Capítulo 29

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Cuando el señor Buitrago le apuntó, Leo se quedó paralizado. Tal vez habría podido escapar, bajar la tapa de un golpe y huir hacia la puerta principal. Pero no lo hizo; se quedó inmóvil, mirando al hombre que lo amenazaba con una pistola. Y el hombre supo enseguida que su presa no tenía escapatoria; ya era tarde, si no lo había hecho antes, ya no escaparía. No le quedaba más remedio que obedecer y bajar, tal como se lo ordenó a punta de pistola. De un salto, Leo bajó al sótano.

_¿Qué haces en mi casa? ¿Cómo entraste?

_Vine para saber qué pasaba...

_¿Y ahora lo sabés?

_No, no sé nada...

_¿Seguro? ¿No estabas espiando? ¿Qué viste?

_Nada, no vi nada...

_No te creo, decime qué viste.

Leo no pudo evitar que su mirada se dirigiera hacia la pared donde estaba el envoltorio. Fue un movimiento casi imperceptible, pero el hombre lo advirtió.

_Así que no sabes nada... Claro.

Sin dejar de apuntar, el hombre se pasó el dorso de la otra mano por la frente y tomó aire. Se veía cansado.

_Pensándolo bien... -dijo, mientras lo miraba con curiosidad -, creo que podés darme una mano. ¿Sabés algo de albañilería?

_Sí -dijo Leo, que por un momento pensó que el tipo lo estaba cargando.

_Entonces me vas a ayudar a terminar esa pared -y señaló con la cabeza el boquete donde estaba el envoltorio- . Me duele la cintura ¿sabés? Trabajo mucho.

Leo no se movió del lugar, sólo miraba el envoltorio. Ahora no tenía dudas de lo que veía. El señor levantó más la pistola y le apuntó a la cabeza.

_Es una orden -dijo-. Y tenés que apurarte. Dale, empezá a poner ladrillos. La mezcla ya está lista.

Tres pasos y Leo llegó hasta el boquete. No podía dejar de mirar el envoltorio de plástico transparente.

_¿Te da miedo? Mejor. Empezá a poner los ladrillos así no la vez más.

Estaba congelada. Quién sabe cuánto tiempo estuvo en el freezer... Y él no la había visto... ¿Sería su esposa...?

_Más vale que te apures. Empezá de una vez.

_¿Y después, qué pasa? -preguntó Leo, mirando al tipo de frente.

_¿Después? Nada, qué va a pasar.

_Conmigo. ¿Me va a dejar ir?

_Vos trabajá y después hablamos -y volvió a apuntarle directo a la cabeza.

Él sabía perfectamente lo que le esperaba de una vez que terminara de poner los ladrillos. Pero había que ganar tiempo. Si se negaba, era peor: el tipo lo liquidaba de una vez y se lo sacaba del medio. Había que ganar tiempo como fuera. Empezó a colocar los ladrillos.

_Ja, la hizo bien, ¿eh? Todo el mundo buscando a Benito y resulta que el malo es el señor de la casa -dijo, sin mirarlo.

_Cerrá la boca y trabajá.

_Trabajo con las manos, puedo hablar igual.

_¿Ah, sí? Bueno, hablemos si querés, pero más te vale que te apures, a no ser que prefieras que te apure yo

_¿Qué quería hacer con Lucía?

_No es asunto tuyo.

_Me va a matar igual, así que por lo menos cuentemé.

_Me caés bien. Tenés sentido del humor. De acuerdo. Te cuento. Lucía se metió en donde no debía. Iba a sacarla del miedo, pero dos infelices se me adelantaron y tuve que cambiar los planes.

_Sí, Diego y yo somos dos infelices. No tengo la menor duda.

_Tan infelices que tuvieron que volver. ¿Te das cuenta? Me obligan a hacer cosas que no quiero hacer.

_Claro. A su mujer no quiso matarla, pero alguien lo obligó ¿no?

_Ah, sos inteligente, ¿eh? Si, alguien me obligó. O mejor dicho, algo. Su fortuna.

_¿Y cómo piensa salir de todo esto?

_Eso es cosa mía. Vos seguís con los ladrillos

_¿No tiene miedo de que Lucía y Diego se acuerden de los que pasó y lo denuncien?

_Diego no me vió y a Lucía la atacó Benito, aunque pensándolo bien, no estaría nada mal que esta noche algún médico del hospital les diera una inyección incorrecta y...

Entonces se dio cuenta: el médico que estaba junto a Lucía cuando él apareció en la sala era el mismo que había visto doblar la esquina y subir al auto cuando esperaba a Diego...

_¿Y por qué no los mató de entrada? ¿No era más fácil sacárselos de encima de una vez? -dijo, para ganar tiempo.

_Vos y tu amigo me complicaron las cosas. Si no se hubieran metido en el medio, Lucía habría muerto en un accidente de tránsito, camino a Tapalqué.

Leo se estremeció; un escalofrío le recorrió la espalda, a lo largo de la columna. La imagen de Lucía tirada y atropellada en una ruta en un charco de sangre pasó por su cabeza como la luz de un flash. El tipo estaba loco. De repente sintió que sus manos se paralizaban. Las miró, movió los dedos lentamente; ¿qué estaba haciendo? ¿ayudando a emparedar un cadáver?

_No hay tiempo para que te pongas a meditar. Seguí, ¿o querés que...?

Lo interrumpió un portazo. Alguien había entrado a la casa.

_No te muevas, y ni se te ocurra hablar.

Sin dejar de apuntarle con la pistola, el hombre se acercó al ascensor y prestó atención. En ese momento, el hueco del techo por donde había entrado Leo se iluminó. Alguien había encendido la luz en el hall de entrada. Buitrago lo advirtió y se sobresaltó.

_Señor Buitrago... ¿Está en casa? -se oyó la voz de Dora.

Leo no apartaba la mirada de los ojos del hombre ni de la mano que sostenía la pistola. Sin embargo, a pesar del sobresalto, esa mano no tembló y esos ojos no dejaron de mirarlo a él.

_Señor Buitrago...- una sombra sobre el cuadrado de luz acompañó la voz de Dora.

Ahora, sí, los ojos del hombre dejaron de mirar a Leo y se dirigieron hacia la sombra, un segundo apenas, lo suficiente para permitirle a Leo arrojar con todas sus fuerzas el ladrillo que tenía en la mano . Le acertó en plena cara. El tipo cayó redondo al piso y soltó la pistola. Leo saltó como un gato salvaje y la recogió. Justo en ese momento, Dora se asomaba por la abertura del techo.

_¡Ay, madre santa! ¿Qué es esto?

















Sólo 4 capítulos. Bye

La Tercera Puerta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora