CAPÍTULO 41.

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MAIKA.

Ha pasado un mes y medio desde el juicio y ya estoy en mi última semana de embarazo, cuando una punzada dolorosa en mi bajo vientre me despierta.

El dolor es tan intenso, que me hace acumular lágrimas en las comisuras de mis ojos.

Respiro con dificultad y entonces abro mis ojos como platos cuando un líquido sale de mi entrepierna y moja la cama. Por un instante, me quedo quieta pensando que me he orinado, pero entonces el dolor atraviesa mi vientre y pasa a mi espalda baja también, lo que me recuerda algo importante de uno de los libros que Zack estaba leyendo la semana pasada.

Es una contracción.

Y acabo de romper fuente.

Jadeo y clavo mis uñas en los firmes músculos del abdomen de Zack, despertándole al instante. el hombre pega un brinco y mira alrededor desorientado, gruñendo, hasta que me encuentra sentada en la cama, agarrando mi vientre.

―Mierda, nena, ¿qué está mal? ―susurra, tomando mi mano del lugar de donde lo estoy agarrando y encendiendo una lámpara.

―El bebé ―jadeo, respirando con dificultad y gruñendo cuando una nueva contracción me ataca.

―¿Qué? ¿Qué pasa con el bebé? ―cuestiona Zack con angustia, al verme en tal estado, posando su mano en mi vientre y mirándome con semblante preocupado.

―El bebé ya viene, Zack ―Logro pronunciar entre mis dientes apretados.

―¿Ya viene? ―Zack frunce el ceño―, ¿de dónde? ―cuestiona como un niño pequeño y yo tengo que hacer un esfuerzo tremendo por no arrancarle la cabeza.

Gruño y él me mira fijamente.

―¡Zack! ¡El bebé está por nacer! ―siseo, gritando como si me estuvieran desollando.

―Oh... ―dice simplemente, asintiendo. Entonces, cuando empiezo a creer que tendré que darle un puñetazo, él abre sus ojos como platos y se baja de la cama, tropezando con las mantas y cayendo de la cama bochornosamente―. El bebé ya viene, el bebé ya viene... ―Empieza a murmurar y se pierde en el baño.

Me quedo mirando el lugar por el que desapareció por varios segundos, estupefacta, escuchando que varias cosas se caen al suelo y que una sarta de maldiciones resuenan por todo el lugar. Entonces, vuelvo a la realidad con otra contracción.

―¡ZACK! ―Vuelvo a gritar, esta vez con más fuerza y desesperación.

El hombre sale del baño con un bolso a rebosar de las cosas que necesitaremos y yo siseo una risita.

Nadie me creería si les digo el estado en el que el pobrecito se encuentra ahora mismo.

―¿Sí, nena? ―pregunta y le lanzo la lámpara de mi mesilla, la cual él esquiva con maestría.

―¡Debes llevarme al hospital, imbécil! ―farfullo, gruñendo de dolor.

―Oh, sí, sí, sí... ―Él deja el bolso en el suelo y viene a mi lado, después de ponerse unas pantuflas, a ayudarme para bajar de la cama―. Con cuidado, con cuidado... ―murmura y me ayuda a poner de pie muy lentamente, colocando mis pantuflas una a una, tan lento, hasta que me zafo de su agarre y empiezo a caminar por mí misma hacia la puerta. A su paso, no llegaremos nunca al maldito hospital―. Nena, ve más despacio ―dice, apoyando su mano en mi espalda baja, saliendo del cuarto conmigo.

Refunfuño de nuevo.

―El bolso, Zack ―recuerdo y él asiente, volviendo al cuarto cuando ha olvidado lo más importante.

El Secuestro. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora