Capítulo treinta y ocho|Su hogar

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CAPÍTULO 38

Anabeth

Dorian apoya su antebrazo en la ventanilla del coche mientras recorre con su vista el paisaje... o eso es lo que creo que está haciendo. Parece estar sumido en sus pensamientos. No lo culpo, yo estaría igual —o peor—. No entiendo cómo he logrado convencer a Dorian de esto, me imagino lo duro que debe de ser y aun así ha accedido ante mi insistencia —debo admitir que soy algo pesada.

Torcí el gesto y aparté mi vista al recordar lo sucedido en la tienda, me avergonzó mucho que Dorian se haya enterado de lo sucedido con Eric. No puedo darle una explicación razonable ante mi acto y supongo que él está pensando en eso también.

El coche se detuvo y el chófer nos informó acerca de nuestro paradero. Escuché suspirar a Dorian con mucha pesadez antes de apearse del coche. Agradecí al chofer y después bajé por la misma puerta que usó Dorian. Al salir lo primero que capté con mis ojos fue una hermosa residencial, de hecho, toda la calle estaba repleta por residenciales de ese calibre —y con ese calibre me refiero a casas de quizá cien mil dólares de renta—. Tras repasar con curiosidad cada milímetro de la fachada que otorgaba la residencial finalicé con Dorian. Está tenso, demasiado tenso y sus ojos completamente fijos en la casa, su rostro no refleja alegría o entusiasmo; más bien, tristeza y un atisbo de molestia o... asco. Deposito mi mirada en su brazo y al verlo libre corro a enlazar mis dedos en él. Siento su piel y acaricio su palma con la yema de mi dedo meñique. Lo único que quiero es que se sienta bien y que no vea esto como una obligación, de hecho, quiero decirle que, si le apetece marcharse que lo haga. Sin embargo, antes de que se me permite abrir la boca le escucho decir:

—Gracias por estar aquí.

Yo trago saliva y asiento levemente. Analizo cada uno de sus gestos y el desagrado sigue predominando en su rostro.

—Dorian, escucha... —intento decir, pero entonces él me jala del brazo y me hace caminar hacia la puerta de la residencia. Me pregunto cómo reaccionarán sus padres al verlo..., ¿bien? ¿Mal?

Dorian se remueve incómodo en la puerta de la casa y empieza a relamerse los labios, acomodar las mangas de su traje, peinar su cabello y termina ajustando su corbata. Está muy nervioso.

Por otro lado, yo estoy en medio de una mezcla de sentimientos, sobre todo miedo.

—Yo te ayudo —me ofrezco al mismo tiempo que cojo su corbata negra y ajusto el nudo al cuello. Quito cualquier arruga con ayuda de la palma de mi mano y termino dándole dos palmaditas. —Listo, te ves como un...

—Un majo de primera, en conclusión, me veo como Eric. Qué suerte que te gusten así —dice entornando los ojos.

Me muerdo el carrillo del labio. Entiendo, él sigue pinchándome con el asunto de Eric. Y lo merezco.

—Ya.

Me limito a decir algo más, no quiero discutir el asunto en la puerta de su casa.

Él toca el timbre y tambalea su cuerpo de un lado a otro, vuelve a arreglar su corbata y ahora desarregla su pelo. ¡Ay, Dorian!

Escucho unos pasos y yo respiro profundo. Volcanadas de aire quedan en mis pulmones antes de que abran la puerta blanca que se encuentra frente a nosotros. Un hombre nos recibe y yo quiero cerrar mis ojos para no ver la reacción de este, pero entonces; para mi sorpresa el hombre esboza una gran sonrisa y se lanza sobre él. Veo cómo Dorian se revuelve incómodo ante tal afectuoso abrazo, su rostro se enrojece y yo tengo que apretar mis labios para evitar que una carcajada delate mi diversión. Veo a Dorian y está pidiéndome ayuda con los ojos, sin embargo, yo no hago nada al respecto. Estoy disfrutando el momento.

—Qué alegría verte. Todos están esperándote.

Dorian sonrió con desagrado y después asintió.

Yo no decía ni pío, esperé a que Dorian me presentara.

— ¿Así que ya sabíais que vendría?

—Todos los años, en este mismo día nosotros te esperamos.

Rasqué mi nuca. Eso era muy triste, me pregunto por qué Dorian ha sido tan egoísta y ausentarse tanto tiempo en su hogar. Estas personas parecen ser bellísimas.

Dorian repone en mí y esboza una sonrisa al mismo tiempo que me extiende su mano.

—Ella es mi consejera, Anabeth Michaels.

La decepción me coló hasta los huesos. En serio, esperaba que me presentara como su novia... Aunque ahora que lo pienso creo que es justo, él se ha enfadado conmigo estar tarde, y supongo que fue lo suficiente como para que su criterio hacia mí haya cambiado tan drásticamente

«Venga, Ana, él ha pillado un chupetón de Eric en tu cuello. Es muy justo».

—Madre mía, qué sorpresa, eh —agregó el hombre con admiración —. ¿Estáis saliendo?

Es complicado —creí contestar, pero reboto en mi mente.

—Sí —contestó Dorian.

El pinchazo en el pecho se disipó.

—La ruleta de la fortuna te ha asentado muy bien, tío —continúo el otro. Sonreí ante lo dicho —. Pero, pensé que no era permitido las relaciones...

—Lo son —interrumpió Dorian con rapidez.

Parece irritarse.

— ¡Pero miradme! —Gritó de repente el hombre — ¡Qué maleducado soy! ¡Pasad, pasad! Estáis en casa —Él se acerca a Dorian y le da un apretón en el hombro, seguido de un susurro que logro escuchar —: En especial... —susurró algo más, pero no pude escuchar.

— ¿Ella está aquí? —dijo Dorian, pero presté poca atención.

— ¿Cómo no? —Le sonríe el chico y se encamina por un pasillo — ¡Seguidme!

Analizo el sitio. Es precioso. Ya era de esperárselo, pero ¡Menuda casa! ¡Es gigantesca! Me siento como una pulga entrando en el pelaje de un perro peludo. Las paredes son exageradamente altas y hay ventanales por doquier. Me intriga la cantidad de recuadros de calaveras que decoran el lugar, sin embargo, no es algo terrorífico puesto que la casa está bañada por un color blanco hueso, acompañado con rojo vino en algunos bordes. Las baldosas son blancas y le dan la iluminación perfecta, claro, sin contar los candelabros.

—Madre mía —es lo único que logré decir —, qué lugar.

—Es demasiado —dijo Dorian. Me volví a él y al ver su tenso y preocupado rostro supe que no se refería a lo que yo había dicho.

— ¿Estás bien, Dorian?

—Ella está aquí. Daisy. —masculló apretando su mandíbula. Se sentó en una silla, parecía estar desorbitado. Envolvió el rostro en sus manos y le escuché ahogar un rugido.

«¿Daisy?»

Antes de que me atreviera a preguntar algo, me vi interrumpida por el sonido de tacones caminando que hacían eco en el lugar.

— ¿Dorian? ¿Dorian Gray?

La piel se me puso de gallina al verla...

Ruina Mental: Dorian Gray ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora