Capítulo 18 [Parte 1]

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No encendió la luz. ¿Para qué correr riesgos? Por más que no hubiera nadie en la casa, siempre era mejor tomar precauciones. Seguro que no había nadie, pero igual, por las dudas. El teléfono había soñado un rato largo y nada. El tipo se había ido a comer. A no ser que todavía este en la comisaría contestando preguntas sobre Benito. Y ahora Diego tenía una linterna. El que pensó en la linterna fue Leo. Menos mal; se acordó a último momento, cuando ya se iban. “La limterna, loco", le había dicho. “Mi viejo tiene una, esperá que ya vuelvo.” Y se metió volando en la casa y salió enseguida con la linterna en la mano. La escalera era bastante empinada. Por las dudas, cerró la puerta. No fuera csa que alguien viera la puerta abierta y llamara a la policía. Con los vecinos nunca se sabía. ¿Por qué Lucía había nombrado el sótano? La unica palabra que dijo: “sótano”. Y el sótano tenía que ver con Benito. ¿Y por qué no dijo “Benito”? ¿Dónde estaría Benito ahora?
El sótano tenía recovecos: columnas, rincones, vigas huecos, sombras. Y con la luz de la linterna, pero todavía. Por una mínima ventana cercana al techo se colaba una luz escasa y sucia que acentuaba el aspecto siniestro del lugar. No todo el espacio había sido utilizado como bodega, eso se notaba. Había paredes libres. Un freezer grande y viejo parecía encajado entre una columna y una pared sin revocar; detrás del freezer sobresalían unos rollos de plástico. Diego paseó la luz por la pared sin revoque y pensó que seguramente allí estaría la cañería que Benito había arreglado. En el piso, junto a la pared, había una bolsa de cemento, ladrillos, una caja de herramientas. De pronto, se acordó. La puerta del ascensor. ¿Dónde estaba? Iluminó hacia el fondo, caminó unos pasos y la vio. Una columna gruesa se interponía entre la puerta y la escalera. La puerta del ascensor no se veía desde la entrada del sótano ni al bajar la escalera: la tapaba la columna.
Diego se acercó y tuvo sensación de que el sótano se estrecahaba; crecían las sombras a medida que se aproximaba al ascensor. Enfocó con la linterna hacia los costados y comprobó que el ascensor estaba al final del pasillo. Espió por la mirilla de la puerta plegadiza y solo u a densa oscuridad y un leve olor a humedad llegaron hasta sus ojos y su nariz. El ascensor no estaba. Entonces oyó ruido.
Un chirrido rápido, seco, cortante. Una vez y otra. Abrir y cerrar. La puerta tijera del ascensor. Enseguida otro ruido, pero diferente: un golpe, un temblor. El ascensor estaba en marcha. Bajaba desde el primer piso. Imposible que fuera desde la planta baja: se habría escuchado más fuerte. Diego retrocedió, iluminando a su alrededor con desesperación. La luz llegó al freezer. Los rollos de plástico se apoyaban contra la pared de atrás. Había un espacio entre el freezer y la pared. Corrió hacia allí. El ascensor se acercaba. Estaba en la planta baja. Un sonido brusco, duro, rápido le anunció que pasaba de la planta baja al sótano. Diego apagó la linterna. Pensó en su celular y lo tanteó en el bolsillo. ¿Y si alguien lo llamaba justo en ese momento? También lo apagó. Estaba a centímetros del freezer. Lo tocó. Fue deslizando la mano por su superficie hasta llegar a los rollos de plástico. Tocó la pared del fondo. Era poco el espacio libre para esconderse, pero suficiente para su cuerpo flaco y esmirriado. Menos mal que vine yo y no Leo, se le ocurrió pensar. La puerta tijera del ascensor se abrió con un ruido áspero y un golpe. Después la otra puerta, más suave. Las puertas no se cerraron. Se encendió una luz. Diego se encogió todo lo que pudo. Trató de no respirar. Oyó claramente unos pasos que se acercaban. Tembló. No me pudo haber visto, no me pudo hacer visto, se repitió, apretando los dientes.

La Tercera Puerta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora