Capítulo 12

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NARRADOR OMNISCIENTE

Ni un alma en la calle. Diego y Leo llegaron a la plaza Larrea y cruzaron hacia Herrera. La casa era antigua y se notaba que estaba reciclada, pero con buen gusto, conservando el estilo. Se acercaron tranquilos, como si fuera su propia casa. No había luz en las ventanas. Leo llevaba el manojo de llaves en la mano. Miró la cerradura y, en segundos, apenas, ubicó la ganzúa que abriría la verja de hierro.

NARRACIÓN DE LOS PERSONAJES

_Guarda, que hace ruido -lo atajó Diego antes de que la abriera-

_¿A papito? Ja, ja.

La puerta se abrió, dejando oír apenas un chirrido suave, un rasguño metálico y seco. Los chicos atravesaron el jardín, como sombras. La única luz era la que provenía de la calle. Sin hablar, Diego señaló una puerta de metal, algo más pequeña que una puerta común, sobre la que se descolgaba una enredadera.

_¿Y...? ¿La encontraste?

_Para un cacho. No me hablés que me pongo nervioso.

_¿Querés que te ayude?

_Sí, correte que me tapás la luz.

_A buscar la llave te digo...

_Qué sabés de llaves vos, loco...

Leo probó una, dos llaves. Nada. Probó la tercera..

_Quiero hacer algo, Leo, estoy nervioso...

_Hacé silencio, loco... Listo. Ya está. Ahora rajo a la parada del... ¿Qué colectivo era?

_Cualquiera, ya te dije, dale. Si te necesito, te mando un mensaje.

Diego abrió la puerta del todo y en ese mismo momento fue consciente de la primera dificultad.

_Ni una puta linterna se me ocurrió traer...

La luz de la calle le permitió vislumbrar una especie de túnel que se abría hacia abajo, todo oscuro, y un tramo de escalera que se sumergía en la profundidad de la cueva. Diego dejó la puerta abierta y empezó a bajar, ayudándose con ambas manos: una, contra la pared; la otra, sobre la baranda. Un escalón, dos escalones, tres, cuatro, cinco. Perdió la cuenta. Su intención era contar hasta el final, concentrarse en los escalones, uno a uno, para no pensar que se estaba metiendo en una casa donde no había sido invitado. Uno, dos, tres, cuatro, cinco y basta. ¿Cómo confundirse habiendo llegado nada más que hasta cinco? Tal vez el simple hecho de haber habituado sus ojos a la oscuridad fue la causa de que perdiera la cuenta. Ahora veía, poquísimo, pero lo suficiente como para concentrarse su entorno y olvidarse de los escalones. Siguió bajando, sin quitar las manos de la pared ni de la baranda, pero viendo un poco más cada vez. La escasa luz de la calle servía para algo. Aún no veía formas nítidas, sino bultos diferenciados. Algunos, en el suelo. Otros, contra las paredes. Además, empezó a formarse una idea, más o menos cabal, de las dimensiones del sótano. Era amplio; quizás abarcara la superficie de toda la casa. Ya estaba llegando al final de la escalera, cuando se le ocurrió pensar en la llave de la luz. Seguramente había una al lado de la puerta. Lamentó no haberlo pensado antes. Aunque quizás era mejor así, en la oscuridad... ¿Mejor, qué?, Se preguntó. Si ni siquiera sabía qué estaba buscando... Caminó unos pasos con los brazos extendidos, y ya estaba por subir la escalera en busca de la llave de la luz, cuando chocó con algo. Se agachó y tardó unos segundo en comprender lo que había visto o, mejor dicho, había notado.

_Lucía... ¿Sos vos, Lucía? ¿Qué te pasó...?

Ni un murmullo de respuesta. Nada. Diego apoyó su oído en el pecho de su prima y oyó latir su corazón. Luego le tocó la cara y sus dedos palparon un trozo de cinta plástica que le cubría la boca. Entonces sacó su celular del bolsillo y le envió un mensaje a Leo.

La Tercera Puerta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora