Capítulo 9 [Parte 1]

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Llegué a casa alrededor de la una. Dora me estaba esperando con la comida lista.

_Bueno, nena, tenemos tiempo de comer tranquilas y en silencio. Benito todavía no llegó.

_¿El señor Buitrago ya comió?

_Se fue temprano. Me dijo que tenía trabajo en la galería y que después se iba a un remate a ver unos cuadros y que volvía a la noche.

Después de comer, mientras Dora lavaba los platos y yo los secaba, se oyó el clan clan de la puerta del jardín. Eran las tres menos veinte. Dora miró hacia la ventana, pero no se acercó. Yo sí me acerqué, por un momento pensé que Benito me iba a mirar. Quería saludarlo. Pero no. Pasó junto a la ventana con la cabeza baja, como siempre

_Es un bicho, no hay vuelta que darle - dijo Dora.

Minutos después empezaron los golpes. A las tres, Dora se fue. Preparé café y pensé llevarle una taza a Benito, pero no me animé. Me dio rabia conmigo misma. Me sentí cobarde. Fui a buscar mi mochila del colegio y me puse a preparar las materias para el lunes. Los golpes seguían, pero no me molestaban. Tenía tarea para Historia, Lengua y Matemática. Leí, escribí, resolví unos ejercicios y listo. Trabajo terminado. Del colegio, nada hasta el lunes.
Dora me había encargado descolgar las cortinas de la habitación de la señora y las dejara en el lavadero, así ella las lavaba el lunes bien temprano. Era el único trabajo que tenía que hacer y quería sacármelo de encima rápido para dedicarme a mis cosas, o sea, mirar películas en la tele y terminar de leer la última parte de El señor de los anillos.
Hay que ver cómo juntan mugre las cortinas. Y eso que Dora las sacudía todos los días con las ventanas abiertas. Para colmo, en toda la casa hay dos cortinas por ventana, una finita y vaporosa y otra pesada, de terciopelo, que es la que más se llena de tierra. Saqué la escalerita que Dora guardaba en el placard del pasillos y empecé a descolgar las cortinas, dejándolas caer al suelo: un cortinado enorme, de pared a pared, que atraca casi en el techo y llega hasta el piso. Doblé las cortinas lo mejor que pude y las sostuve con los dos brazos. Pesaban una barbaridad. Apenas empecé a caminar hacia la escalera para llevarlas al lavadero, se me desdoblaron y, aunque hice un malabarismo para que no se cayeran, pisé la punta de una de las cortinas de terciopelo y casi me caigo yo. Creo que me asusté un poco, porque se me ocurrió pensar que si eso mismo me hubiera pasado mientras bajaba por la escalera, podría haberme caído rodando hasta abajo. Sola en la casa, ¿quién me ayudaba si me caía? ¿Benito? ¿Escucharía mis gritos desde el sótano? Mientras me arrodillaba en el piso para volver a doblar las cortinas, no sé por qué, levanté la cabeza y miré la puerta del ascensor. Si lo usaban para bajar la valijas, ¿por qué no usarlo para bajar las cortinas?
Apreté el botón y esperé. El ruido del ascensor me puso nerviosa. Como me retaría Dora si me viera en este momento, pensé. Abrí la puerta de madera y de metal. Volví a abrazar las cortinas y entré, cerré las puertas , apreté el botón y... me puse más nerviosa. Pensé en Dora otra vez. De repente, el ascensor se detuvo.
Fue una intuición, más que una certeza, pero aun antes de abrir la puerta tijera, me di cuenta de que algo andaba mal. No fui rápida; tardé un poco en comprender. Se trataba de la puerta. No la puerta tijera, si no la otra. La puerta de madera que no era de madera, era metálica, de esas corredizas, en paneles, que suelen ser las más comunes en los ascensores. ¿De dónde había salido esa puerta? Era la primera vez que la veía. La puerta de madera tenía que estar ahí y no estaba. ¿Entonces...? La abrí de un tirón...

La Tercera Puerta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora