CAPÍTULO 39.

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ZACK.

Por suerte, ahora los quince días son solo un terrible recuerdo.

El doctor finalmente me dio de alta, ordenándome que debía estar un mes en absoluto reposo. Gracias a que el escuálido abogado contratado por Ray logró que pudiera quedarme en casa con libertad condicional o prisión domiciliaria, hasta que pueda "recuperarme", me muevo por casa como si estuviera de vacaciones. Desde luego que estoy de maravilla. No puedo salir de la propiedad y no puedo alejarme de esta a más de doscientos metros, pero no lo necesito. ¿Por qué mierda querría alejarme?

Tengo a Maika, a mi hijo, a los mellizos y a mis mejores amigos cerca. No siento la alarmante necesidad de salir corriendo como seguramente lo hubiera estado hace algunos meses si fuera el viejo yo. Ahora puedo dormir con Maika, besar su vientre, hablarle a mi hijo, jugar con mis hermanos para ganarme su cariño un poco más y molestar con los chicos como niños pequeños. Puedo hacer muchas cosas que antes no apreciaba realmente y que me hacen entender lo que todos quieren darme. Sé que en el juicio que se aproxima se librará una batalla dura por mi libertad, pero confío en que todo saldrá bien.

Esta vez no habrá Chuck que lo impida.

―Hermano, Maggie quiere ver a Maika ―interrumpe de repente mi hermanito menor, Sigmund, ingresando a la habitación como si fuese el dueño, sin molestarse en tocar la puerta y abriéndola como todo un profesional, ocultando su fiel navaja (esta vez nueva, porque la anterior la perdió), de nuevo en sus pantalones. Ha agarrado la manía de abrir puertas con ella luego de que Dexter le enseñara. Hay que trabajar en eso todavía, pero por lo menos ya me llama hermano. A secas, pero lo hace.

―Aún está dormida, Sig ―Señalo a la bella durmiente a mi lado, con el cabello revuelto y su panza de siete meses y medio sobresaliendo bajo las mantas.

―No me llames "Sig" ―escupe―, y levántala, que Maggie quiere verla para hablar con el bebé ―sentencia y luego se va, cerrando tras de sí con un leve portazo.

Qué genio.

Suelto un profundo suspiro y pongo mis ojos en blanco.

Ya casi se cumple el mes desde que salí del hospital y faltan pocos días para mi juicio. Incluso, ya nos llegó a todos el citatorio. Sacudo de mi cabeza esos pensamientos y me concentro en la mujer a mi lado, tan hermosa y dulce como siempre. En estas últimas semanas he podido disfrutar de ella y su embarazo a plenitud y no me despego de su lado a menos de que sea estrictamente necesario. Hemos decidido quedarnos en casa de Ray hasta después del juicio, para saber muy bien a qué atenernos después de eso.

Y también cumplí mi promesa, por supuesto.

Todos sabemos que Shawn y Nevin son un maldito par de genios sabelotodo que podrían ganarse un puto premio nobel con todo lo que saben hacer. Entre ambos, no sé cómo rayos, pero hallaron la manera de quitarme la pulsera de seguimiento que me han puesto en el tobillo. Ese par de condenados llegaron una mañana al cuarto que comparto ahora con Maika, la mar de tranquilos, preguntándome si quería salir un rato. Me los quedé mirando como si les hubiese crecido dos cabezas, porque, ¿qué demonios? ¿Cómo diablos iba a poder salir si tenía un maldito dispositivo de rastreo pegado a mi puto tobillo?

Les dije que estaban locos, y quedó confirmado cuando trajeron su equipo de herramientas cuyos nombres no puedo alcanzar ni a imaginar y empezaron a trabajar en mi tobillo. No sé cómo lo hicieron, ni de qué demonios se valieron para lograr sacar la pulsera de mi pie, alegando unas cosas sobre radiofrecuencias, GPS y geolocalización que no entendía, pero me vi libre del aparato con una asombrosa facilidad que me dejó perplejo. Esa tarde salimos a un centro comercial y por primera vez en mi vida, les agradecí a ese molesto par de hermanos por la estupidez que estaban haciendo.

El Secuestro. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora