Capítulo 1

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Mientras estuve trabajando en la casa del señor Nicanor Buitrago, durante casi tres años, solamente dos veces oí el ruido del ascensor. La primera vez fue al poco tiempo de haber llegado. Yo dormía mal por las noches; me despertaba muchas veces y me costaba volver a dormir. Eso fue hasta que me habitué a la casa y poco a poco fui tomando confianza. A lo mejor extrañaba a mi mamá, aunque me cueste admitirlo. No sé. Esa noche debo haber dormido una o dos horas, nomás. El ruido no me despertó porque yo ya estaba despierta, pero si me sobresaltó. Y me dio un poco de miedo. No se oía muy fuerte, era un ruido apagado, pero inconfundible.     Si yo no hubiera sabido que el ascensor jamás se usaba, no tendría por qué haberme asustado. Simplemente podría haber pensado que el señor Buitrago o la señora Alejandra subían a sus dormitorios. Pero una de las primeras cosas que me dijeron cuando llegué a la casa fue que el ascensor no se usaba. A mi me parecía raro que una casa de dos plantas tuviera un ascensor. ¿Para subir un piso, tanta historia?                   

_Ni se te ocurra usar el ascensor_ me dijo Dora el primer día, mientras me mostraba la casa _.Es peligroso_. Antes venía el técnico de vez en cuando y lo revisaba, pero desde que murió la mamá del señor, no lo llamamos más. Total, no lo usa nadie.           

_¿Y qué sentido tiene un ascensor en una casa donde hay que subir un piso?_ pregunté.

_El señor lo hizo instalar cuando se enfermó su mamá porque el médico le había prohibido subir por las escaleras. Después que falleció la señora, nadie más volvió a usarlo. Y ahí quedó... de adorno, digamos_ me explicó Dora      

De afuera, lo único que se veía era una puerta de madera toda labrada, que hacía juego con las demás puertas y ventanas, porque el señor Nicanor Buitrago, que es dueño de una galería de arte, sabe mucho de cuadros y decoración y es un hombre muy elegante. Esto también me lo dijo Dora el primer día, pero igual yo me di cuenta apenas lo vi, esa misma tarde, cuando volvió de la galería. A la elegancia me refiero. Me impresionó. No es que nunca hubiera visto a un hombre tan elegante; alguno debo haber visto, no me acuerdo. Lo que pasa es que en Tapalqué no es muy frecuente ver a alguien así. No digo que en Tapalqué no haya hombres elegantes. Seguramente habrá, como en cualquier parte, pero mucho no se nota. Lo que quiero decir es que la elegancia del señor Buitrago era realmente deslumbrante. Alto, delgado, con traje y corbata, camisa impecable, pelo canoso, gestos varoniles y a la vez delicados. Me dio la mano y sonrió, con una sonrisa también elegante.

_Mucho gusto y bienvenida. Quiero que se sienta como en su casa_ me dijo 

No, por favor, pensé yo. Como en mi casa, no. Pero, bueno, él no tenía por qué saberlo. Igual le agradecí el buen deseo. Un perfume agradable y apenas perceptible me llegó con el apretón de manos. Después volví a la cocina y no lo ví más hasta la mañana siguiente, mientras levantaba las tazas del desayuno de la mesa del comedor y él salía para la galería, otra vez impecable y oliendo a perfume un poco más que la noche anterior. Me dijo "Buenos días, Lucía", y me gustó que recordara mi nombre. Pensé que solamente una persona tan elegante como el señor Buitrago podía recordar el nombre de alguien como yo, apenas una chica de Tapalqué que recién empezaba a trabajar en su casa.

A la señora Alejandra la conocí una semana después. Había viajado a Nueva York por la venta de un cuadro. Ella también trabajaba en la galería. Era elegante únicamente para vestir, porque si hablamos de modales... A mí me ignoró siempre. Hablaba con Dora solamente nada más que para pedirle cosas o retarla porque algo no le gustaba. Dora no la quería nada. Decía que el señor Buitrago se merecía una mujer mucho mejor que la señora Alejandra. "Si yo te contará...", decía cada vez que hablábamos de ella. Pero nunca me contaba y yo me imaginaba historias de infidelidades estilo telenovela, aunque no sabía si Dora se refería a eso o a otras cosas. De todos modos, cuando la señora Alejandra abandonó al señor Buitrago yo confirmé mis sospechas y creí entender la frase inconclusa de Dora.

En la planta alta había una puerta exactamente igual a la de abajo; a la puerta del ascensor me refiero, y lo único que hacía yo era pasarles el plumero todos los días, tal como me había dicho Dora. Pero una vez por mes, Dora y yo hacíamos una limpieza bien profunda en toda la casa; entonces sí, abríamos la puerta de abajo y le pasábamos un trapo húmedo al piso de goma del ascensor, el plumero a las paredes y un trapo con limpiavidrios al espejo. Eso era todo. El ascensor siempre estaba en la planta baja y esa era la única puerta que abríamos.

Cuando la señora Alejandra se fue, le dejó una nota al señor Buitrago en la biblioteca. La encontró Dora._Si será desfachatada_ me dijo en la cocina, con la nota en la mano _ la dejó ahí, a propósito, para que nosotras la viéramos primero que el señor. No tiene vergüenza. Eso fue un sábado a la mañana, bien Temprano. Los sábados y domingos, el señor Buitrago se levantaba bastante tarde, por eso Dora tuvo tiempo de llevar la nota a la cocina mostrármela, comentarla, criticar a la señora y volver a dejarla en la biblioteca, sobre el escritorio, en el mismo lugar donde la había encontrado. Dora es muy cuidadosa.

La nota era breve innecesariamentecruel. Con pocas y precisas palabras, la señora le decía a su marido que se iba con alguien que la amaba y que había despertado en ella emociones que creía perdidas para siempre. "Ojalá encuentres una mujer que te haga feliz" era la frase de despedida. _Es una atorranta. Pobre señor_ repitió Dora, varias veces, mientras preparaba el desayuno

A eso de las once, el señor Buitrago, recién bañado y en su bata de seda, levantó el diario de la mesa del comedor ( donde lo había dejado Dora, como todos los días), entre abrió la puerta de la cocina y dijo:

_Buenos días. Por favor, Dora ya puede servirle el desayuno. Gracias

Y fue a la biblioteca, donde acostumbraba desayunar todos los sábados, mientras leía el diario y revisaba su correo electrónico. Murmurando "Atorranta, atorranta", Dora entró a la biblioteca con la bandeja del desayuno, mientras el señor Buitrago, sentado frente a su escritorio, leía la carta. Al reparar en Dora, la dobló en dos y la dejó a un costado, como si ella, con solo verla tuviera que adivinar el contenido. Claro que no tenía nada que adivinar, porque ya la había leído; pero eso el señor Buitrago no lo sabía. Igual, la pobre Dora se puso colorada como un tomate. Seguro que el señor no se dio cuenta, tan preocupado y dolorido que estaba por culpa de la señora Alejandra.

_Atorranta_ dijo, después, bien fuerte, cuando volvió a la cocina _Ojalá que no aparezca más, así el señor puede encontrar una mujer buena y decente como él. Ese día me quedó  grabado. No solo porque se fue la señora Alejandra y Dora, a pesar de la tristeza del señor, decidió festejarlo con una copita de oporto antes del almuerzo, sino porque a la noche anterior, mejor dicho, a la madrugada de ese día, fue cuando oí el ruido del ascensor por primera vez. Se lo conté a Dora, pero ella, aunque su habitación está pegada a la mía, no oyó absolutamente nada.

Me quedé pensando y se me ocurrió que la señora Alejandra había bajado en el ascensor a causa de las valijas. Seguramente no le habría resultado nada fácil arrastrarlas por la escalera. Aunque no sé, porque si bien ella y el señor dormían en habitaciones separadas, lo que le  permitía irse sin que él se despertara, ¿para qué arriesgarse a despertarlo con el ruido del ascensor? Finalmente llegué a la conclusión de que el señor Buitrago tenía el sueño tan pesado como Dora y que su esposa lo sabía muy bien y por eso se había arriesgado.

 El lunes, cuando estaba por irse a trabajar, el señor Buitrago nos comunicó que la señora se había ido de la casa y que ya no volvería. _No fue una decisión tan repentina_ dijo _Hacia tiempo que lo venía pensando. Se lo veía tan desvalido, un poco avergonzado, me pareció, como si se sintiera culpable de la conducta de su mujer. Yo no dije nada (¿Qué iba a decir?), pero Dora, con los ojos bajos, murmuró un "Muy bien, señor".

_Bueno_ dijo él justo antes de cerrar la puerta de calle _ahora tendrán menos trabajo_ . Se fue a la galería de arte y nunca más volvió a hablar del asunto. Dora siguió repitiendo  "atorranta" durante unos días, mientras preparaba la cena o cargaba el lavarropas, hasta que finalmente dejó de decirlo.

La Tercera Puerta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora