Capítulo sesenta y siete|Reescribiendo la vida

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Capítulo 67

Dorian

Dejé todo mi peso caer sobre mis brazos mientras me apoyé sobre el enrejado del balcón. La helada atravesó mi piel como si de cuchillos enterrándose dentro de mí se trátase. Miré hacia las estrellas y luego a la luna como si intentara encontrar una respuesta detrás de ellas.

Sin embargo, no había ninguna respuesta.

"¿Por qué no iba tras la chica que acababa de hacer temblar mi corazón con sus palabras?"

Estaba seguro de que nunca había escuchado unas palabras tan sinceras en años... o quizá nunca lo había hecho.

Una mezcla de sentimientos se centró en mi pecho... adrenalina, miedo, ansiedad... ¿amor? No estaba seguro de lo que recorría mi cuerpo en aquel instante, pero se sentía diferente.

—Wolfe.

Volteé hacia la voz de mi madre quien se adentraba en el balcón.

—Madre —dije devolviendo mi vista hacia las estrellas.

—¿Qué le has hecho a Daisy? La pobre se ha ido ... ¿Qué ha pasado?

Tensé mi mandíbula y ni siquiera puse atención en sus palabras, estaba perdido.

—¿Quién es Anabeth, madre?

Conté cada uno de los segundos que se tomó antes de responder

—Tu psicóloga, una amiga de Daisy... no es muy importante.

Tensé mis dedos en los barrotes del enrejado con fuerza.

—No mientas —farfullé —, no sigas mintiéndome.

—Hijo... —ella se acercó a mí —, tranquilo — de pronto colocó su palma en mi espalda y empezó a repasar con suavidad.

Sin embargo, yo aparté su toque con brusquedad.

—¡Necesito la verdad! —Grité.

Ella me miró con un atisbo de nerviosismo.

—Haz silencio, hijo, no querrás espantar a tus invitados —masculló fingiendo bromear, señalándome con sus ojos a las personas que ya se encontraban paralizadas en aquella fiesta.

Entonces cogí su brazo.

—Deja de mentirme, madre. ¡Quiero la jodida verdad!

—¡¿La verdad?! ¡La verdad! ¡La verdad es que tú eras un monstruo! ¡Un chico sin sentimiento alguno! ¡Un idiota que no merecía el amor de nadie! ¡¿Eso era lo que querías que dijera?!

RECUERDOS DE DORIAN

Un monstruo.

—Ana. Tú eres una mujer sana y libre. Yo soy un monstruo al que no podrías entender nunca —cogí sus blancas y heladas manos mientras empecé a acariciar con suavidad sus manos—. Nadie puede vivir con un monstruo como yo. Nadie puede comprender lo que pasa en mi mente.

Haciendo pequeños círculos en su palma sumergí mis ojos en los de ella. Siempre me quedaba encantado al verlos.

—Yo sí puedo.

***

—Oh por Dios, Ana —gemí alocado mientras la enlacé con mis brazos y la enterré con sumo cuidado en dentro de mi pecho — ¿Cómo estás? Mierda ¿En qué coño pensabas? —espeté — ¿Acaso estás mal de la cabeza? Pude haberte hecho daño ¿Lo hice? Dime que no.

No sabía qué me haría a mí mismo si había sido capaz de dañarla.

—No Dorian, tú no me harías daño.

Me separé de ella y empecé a negar, me reí con cierto nervio y después volví mi vista hacia ella. Joder, ella me hacía sentir demasiado bien como para hacérselo notar.

— ¿Qué? ¿Y cómo mierda sabes eso? —negué con la cabeza y apreté mis labios. Me dolía el solo hecho de verme haciéndole daño en un futuro. Anabeth no merecía que nadie le hiciese daño, incluso si yo alguna vez se lo hacía no podría perdonarme jamás — Ya conseguiste ver el monstruo que hay en mí.

—Pero conseguí detenerlo.

***

Iba a sacarla de la casa, estaba dispuesto a todo con tal de solo conseguir la soledad. No necesitaba gilipolleces de nada ni de nadie en aquel momento. Así que la cogí del brazo y guiándola hasta la salida me vi interrumpido por algo. Ella se soltó de mi agarre y de pronto, cogió mi muñeca con fuerza.

—Suéltame —le ordené. Sin embargo, ella intensificó su agarré.

—No —contestó con autoridad —. No eres el monstruo que dices ser.

La analicé un segundo... ¿Qué le pasaba por la mente? Anabeth estaba completamente loca.

—Mira —prosiguió con suavidad. Con su otra mano señaló nuestras manos entrelazadas. Entonces me indicó que abriera la mano que ella sostenía y con suavidad me obligó a colocar mi palma sobre la de ella —, ¿qué ves?

Estaba exhausto y enfadado, pero necesitaba entender qué era lo que estaba haciendo.

—Exacto —continuó —, somos iguales.

Aquellas palabras me atravesaron profundamente "somos iguales" ¿Qué le hacía pensar que éramos iguales? Sin embargo, se sentía bien que por primera vez en la vida alguien se atrevía a decir que yo era... normal y no era un monstruo. Ella estaba comparándose a ella conmigo ¡Ella! ¡Ella siendo un ángel esculpido por los mismos dioses! Un ser tan limpio y perfecto se estaba comparando conmigo.

—¿Qué te hace pensar que eres diferente a los demás? Para mí no eres un monstruo, Dorian, eres...

No la dejé acabar. Aquel remolino de sensaciones me provocó terminar en sus brazos. Abrazándola como nunca lo había hecho.

***

Anabeth.

La chica por la que juré luchar el resto de mi vida. El único ser que alguna vez he amado. La chica por la moriría... Era Anabeth.

Y entonces se sintió como un renacer.

Dorian Gray había vuelto.

Ruina Mental: Dorian Gray ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora