Capítulo 2

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Fue un domingo cuando al señor Buitrago se le ocurrió lo de la bodega. Justo una semana y un día después de la partida de la señora Alejandra. Los domingos Dora y yo lo pasábamos fuera de casa; era nuestro día de salida. Dora también tenía la tarde del sábado. Yo no, porque como me daban permiso para ir a la escuela nocturna, habíamos arreglado de entrada que el sábado no salía.

El sábado Dora se iba a lo de la hermana, pero a la noche volvía a dormir a casa porque decía que así se sentía más comoda. El domingo nos levantábamos temprano y salíamos las dos juntas, ella otra vez a lo de su hermana y yo a la casa de mis tíos. Al principio, cuando llegué a Buenos Aires, casi no me movía de Barracas. Toda mi actividad la tenía en el barrio. La casa del señor Buitrago queda sobre la calle Herrera, frente a la plaza Larrea; la panadería de mis tíos (y su casa, porque viven en el piso de arriba), a cuatro cuadras, nomás, en la avenida Montes de Oca, y la escuela nocturna a la que voy con mi primo Diego también esta serca, sobre la misma avenida. Con el tiempo empecé a salir más. Me gusta ir al cine, al teatro, a los museos, a escuchar música o simplemente a caminar y conocer otros barrios. En Buenos Aires hay tantos lugares donde ir. A veces salgo con Leo y Diego, y siempre terminábamos comiendo pizza en Los Campeones. Leo es amigo de mi primo y también va a la nocturna, pero está un año mas adelantado que nosotros. Diego podría estar con él porque tienen la misma edad, pero es tan vago. Un caso, Diego. Repetidor, por eso mis tíos lo engancharon en la nocturna conmigo. Ahora le va bastante bien. Yo lo hago estudiar. Por suerte, me hace caso. Mis tíos y Diego son casi mi única familia. Y Dora, también. Dora es amiga de mis tíos; por ella entré a trabajar en la casa del señor Buitrago. Y Leo es... Bueno, es especial. Aclaro que dije "casi mi única familia" porque también tengo a mi mamá. Aunque "tengo" es una manera de decir, porque creo que si no la tuviera sería exactamente lo mismo. Pero, bueno, mi mamá no tiene nada que ver con toda esto y yo no quería hablar de ella, sino de la bodega. Aquel domingo que Dora y yo volvimos a la casa, encontramos al señor Buitrago muy animado. Mientras Dora le preparaba la cena, entró a la cocina y nos dijo:

_Dora, Lucia, quiero contarles un proyecto que se me ocurrió esta mañana. Voy a hacer una bodega en el sótano. El albañil empezará a trabajar esta misma semana_. Dora se alegró.

_Es lo que necesitaba_ me dijo, cuando el señor salió de la cocina. Una ocupación en la casa, así no se acuerda de la atorranta. Y para festejar; se sirvió una copita de oporto. Yo también me alegré. Me daba no sé que verlo triste, dando vueltas por las habitaciones por culpa de una mujer que, después de todo, lo había abandonado y que ahora, como decía Dora, andaría por ahí revolcándose vaya a saber con quién. -además, me parece bien que ordene un poco ese sótano. Esta lleno de porquerías. Todo lo que no sirve va a parir ahí- siguió Dora. Después me enteré de que las porquerías eran cuadros y marcos que el señor Buitrago traía de la galería, aparte de otras cosas que la gente que vive en casas grandes acostumbra a guardar pensando que en algún momento las van a vender o regalar y que, al final, para lo único que sirven es para ocupar lugar, como un FREEZER viejo que habían cambiado el año anterior, las sillas de la cocina, que estaban nuevas, pero a la señora Alejandra no le gustaban, y cosas así. El lunes, el señor no fue a trabajar y se pasó toda la mañana sacando los marcos y los cuadros del sótano y cargado una camioneta que se lo llevó todo al depósito de la galería. El martes, a eso de las once y media, apareció el albañil.

_Es una persona de confianza_

nos dijo el señor, esa misma mañana, antes de irse. Hizo muchos trabajos en la galería. Lo conozco bien. Ustedes no se preocupen por nada. Ahora me voy para darles las llaves del sótano y de la verja, así puede entrar directamente, sin tocar el timbre. Ustedes no se preocupen, repitió. A Dora no le gustó eso de tener a un extraño trabajando en la casa mientras el señor Buitrago no estaba. Pero como él insistió en que era una persona de confianza, no pudo decir nada. Creo que lo que no le gustó fue que el señor le diera las llaves. Yo no lo vi mal. Después de todo, el señor lo conocía bien. Además, el sótano tenía una entrada independiente por el jardín. Osea que a la casa no iba a entrar. A eso de las once y media oímos los primero golpes. A las una se dejaron de oír. Dora espió por la ventana de la cocina, por si lo veía salir para almorzar, pero no. Se ve que llevó el almuerzo y comió en el sótano. Antes de las dos, empezó a golpear otra vez. El señor Buitrago nos había explicado que, para hacer bien la bodega, había que agrandar un poco el sótano volteando parte de una pared divisoria que, en realidad, no servía para nada. Y el albañil golpeó tanto que en un momento Dora tuvo miedo de que se nos cayera la casa encima. A medida que avanzaba la tarde, los golpes se fueron oyendo cada vez menos, hasta que a las seis, que es la hora en que salgo para el colegio, el albañil se fue. Diego, que pasaba a buscarme todos los días, lo vio bien. Yo apenas lo vi de atrás, cuando doblaba la esquina.

_¿Quién es ese Chabón que salió recién?, me preguntó.

_Debe ser el albañil. Está trabajando en el sótano.

_Es un aparato. Parecía el jorobado de Nostradamus.

_El jorobado de Notre Dame, querrás decir.

_Es lo mismo. Vos me entendés. Tenía una joroba en el hombro.

_¿No sería en la espalda?

_Bueno, en la espalda, pero a un costado. El otro hombro lo tenía caído. Y además era rengo. ¿De dónde lo sacó tu jefe?

_Dijo que lo conocía de la galería de arte y que era de mucha confianza.

_Bueno, si él lo dice... Lo que es yo, lo veo entrar a mi casa y salgo corriendo, y no solamente por la joroba y la rengueada.

_Renguera

_Esta bien, renguera. Hay algo más que no te dije...

_Era todo verde y cubierto de escamas.

_No. Eh... Tenía... No me vas a creer.

_Dale, Diego...

_Bueno, esta bien. ¡Tenía los colmillos de vampiro!

A Diego no se le puede creer todo lo que cuenta. Siempre agrega algo, exagera o adorna la información como a él se le ocurre. Decidí creerle a medias, sin contar lo de los colmillos, por supuesto.

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Al día siguiente me tocaba planchar. Dora no planchaba; no le gusta. El día que llegué, me lo dijo clarito:

_Vas a tener que planchar. De la cocina y el lavarropas me encargo yo,quedate tranquila. Pero el planchado es todo tuyo_

A mi me gusta planchar. Es una tarea tranquila. Mientras plancho, escucho música, pienso, repaso lo que estudié, miro por la ventana. El cuarto de planchado está al lado de la cocina y tiene una ventana que da al jardín. Serían mas o menos las once. Me había olvidado por completo del albañil. Dora estaba arriba, limpiando los dormitorios. La radio estaba apagada. Yo me contaba a mi misma, mentalmente, todo "Don Segundo Sombra", que había terminado de leer el fin de semana y que esa noche nos iban a tomar en una prueba; iba mas o menos por la mitad, cuando me sorprendió el ruido de la llave en la puerta del jardín. Es un ruido metálico, bien fuerte, que se oye perfectamente desde la casa. Levanté la cabeza y lo vi. Pensé en Diego y me prometí no volver a desconfiar de lo que me dijera. Un hombre encorvado entraba al jardín. Rengueaba y camina mirando el piso. En un momento alzó apenas la cabeza y pude distinguir sus dientes de conejo, el labio superior levantado, el mentón prominente. Llevaba una gorra y por debajo le asomaban mechones crespos de pelo oscuro. Tenía un pantalón de corderoy marrón, uno o dos talles más grandes de lo necesario y un saco a cuadros, largo y también holgado, seguramente a causa de la joroba. Se volvió para cerrar la verja y después avanzó hacia el jardín. Sus movimientos no eran lentos, a pesar de la renguera. Lo vio desaparecer a mi izquierda, y enseguida oí el ruido de la llave en la puerta del sótano.

Después mientras almorzaba en la cocina con Dora, se oyeron algunos golpes de martillo que se prolongaron el resto de la tarde, pero esporádicamente; y eso fue todo. A las seis, cuando vino Diego a buscarme, todavía se oían algunos golpes. A la noche, Dora me contó que el señor Buitrago le había dicho que faltaba poco para que el albañil terminara el trabajo. Y así fue. El viernes terminó todo y no vino más. Quedaron pendientes algunos detalles de pintura de los que se encargó el señor Buitrago el domingo, porque el albañil andaba muy ocupado y no iba a poder venir en toda la semana.

_Falta apenas una manito de pintura en una pared_

nos dijo el sábado, después de haber bajado al sótano para inspeccionar la obra.

_Mañana lo pinto yo, no vale la pena esperar una semana hasta que Benito se desocupe y pueda venir_.

Así nos enteramos Dora y yo que el albañil se llamaba Benito. Era la primera vez que el señor Buitrago mencionaba su nombre.

La Tercera Puerta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora