarla.

— Adelante —comentó con molestia.

Sabía perfectamente que se trataba de Henry.

Su orden de que pasara por su despacho antes de comenzar su jornada laboral así se lo hizo saber. Además, su olor lo delataba.

Quizás no tanto como Emma desearía, pues podía olfatear su esencia mezclada con otra que ella no supo reconocer.

— Buenos días, señor —comentó Henry, un tanto nervioso— Realmente puedo explicárselo, si usted me deja... —

Emma observó incrédula al omega que Henry cargaba entre sus brazos, dormido plácidamente con su rostro oculto en el cuello del alfa.

Gruñó fuertemente, sin poder evitarlo.

— Esto ya no puedo dejarlo pasar, Henry —comentó con molestia.

Aun así, cuidó su tono de voz para no despertar al omega, pues su loba no se lo permitió.

Por suerte para el alfa, Karl, la mano derecha de Emma, entró en el despacho sin siquiera molestarse en tocar previamente.

— Los papeles que me has pedido ya están lis... —el beta se calló al observar a Henry con aquel omega en brazos— Esto debe ser una jodida broma, ¿verdad?

Henry resopló, indignado.

— ¡Esto ya es pasarse! —chilló el beta, provocando que Samuel se despertara de forma inmediata— ¡Malditos seáis los alfas y vuestros estúpidos instintos! —refunfuñó a gritos— ¡No puedes traer a tu omega a la oficina de esta forma y menos en pijama!

Alfa, quiero un nido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora