Capítulo 3 [Parte 3 Final]

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Cuando salimos de la escuela, Diego me acompañó hasta casa como todos los días. Volvió a hablarme de Benito, y yo, a propósito, le hablé de la prueba de Matemática del martes

_ ¿Para qué me hacés acordar? Me amargaste la noche

_Ahora estamos iguales. Yo me había olvidado de Benito

_Si te da miedo, puedo venir a acompañarte con Leo, Él no va a decir que no, ya sabés.

_No, quedate tranquilo. Cualquier cosa, te llamo

Diego es un cabeza hueca, pero es bueno. Los sábado él y Leo tienen partido con otros amigos, así que no los iba hacer venir para que me acompañaran, sabiendo lo que les gusta el fútbol. Pero seguro que si decía que sí, venían. Además no era para tanto. Seguramente el pobre Benito era un buen tipo y yo, con mis dudas y temores, una exagerada.
Mientras me despedía de Diego, vi que había luz en las habitaciones de arriba. No era muy tarde, pero igual me sorprendió, porque la señora me había dicho que pensaba acostarse temprano, ya que al otro día tenía que madrugar. Para ella, madrugar era levantarse a las ocho. Cuando entré a la cocina, miré el reloj de pared que está frente a la puerta. Lo miré porque es lo primero que se ve al entrar. Eran las once menos veinte. Me preparé un café con leche, corté un pedazo de queso, saqué unas galletas de la lata, puse todo en una bandeja y subí a mi habitación. Siempre ceno así, algo liviano, mientras leo un poco. Me encanta leer en la cocina, pero no de noche, cuando sé que estoy sola y los demás duermen; me da no sé qué. No es que tuviera miedo, pero me sentía mas segura en mi habitación. Además, esa noche entraba particularmente inquieta: no podía dejar de pensar en Benito. Pobre Benito, ¿qué culpa tenía él de mis inseguridades? Un hombre que venía a trabajar, no molestaba a nadie y se iba cuando terminaba su trabajo. ¿Por qué pensaba en él? A causa de Diego, seguro. También podía ser que mi inquietud se debiera a que Dora no estaba. Desde que yo había llegado a la casa, era la primera vez que ella dormía afuera. Termine mi cena, y como no me concentraba en la lectura, dejé el libro, puse la bandeja sobre la cómoda, fui al baño y después me acosté y apagué la luz. No tenía sueño. Me puse a pensar en la encomienda de Tapalqué. ¿Quién sería el tal Fernández? No podía creer que mi mamá tuviera algo que ver. Pensé en la posibilidad de algún amigo de mi papá, pero... ¿Cuál? El único amigo de verdad, el que lo acompañó durante toda su enfermedad y estuvo con él hasta el último momento, era Aldo, el ferretero, y su apellido era Bustamante. Los otros amigos no eran importantes, y muchos menos recordarme a mí. Fernández. Traté de pensar en la cara de los amigos de mi papá y al fin me quedé dormida. No sé qué hora sería ni cuánto habría dormido, cuando me despertó el ruido. Lo oí bien clarito. No se me ocurrió encender la luz y mirar la hora, ¿para qué? A lo mejor no estaba despierta del todo, pero estoy seguro de que lo oí. Era el ascensor. Además lo incorporé a mi sueño. Fue horrible. Soñé que subía a un ascensor para encontrarme con Dora, que me esperaba en otro piso, pero el ascensor subía y subía y no paraba nunca y yo oía la voz de Dora, cada vez más lejos, que me llamaba para mostrame a su sobrina nieta. Yo quería bajar, pero no había forma, ascensor seguía subiendo. No sé en qué término el sueño; seguramente se debe haber mezclado con otro, como pasa muchas veces, pero no lo recuerdo. Esa fue la segunda vez que oí el ruido del ascensor.

La Tercera Puerta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora