CAPÍTULO 33.

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Z.

No ha pasado mucho tiempo cuando finalmente alcanzo a Chuck.

Estamos separados por unos cuantos segundos.

Y yo no me detengo.

Corro por los tupidos bosques que rodean la propiedad, sorteando arbustos, saltando raíces expuestas y vaciando el cartucho de mi Glock frente a mí cada vez que visualizo un brazo o una pierna, tratando de dar en algún órgano vital. Sé que no tengo mucho tiempo. La policía debe estar por llegar y no quiero estar presente cuando finalmente lleguen. Y si me quedo, entonces que sea porque ya he muerto. Después de todo, ¿qué es lo que me queda?

Maika ya no está.

Y estoy cegado.

No puedo ver más allá de vengarme de Chuck.

La luz de la luna destella un poco sobre el camino que yo mismo me voy abriendo y miro alrededor todo lo que mis sentidos me lo permiten. Se puede oír el ruido de los pasos acelerados de Chuck sobre la tierra, las ramas rompiéndose y los bichos nocturnos pululando por allí. También puedo escuchar en mis oídos el retumbar de mis propios pasos y mi agitada respiración.

Me detengo un instante cuando oigo demasiado silencio.

Me coloco detrás de un árbol de tronco muy grueso, cubriéndome con la maleza a su alrededor, observando entre ella hacia el frente. Veo que un arbusto a lo lejos se mueve y no dudo en lanzar dos disparos, con la esperanza de haberle dado al maldito. Canto victoria internamente cuando oigo un grito potente cortar el silencio después de mis disparos. Y sé que él está cerca.

―¡Es suficiente, Chuck! ¡Estás acorralado! ―empiezo a gritar, con la furia filtrándose claramente por mi tono de voz―. ¡Deja de ser un maldito cobarde y pelea si es que puedes llamarte un hombre! ―jadeo―. ¡Mierda! ―Tengo que cubrirme detrás del árbol cuando él empieza a disparar su Glock en mi dirección. Por poco, las balas hubieran dado en uno de mis brazos, si no es que en mi cabeza.

Me quedo quieto por unos segundos, escuchando alrededor, esperando algún ruido detrás de mí, pero nada sucede. Me pongo de pie y reviso el cartucho de mi arma, dándome cuenta de que puede que me queden unas cinco balas. Estoy a punto de guardar el cartucho de nuevo, pero un potente grito a mi derecha me hace levantar la cabeza y lo siguiente que veo es a Chuck Anderson arremetiendo contra mí, lanzándome al suelo con fuerza, mientras su grito de guerra cual gladiador resuena por el bosque y la potencia del impacto me hace soltar el arma y el cartucho al suelo.

―¡Argh! ―siseo, cuando al caer me golpeo la mejilla con una roca que había en la tierra y el peso de mi cuerpo cayendo hace vibrar todos mis huesos.

―¿Quién es el acorralado ahora, niño? ―escupe Chuck, apuntando su Glock dorada justo en el centro de mi frente―. ¿Quién es el que se está retorciendo como un gusano cobarde ahora? ―Me pregunta con burla, al ver que me retuerzo en el suelo debajo de él para tratar de liberarme de su agarre y asestarle un puñetazo.

―¡Espera a que me levante de aquí y te daré la paliza de tu vida, imbécil! ―grito, encolerizado.

―¡Jajaja! ―Chuck suelta una profunda carcajada y puedo ver sus ojos diabólicos y desquiciados clavados en los míos―. ¡Pero qué maleducado eres, muchacho! ¿Serías capaz de levantarle la mano a tu propio padre? ―cuestiona mofándose y yo simplemente frunzo el ceño.

―¿De qué hablas, viejo? ―Me burlo―, ¿Acaso los balazos que te dí arruinaron tu cerebro?

Chuck suelta una risa entre dientes, pero al mirarme, simplemente no puede dejar de reír a carcajadas.

El Secuestro. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora