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— ¿Qué estás haciendo aquí? —inquirió Henry, incrédulo— Se supone que deberías estar dormida o algo así.

Emma resopló, apretando un poco más al omega contra sí misma. Samuel, por su parte, gimoteó suavemente, gustoso por aquella acción.

— Supongo que tendré que hablar seriamente con Karl —refunfuñó la alfa— El doctor y tú acabáis de confirmarme el hecho de que me ha inyectado sedante como para dormir a una manada entera.

Intuía que se debía a una pequeña venganza por casi haber matado a Joshua aunque, en realidad, hubieran sido tres míseros puntos en su ceja derecha.

— Tenías la furia contenida de toda una manada. No culpo al pobre Karl por querer asesinarte en ese momento —comentó Henry— Sabes que el pobre no lleva muy bien el estrés.

«Joshua se llama estrés ahora, por lo visto»
Pensó Emma.

— Sí, bueno... —lo miró de forma acusadora— La culpa ha sido tuya, admítelo.

Henry se encogió de hombros, restándole importancia.

— Nunca —declaró, burlón— La hemos tenido los dos, punto.

Emma ignoró al alfa para centrarse por completo en el omega que se mantenía aferrado a su cuerpo.

— Vamos a sentarnos —el omega negó con rapidez— Tienes que comer, ¿vale? —demandó con suavidad, acariciando sus mejillas— Te alimentaré y mimaré, omega —le regaló una pequeña sonrisa— ¿Te parece eso bien?

Los ojos de Samuel adquirieron un brillo peculiar, cambiando de opinión al instante.

Asintió con entusiasmo, dejándose llevar dócilmente en brazos por su alfa hacia la mesa.

Emma se sentó en uno de los tantos asientos vacíos situados frente a Henry y Mason, acomodando al omega en su regazo.

Estiró la mano, alcanzando la bandeja de comida que, muy sutilmente, Henry estaba intentando recalcar en la boca de su hermano.

— ¿Desde cuándo trabajas aquí, Henry? —inquirió la alfa con simpleza.

— Esa es una pregunta trampa, ¿verdad? —inquirió, curioso— Tres años, creo recordar.

— Exacto —respondió la alfa— ¿Y cuántas veces has comido aquí en estos tres años?

— Pocas —respondió él— ¿Por?

— La comida aquí está magnífica, excepto por dos o tres platos —Henry golpeó su frente, refunfuñando— Éste, casualmente, es uno de los peores.

— De todas formas te costará alimentarlo —le advirtió el alfa— Últimamente tengo que pelear mucho con él para que al final acabe comiendo un pequeño bocado.

Henry tuvo que tragarse sus palabras cuando el omega comenzó a comer animadamente su nuevo menú, excelentemente escogido por Emma. La alfa cumplió su palabra, dándole de comer a Samuel sin prisa alguna, apremiándolo con dulces palabras cada vez que tomaba una cucharada.

— Y bien... —comentó Emma, llamando la atención de Henry— ¿Qué sucederá ahora?

Henry cerró su boca, la cual mantuvo abierta con incredulidad durante todo ese tiempo.

— ¿Cómo que qué sucederá ahora? —inquirió, aclarando su garganta— ¿A qué se refiere, señor?

— ¿Tendré que pelear por mi omega o simplemente con hablar con tus padres bastará? —inquirió, directa al punto que le interesaba— Y no me llames señor. Solo por ser un poco más allegado te permito llamarme jefa —lo miró de forma inquisidora— Pero tampoco te emociones y tomes más de lo que estoy dispuesta a ofrecerte.

Alfa, quiero un nido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora