Capítulo 5 [Parte 1]

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El lunes, Dora llegó a las cinco de la tarde con una buena comisión de alfajores santafesinos en el bolso y varias fotos de su sobrina nieta

_No sabés lo linda que es la mocosa. Igualita a la madre. Y mi sobrina se parece a mi, así que, ¿qué querés que te diga? Te voy a mostrar unas fotos mías de cuando era chica, vas a ver, dos gotas de agua con la nena... Y por acá, ¿qué tal las cosas?

La única novedad eran mis libros, así que le conté lo poco que sabía y la llevé a mi habitación para mostrárselos.

_Seguro que te los mandó tu mamá, arrepentida de las perradas que te hizo.

No dije nada. Para mí seguía siendo un misterio, pero pensaba que con el tiempo me iba a enterar de la verdad. El señor Buitrago creía lo mismo. El domingo a la noche, cuando llegué de la casa de mis tíos, me estaba esperando para preguntarme lo de la encomienda. No le di demasiados detalles acerca de la relación entre mi mamá y yo, pero le di a entender que no era muy buena y le dije claramente que no creía que fuera ella quien me había enviado los libros.

_No sé, a lo mejor fue algún amigo de mi papá que ahora no recuerdo - dije no muy convencida.

_Bueno, tarde o temprano ya se va a enterar, Lucía. Ahora no piense en eso y disfrute de sus libros.

Me di cuenta de que tenía razón y traté de no pensar más en el tal Fernández. Pero mi mamá seguía dándome vueltas en la cabeza y eso era inevitable: con libros o sin libros, ella siempre daba vueltas en mi cabeza.

Dora se puso a cebar mate y no paró de hablar hasta las seis, y eso porque le señalé el reloj de la pared y le recordé que Diego ya estaría por llegar.

_Bueno -dijo, entonces, y me alcanzó un mate -, mientras ustedes van al colegio, yo me dedico al lavarropas. Mañana no te salvás de la plancha.

La teoría de Diego acerca del envió de los libros era de lo más disparatada. Según él, me los había mandado alguien que estaba enamorado de mi. Un novio de Tapalqué, a quién yo, supuestamente, ya había olvidado, deslumbrada por las luces de Buenos Aires. Diego siempre me hace reír.

_Me vas a tener que ayudar para la prueba de Matemáticas - dijo, cuando estábamos llegando a la escuela -, hay algunos ejercicios que no me salen

_¿Hay alguno que te salga?

_No empecemos...

_Digo, así dejamos los que entendés y pasamos a los otros.

_Me parece que... Me los tenés que explicar todos... - dijo, humilde.

_¿Y ahora me lo decís? ¿Por qué no te acordaste antes? La prueba es mañana, Diego...

_Qué novedad. Por eso te pido ayuda.

_Bueno, vení a casa mañana. Temprano, ¿eh? Mirá que tengo muchas cosas que hacer. Te explico mientras plancho. Si el tiempo no alcanza, seguimos a la tarde.

_Qué tortura, madre santa...

El martes, antes de irse a la galería, el señor Buitrago nos dijo que a media mañana iba a venir Benito otra vez para terminar el arreglo de la cañería del sótano

_Espero que hoy lo pueda terminar y no se rompa ningún otro caño -dijo-. Eso es lo que pasa en las casas viejas: cuando no se rompe una cosa, se rompe otra.

A las nueve y media apareció Diego. Nos instalamos en el cuarto de planchar, y mientras él luchaba con los ejercicios que le había preparado durante el desayuno, planché la pila de ropa que Dora me había dejado en una silla. De vez en cuando hacía una pausa para explicarle algo a Diego o corregirle algún ejercicio. No puse la radio para que no se distrajera.


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Mañana subiré la segunda parte y el capítulo seis que no tendrá partes.

La Tercera Puerta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora