Capítulo 22

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¿Para qué querrán tanta carne? Ni que vivieran a mil kilómetros de la carnicería. Esa gente no sabe que hacer con la guita, loco. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete pollos, contó Leo. Medio cordero. Un costillar entero... Qué bárbaro, y abajo hay más, se fijó, levantando el costillar. Un freezer lleno de carne. Ja, podrían repartir un poco, viejo.
De golpe, Leo volvió a la realidad. ¿Qué estoy haciendo?, Se preguntó. En vez de buscar a mi amigo, me pongo a curiosear el freezer de un rico... Diego, Diego, ¿dónde estás?
Bajó la tapa del freezer y corrió hacia el ascensor. Se detuvo por un instante, miró por última vez el sótano de una punta a la otra y apagó la luz. Subió al ascensor y apretó el botón del medio.
Otra vez, el ruido lo puso nervioso. El ascensor subió un piso. Leo bajó, dispuesto a encontrar a su amigo aunque tuviera que dar vuelta la casa. Empezó por la biblioteca. Revisó hasta en los armarios. Siguió por el living y el comedor, después pasó a la cocina y subió a las habitaciones de Dora y Lucía. Bajó y volvió al comedor. Nada. Entonces subió las escaleras.
Una alfombra roja con arabescos cubría un amplio pasillo. A la derecha, dos puertas cerradas. A la izquierda, otra, de madera labrada igual a la de abajo, con la mirilla: la puerta del ascensor. Al fondo, un cortinado oscuro y pesado. Leo sintió un escalofrío. ¿Y si estaba Benito oculto detrás de la cortina? Qué persecuta madre mía, suspiró. De un salto y tres zancadas llegó hasta el cortinado y lo corrió de un manotazo. Sí, estoy de remate, confirmó. Detrás de la cortina sólo había una ventana que daba al jardín. Retrocedió hasta el comienzo del pasillo y eligió la primera puerta.
Un dormitorio. Algo de luz entraba por las rendijas de una celosía. Leo miró la llave de la luz, pero no la encendió. Abrió las puertas del placard y vio ropa de mujer. Miró debajo de la cama, abrió la puerta del baño y se quedó parado delante de la cortina de la bañadera, sin animarse a correrla. Todas las escenas de películas policiales con cadáveres en la bañadera le vinieron a la memoria en ese instante. Que manera de pensar pavadas, se dijo, sonriendo, nervioso y, de un tirón, descorrió la cortina. Nada, desde luego.
Quedaba una puerta: otra habitación; la del dueño tenía que ser, porque en la otra no había ropa de hombre. Se ve que dormían en habitaciones separadas. ¿Para qué vivían juntos entonces? ¿Quién entiende a la gente? ¿Será la guita que los vuelve así? ¿Cada uno por su lado, pero viviendo en la misma casa? ¿Sería para guardar las apariencias, como decía su vieja? La habitación estaba totalmente oscura. Leo tanteó la pared y encontró la llave de la luz. La encendió. Una cortina marrón, larga hasta el piso, tapaba la ventana por completo. Había bastante desorden: la cama sin hacer, una valija abierta y vacía sobre una mesa, las puertas del placard a medio cerrar... Leo las abrió del todo; sí, sólo había ropa de hombre, confirmó. Miró debajo de la cama y detrás de un silloncito, en un rincón. Corrió un poco la cortina: detrás de la marrón había otra, blanca. Las hojas de vidrio estaban cerradas y la celosía también. Fue al baño. Otra cortina, pero esta vez, ninguna imagen terrorífica se le cruzó por la mente. La descorrió, y entonces, sí, una imagen lo horrorizó, pero no provenía de ninguna película, sino de la mera realidad.

















Hoy escribo otras 4 capítulos más para compensar está semana.

La Tercera Puerta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora