Capítulo 25

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Después de extraerle sangre, el médico y la enfermera se fueron de la sala. Dora volvió a quedarse sola con Lucía, que parecía dormir tranquila. Si por lo menos tuviera una revista, pensó. Apenas llegue alguien voy a aprovechar para ir al puesto de diarios. Con ese pensamiento, volvió a sentarse en la silla, y apenas lo hizo, un bostezo le abrió la boca enrme y redonda. Miró a Lucía, le tocó la frente, estiró un poco la sábana y volvió bostezar. Dos minutos más tarde, ya estaba dormida otra vez.
Al primer ronquido, el médico de anteojos redondos y barbita de chivo asomó la cabeza entre los paneles del biombo. Sin apartar la mirada de Dora, fue acercándose lentamente hasta la cama. Lucía movió los párpados; fue un movimiento leve, apenas pestañear, nada más, pero suficiente para que el médico lo advirtiera. Luego despegó los labios y enseguida volvió a juntarlos. Una ves más el mismo movimiento, y otra, pero ahora con mayor celeridad, como si quisiera hablar: Sí, como si quisiera hablar y el cuerpo le respondiera, los labios, la lengua, los dientes, como si su cuerpo empezara, de a poco, a recibir órdenes, las órdenes de su cerebro dormido que ya daba muestras de querer despertarse.

_La cara, la cara de...-dijo, con los ojos aún cerrados.

El médico llevó una mano hacia el bolsillo de su delantal, sin apartar la mirada de Lucía, que seguía moviendo los labios, ahora sin emitir más que una especie de gemido.

_Usted es el neurólogo? - se oyó la voz de Dora, entre sorprendida y adormilada.

_Ehh.. No, todavía no vino -dijo el médico, girando apenas la cabeza, sin apartarse de la cama. Lucía entreabrió los ojos.

_¿Le van a hacer otro análisis? -preguntó Dora

_Sí, uno más. Le voy a sacar un poco de sangre.- respondió el médico, siempre a espaldas de Dora.

_Pobrecita. ¿Hasta cuándo la van a seguir pinchando?

_Una vez más y basta -dijo él, mientras sacaba la jeringa del bolsillo de su delantal.

En ese momento, Lucía abrió los ojos. Parpadeó varias veces y, al fin, fijó la vista en el médico.

_El... sótano...-dijo.

Dora se paró de un salto y prácticamente se arrojó sobre Lucía.

_Habló, doctor, habló... Lucía, decime algo. ¿Estás bien? ¿Qué te duele? ¿Qué te pasó?

_Se corre, por favor... Saco la muestra y me voy -dijo el médico, tratando de apartar a Dora.

_Sí, sí, perdón, doctor. Voy a buscar a Alá enfermera, me dijo que le avisara si Lucía decía algo.

_No se preocupe. Yo le aviso -dijo el médico, mientras buscaba la vena en el brazo de Lucía.

Pero antes de que pudiera clavar la aguja, lo interrumpieron unos gritos demasiado estridentes para una sala de hospital.

_Le digo que no se puede entrar. No es horario de visita...

_¡No me importa! ¡Yo entro igual!

El médico guardó la jeringa en el bolsillo, dijo “ahora vuelvo” y se fue en dirección contraria a los gritos; no había terminado de dar la vuelta a la cama, cuando el biombo se tambaleó y apareció Leo, apenas sujeto del brazo por una enfermera furiosa.

_Lo traje a Diego, Dora, estaba desmayado... -dijo, dejando la frase a medias.

Algo en el médico de la barbita le llamó la atención, pero no supo qué. Tampoco pudo averiguarlo porque el médico parecía apurado; saludó con un movimiento de cabeza y se fue.
















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La Tercera Puerta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora