Capítulo 20

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Con la puerta del jardín no tuvo ningún problema. Con la del sótano, algo pasaba. No había caso, no la podía abrir. La llave hacía juego, pero no se abría. Parecía como si la hubieran cerrado por dentro con un pasador. ¿Pero quién? Diego, imposible. ¿Para qué?
Leo intentó otra vez con el celular. Nada. Seguía apagado. ¿Y ahora que hago?, Dijo entre dientes. Tengo que entrar, no hay otra. Con las ganzúas en la mano, fue hacia la puerta principal. “Estuve en el sótano. Bajé en el ascensor”, recordó, textual, el mensaje de Lucía en el teléfono de Diego. Lo único que tengo que hacer es buscar el ascensor y bajar, pensó, tratando de tranquilizarse, y rogar que nadie me vea entrando en la casa
Leo probó una llave y otra con precisión de cerrajero. ¿Un minuto? Menos, quizás. La cerradura cedió y un suspiro largo y profundo ensanchó su pecho, a la vez que un temblor le recorría la espalda. Ya estaba adentro. Cerró la puerta suavemente, como si temiera despertar a alguien. Hacía mucho que no entraba en una casa de ese modo. Nunca más después de salir de la cárcel. Se había jurado que nunca, pero nunca más. Y estaba seguro de que iba a mantener la promesa por el resto de su vida. Pero entonces, ¿qué haces acá, loco?, Se dijo. Y quiso salir corriendo y tirar las ganzúas en una alcantarilla y nunca más volver a meterse en una casa ajena. Pero, pará, loco -reflexionó a continuación- si no viniste a robar. ¿Qué estas pensando, salame? Es por Diego que estás acá. Diego, tu amigo, tu hermano. ¿Cómo no vas a ayudar a un hermano? Leo cerró los ojos un segundo vio la cara de Diego y, enseguida, la de Lucía. Lucía atada y amordazada en el sótano, él levantándola del piso y cargándola al hombro para subir la escalera. Lucía en la cama del Hospital. Y Diego, otra vez. ¿Cuál sería la puerta del ascensor?
Seguramente era esa que se veía ahí, justo enfrente de la puerta de entrada. Una puerta de madera labrada, igual a esa otra de la izquierda, que estaba entreabierta y dejaba ver parte de un escritorio y una biblioteca. Sí, igual, pero con una mirilla enrejada a la altura de los ojos. Leo fue derecho a la puerta y la abrió. Y después, la puerta tijera. Y después apretó el botón; el último.

La Tercera Puerta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora