Capítulo nueve|

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CAPÍTULO 9

RECUERDOS DE DORIAN

Molly, la niñera, siempre se portaba bien conmigo. Me alimentaba y me daba todo lo necesario. Me había encariñado con ella.

Sin embargo, ella no era mi madre.

Le preguntaba a Molly cuando volvería mi madre y ella siempre evadía mi pregunta. No era estúpido, siempre supe que prefería no decirme que mi madre se había marchado.

A veces me llenaba de valor y le preguntaba a mi padre, pero él siempre se enfadaba conmigo y bebía alcohol para después terminar rompiendo cosas.

No entendía por qué bebía esa cosa cuando le preguntaba sobre mamá.

Yo ya no perdía el control, pero él sí lo hacía.

Una vez intenté beber a hurtadillas de su alcohol y él me pilló. Esa noche se enfureció tanto que me azotó con su cinturón.

Sin embargo, no solo él se enfadó aquella noche. Yo también no logré sosegarme pues cuando abrí los ojos había roto una botella de champan en la cabeza de mi padre.

Anabeth

Dorian cerró la tapa del libro de un tiro y me ofreció su mano. Con las manos congeladas cogí las suyas; estaban tibias y tocarlas me reconfortó. Empezamos a caminar con sumo cuidado de no mover nada y hacer alguna especie de ruido. Lo logramos, pero entonces Dorian y yo nos inmovilizamos en un punto fijo. Encorvado, Dorian empezó a ver a través de los aparadores, apartó algunos libros y entonces se cubrió la boca y vi cómo ahogó una risotada. Yo esperé confusa y cuando él devolvió sus ojos a mi persona me hizo señales con su mano para que me acercara.

Iba a dar el primer paso cuando un gemido me dejó congelada. Seguramente palidecí de inmediato ya que mi reacción le sacó una risotada a Dorian. Mordiéndome el labio y completamente escéptica por el sonido que había escuchado antes me acerqué. Ambos miramos por la repisa y de pronto logré ver a la pelirroja de esta mañana con un hombre que tenía estampado contra la pared...

¡MADRE MÍA!

Quité mis ojos de esa escena de inmediato y oculté mi sonrojo con ayuda de mi pelo. Necesitaba salir de aquel lugar y era ahora o nunca. Me encontraba siendo parte del momento más vergonzoso de toda mi vida..., ni siquiera en la secundaria había pasado por algo como aquello.

—Anda, ven a ver esto —susurró él con una risilla. Yo no pensaba en ver nada de lo que sucedía. Los chillidos que se estaba tirando esa mujer eran demasiado para mí. Me cubrí los oídos y cerré los ojos con fuerza. Deseaba desaparecer.

No obstante, mis dedos no logran obstruir en su totalidad el horripilante sonido.

— ¡Oh sí! ¡Así! —Gemía ella y abrí los ojos para ver a Dorian, él cubre su boca para, aparentemente, no terminar estallando de la risa ¿Le divertía eso? A mí eso me causa náuseas y ganas de salir huyendo... Entonces ¿Por qué no lo hacía? Simple, porque si aquellas personas se enteraban de mi presencia y la de Dorian en ese lugar terminaría en serios problemas, lo más sensato en ese instante era quedarme gélida y pensar en mi canción favorita.

Cuando supe que esa escena apenas empezaba me incorporé un poco y me acerqué al loco con el que me había metido en la biblioteca.

—Hay que buscar una salida —le dije, o prácticamente le rogué.

— Ana... —repentinamente él me susurró al oído y no logré apartarme — ¿Eso no te calienta? —Me preguntó y en sus labios se dibujó una sonrisa llena de socarronería. Yo negué como disparatadamente y este se rio — Pues estás mal.

Estaba metida en serios problemas.

—Debemos de irnos antes de que alguien nos descubra —hablé lo más bajo que pude cogiendo su brazo. Estaba rogándole con los ojos, rogándole para que me sacara de aquél lugar.

—Vale —farfulló él —, es lo más maduro.

Suspiré aliviada y al fin solté su brazo. Todo se estaba acabando cuando ambos nos incorporábamos, pero, entonces, mi sorpresa es mayúscula cuando al hacer aquél movimiento hicimos un rechinamiento en la madera que teníamos en los pies, y fue lo suficientemente audible como para detener a los dos animales que se estaban dando amor.

Mier... coles.

—Corre —. Fue lo único que le escuché gritar cuando, prácticamente, en cámara lenta él empezó a huir. Estaba tullida y me tomé alrededor de diez segundos en recapacitar y salir disparada tras él.

Mis pies parecían ir por sí solos pues logré alcanzar a Dorian y cuando lo hice, sentí su mano cogerme de la mía y empezar a correr al mismo tiempo. Dorian iba riéndose y yo iba haciendo todo lo posible por cuidar mis pasos y mis risillas para no ser descubierta. No lo logré. Ver y escuchar la risa de Dorian consiguió hacerme estallar en risas. Parecía que alguien estuviera aguijoneándome las costillas, no paraba de reír.

— ¡¿Quién anda ahí?!

La voz masculina nos hizo crispar a ambos, pero eso no nos detuvo. Dorian y yo casi caemos sobre los sillones con forma de pompón. Sin embargo, a pesar de todo, llegamos hasta la pared del conducto. Dorian me ofreció su mano y accedí. Él me ayudó a subir cogiéndome por las caderas y empujándome hasta el conducto. Lo atravesé como si nada y una vez en el canal él subió con mucha agilidad, él casi cayó sobre mí gracias al impulso que usó para subir, ambos empezamos a estallar de la risa y una vez que nos estabilizamos empezamos a gatear a través del canal. No sin antes detenerme un segundo para mirarle y disfrutar de su bonita e interesante sonrisa..., una sincera sonrisa.

Ruina Mental: Dorian Gray ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora