Capítulo 5 [Parte 2 Final]

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Todo era silencio en la casa. Silencio de ruidos suaves, no silencio absoluto: el zumbido de la aspiradora en el piso superior, el chistido húmedo del apresto al rociar la ropa, los golpes leves de la plancha sobre la tabla acolchada, algún suspiro de Diego. Nada más. Y de repente, un sobresalto. Mi sobresalto: clan, clan, clan. Siempre plancho de frente a la ventana, pero ahora estaba de espaldas, mirando a Diego, que escribía sobre una mesita. Dejé la plancha y giré hacia la ventana.

_¿Qué pasa? - preguntó Diego.

Benito avanzaba por el camino de lajas, después giró a la derecha y pasó delante de la ventana. Me eché para atrás y choqué con Diego, que se había acercado a mirar.

_¿Te da miedo el chabón.

_No... Bueno... No sé. Qué sé yo... Él no tiene la culpa, pobre...

_Qué no va a tener. Con esa pinta de asesino serial...

_¿Qué decís? ¿Estás loco?

_Me lo imagino acogotando mujeres solas e indefensas...

_Basta. Mirá que sos bobo, ¿eh? Ocupate de los ejercicios. Pensá en la prueba, en ves de hablar pavadas.

_Eh, qué amargada. Ni un cachito de sentido del humor...

Volví a la plancha y Diego a las matemáticas. Siguió el silencio un rato, hasta que Benito empezó con los golpes. Al principio me molestó, pero después me acostumbré, como suele pasar con algunos ruidos. Creo que a Diego le pasó lo mismo, porque siguió trabajando hasta terminar con todos los ejercicios. Me dio las hojas, corregí y lo felicité. Bastante, bastante bien. Mejor de lo que me había imaginado.

_Si querés practicar un poco más, vení a las cuatro que te preparo otros ejercicios.

_Bueno, dale, pero no te abuses, ¿eh? Mejor, en vez de a las cuatro, vengo a las cinco.

Cuando Diego se fue, Dora ya estaba instalada en la cocina, preparando el almuerzo y tomando mate. Comimos temprano, pero Dora me contó tantas cosas de Rosario, de su familia y de su infancia, que estuvimos de sobremesa casi hasta las tres de la tarde. A las cinco vino Diego y lo hice practicar un poco. Mi primo volvió a sorprenderme: resolvió tres ejercicios muy difíciles sin preguntarme nada. Un rato después apareció Leo para pedirnos que le entregáramos una monografía a la profesora de Historia porque él tenía que ayudar a su papá en el taller y no iba a ir a la escuela. Nos estábamos despidiendo en la vereda, cuando oímos el clan clan de la puerta del jardín a nuestras espaldas: Benito se iba. Ni siquiera nos miró; con la cabeza baja, giró a su derecha y siguió por Herrera. Diego y yo cruzamos hacia la plaza y Leo se fue en la misma dirección que Benito.
A la noche, cuando volví de la escuela, no sé por qué antes de entrar por la cocina se me ocurrió mirar hacia la puerta del sótano. ¿Habré tenido un presentimiento? Un papel colgaba del picaporte. Era una nota de Benito. Su letra, grande y aniñada, resultaba tan extraño como él: "Señor Buitrago, se rompió otro caño. Mañana voy a venir más temprano. Cerré la llave de paso. Lo saluda Benito".

La Tercera Puerta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora