Capítulo 4 [Parte 2 Final]

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En la esquina tuve que hacer un alto. Todavía faltaba una cuadra para la parada. Llegué con la lengua afuera, como quien dice. Cuando apareció el colectivo, tuve que subir primero la caja y después, yo. Pero creo que lo peor de todo fue soportar la intriga de saber qué había adentro. Por más que lo intenté, no pude romper ni un pedacito de cinta. Habría necesitado un cuchillo o una tijera, y no había nada parecido.
Cuando abrí la puerta de la cocina eran las once menos diez. Para poder maniobrar con las llaves, había puesto la caja en el suelo. Después abrí la puerta, arrastré la caja hasta el interior de la cocina, busque un cuchillo y, ahí nomás, arrodillada en el piso, empecé a cortar la cinta. Casi me muero de la sorpresa. La caja estaba llena de libros. Saqué uno : La isla del tesoro; otro : Cuentos de Navidad; otro : Tom Sawyer, Los tres mosqueteros, Historia de dos ciudades, El misterio del cuarto amarillo, Un viaje en globo, El conde de Montecristo, La máquina del tiempo. Me puse a llorar como una loca. Y no estaba Dora para poder contarle. Quería llamar a Diego, a Leo, a mis tíos, pero no podía dejar de hojear los libros. Mis libros. Los libros de mi papá. No aquellos, viejos, ajados que él me leía cuando era chica, sino otros, nuevos, impecables, pero los mismos títulos de su biblioteca, los mismo que mi mamá vendió por centavo cuando él murió, con la única justificación de no ver en la casa nada que le recordara al hombre que había tenido el pésimo gusto de quedar hemipléjico y esclavizarla durante dos años junto a su silla de ruedas, empecinado a no querer morirse. ¿Y ahora, qué? ¿Estaba arrepentida y por eso me mandaba los libros? ¿Y por qué con un nombre falso?
No. No podía ser ella. Mi mamá no sería capaz de recordar dos títulos. No por mala memoria, sino simplemente porque jamás le interesaron los libros de mi papá ni nada que estuviera relacionado con él. Ni él, desde luego. Pero, entonces, ¿quién? Diego, Dora, mis tíos... No recordaba haberles enumerado los libros tan detalladamente como para que los recordaran y luego pudieran comprarlos sin errores... Y aunque fuera así, ¿Por qué? Muchas veces le hablé a Dora de mi infancia, de mis padres, de los libros, más que a mis tíos, incluso, porque estoy más tiempo con ella, pero... Si Dora hubiera querido regalarme los libros, ¿por qué iba a enviar una encomienda desde Tapalqué? No tenía sentido. Ni Dora, ni mis tíos, ni Diego. Entonces quedaba mi mamá.
Puse todos los libros sobre la mesa. Los hojeé uno por uno, leí los títulos y las contratapas, les sentí el olor, los acaricié, los ordene alfabéticamente, los desordené, los conté, los apilé.
De repente oí golpes. Eran suaves, sordos, hasta podría decir, delicados. Benito. Me había olvidado. Quién sabe desde cuándo estaba ahí, y yo sin darme cuenta. Llevé los libros a mi dormitorio y me puse a ordenar la casa. Los golpes de Benito se escuchaban también desde las habitaciones de los señores, aun que mucho mas débiles. A la una y media me senté a almorzar. Desde la una que no se oían los golpes. Leí. En un momento, me sobresalté: el ruido de las llaves del sótano me llegó clarito. Levanté la cabeza: las tres menos cuarto. Sentí como si apenas hubieran pasado diez minutos desde que me había sentado a comer. Fui hasta la ventana, Benito rengueaba a medio metro de mí, del otro lado del vidrio. Alcancé a verle el perfil: la boca entreabierta, el destello de los dientes, una nariz larga y afilada, el pelo alborotado emergiendo de la gorra. Fue muy rápido, como una luz que se enciende y se apaga, como un flash de una cámara de fotos. Enseguida lo vi de espaldas, yendo hacia la puerta del jardín. El saco a cuadros, el hombro levantado por la joroba, el pantalón flojo. Igual que la otra vez. Benito idéntico a Benito. Pobre, pensé, que difícil pasar desapercibido con semejante aspecto. Otra vez el ruido de las llaves y la cerradura, pero esta vez más fuerte. La puerta del jardín tiene música propia, clan, clan, clan. Benito se fue y yo me quedé mirando por la ventana.

La Tercera Puerta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora