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Lo que intentó ser una misión de rescate por parte del beta, resultó ser una misión de transporte.

Tuvo que ayudar a Emma a entrar todas aquellas cajas al interior de la casa. Por supuesto, no dejó de expresar su desagrado por aquel arduo trabajo no remunerado entre constantes refunfuños.

— ¿Puedes dejar de pasearte por toda la casa con el cachorro en brazos, omega? —inquirió Karl con indignación— Es más grande que tú.

Samuel emitió un bajo gruñido, abrazando con más fuerza al pequeño cachorro que decidió llamar Tobby.

— Mi alfa me ha dado permiso para hacer lo que quiera —comentó Samuel, también indignado— Y no te estoy molestando, así que seguiré caminando por aquí.

— Y después me quejo del comportamiento tan estúpido de los alfas —refunfuñó Karl a regañadientes— Pues anda que los omegas... —

Samuel desapareció de la sala en cuestión de segundos para dirigirse a cualquier otro rincón de la casa.
Emma, por su parte, aprovechó la ocasión para regañar al beta.

— Déjalo ya, ¿quieres? —refunfuñó Emma— Ayúdame a llevar estas cajas al dormitorio —señaló un par de ellas— Voy a comenzar ya con su nido.

— Pero está curioseando por toda la casa, ¿cómo puedes permitir eso? —inquirió el beta, incrédulo— ¡Se está metiendo en todas las habitaciones y eso es de muy mal gusto! —chilló— Yo no le permitiría hacer eso en mi casa.

Emma resopló.

— Yo le di total libertad de hacerlo —gruñó ella con indignación— ¿Es que no te estás dando cuenta de lo que está intentando hacer?

Karl frunció el ceño, confuso.

— Utiliza un poco tu sentido del olfato, inútil —comentó Emma con burla—Está intentando dejar su olor por mi casa, especialmente en la habitación dónde se quedaba aquel omega.

Efectivamente, Samuel consiguió marcar la habitación de la alfa por completo. Incluso se tomó la liberdad de tomar la cortina en un par de ocasiones para restregarla contra su mejilla disimuladamente.

No obstante, le estaba resultando bastante complicado aceptar aquella habitación en la que había encontrado un mínimo rastro de otro omega.

Lo intentó con todas sus fuerzas hasta que se le ocurrió una nueva idea que, efectivamente, parecía llamar mucho más su atención.

Caminó con Tobby completamente dormido en sus brazos, encantado por el calor y los mimos del omega, hacia el salón donde Emma y Karl parecían seguir manteniendo una pequeña discusión.

— Alfa —comentó con emoción— ¿Puedo preguntarte algo?

Karl resopló.

No es que fuera un experto en omegas, porque realmente no lo era, pero sabía que ese caprichoso quería algo.

— ¿Sí, cariño? —inquirió Emma con una sonrisa boba.

— Tobby se ha hecho pipí en las cortinas que iba a tirar más tarde y creo que es porque quiere que esa sea su habitación —hizo un pequeño puchero— ¿Crees que pueda ser suya? —inquirió con una pequeña sonrisa— Allí tendría su camita, sus cuencos y sus juguetes.

« ¿Una habitación para un perro?
¿De dónde ha salido este peculiar omega?»
Pensó Karl.

Uh, sí. Por supuesto que sí —respondió ella con diversión— Hay muchas habitaciones más para huéspedes que no suelo tener, así que puedes poner las cosas de Tobby ahí.

Alfa, quiero un nido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora