Capítulo cuarenta y uno|

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CAPÍTULO 41

Anabeth

¿Alguien puede explicarme por qué cada vez que me sucede algo malo hay lluvia presente? ¿Por qué es tan cliché? ¿Por qué no simplemente me rompen el corazón y el sol sigue iluminando al mundo? Bueno, parece que los dioses se ponen de acuerdo y deciden hacerme la vida añicos en un mismo día. Estoy bajo el único farol que ilumina la solitaria y oscura noche, ni siquiera me apetece estar al tanto de cualquier amenaza; si un ladrón desea venir y asaltarme que lo haga de una vez, quizá ahí se lleve mi corazón.

Los coches pasan y cada vez que pisan la calle casi inundada el agua brinca y me moja... más de lo que ya estoy (ni siquiera sé si se puede estar más mojada).

¿Que por qué no he hecho una llamada? Bueno, resulta que he dejado mi móvil en la residencia. En serio.

Al fin un taxi se aparca sin que yo lo llame. El hombre baja la ventanilla y me dice que suba. Hago caso y me apena tener que empapar su asiento. La calefacción me ayuda a calentarme y una vez acurrucada y cómoda le doy la dirección de la calle donde vive Eric. Él odia que lo pillé por sorpresa, lo sé, pero realmente, lo único que quiero ahora es que me abrace y que me ayude a olvidar de una vez a Dorian... una relación imposible de construir.

Llegamos a la casa de Eric, así que respiro hondo y le ruego a los dioses que adoran destruir mi vida que encuentre un billete en mi pequeña cartera. ¡Diez dólares! Cojo el billete empapado y le pago al taxista.

—Quédese con el cambio.

—Lo vale, está mojado —le escucho decir cuando bajo.

Me apeo a regañadientes y con los dientes tiritando camino hasta la puerta de Eric. Suspiro, aliviada cuando veo a través de la ventana que la luz de su casa está encendida, lo cual significa que él está aquí. Toco el timbre y aguardo unos segundos. Lo valen.

Al cabo de unos minutos Eric abre la puerta. Su reacción me sorprende más de lo que esperaba. Parece estar atónito.

— ¿Qué haces aquí? —Carraspea —Quiero decir, estás... empapada y es de noche...

Le interrumpo cuando me lanzo sobre él y lo encierro en mis brazos. Aunque esté empapada y moje su camiseta lo único que quiero es un abrazo de alguien... o algo, aunque no me apetece ir y abrazar mi almohada en este momento.

—Anabeth...

—Lo siento —moqueo —, lo siento tanto —lo último lo digo de corazón. Nunca me había sentido tan arrepentida de algo y ahora que siento sus brazos sé que Eric es el hombre con quien debo estar.

—Anabeth, te llevaré a casa...

— ¡No! —Me lanzo sobre él y le arrebato las llaves de la camioneta que ya está cogiendo —Por favor, quiero dormir contigo.

—No puedo... —dice sofocado —, digo, no podemos hoy.

— ¿Por qué? —Frunzo el ceño. Sé que a Eric no le gusta que lo visite inesperadamente, pero ¿en serio? ¿No puede simplemente recibirme como yo lo recibo cuando llega improvisto a mi apartamento? —Venga, Eric, te necesito hoy.

—No. Ana, debes irte —él me coge del brazo y me guía a la salida.

— ¡¿Eric?!

La sangre se me hela. De hecho, toda mi yo se queda completamente gélida. Los ojos me saltan de repente y con la quijada temblando lo veo a los ojos. Veo cómo desvía sus ojos hasta otro sitio y mira un... una chaqueta, una chaqueta rosa, de mujer. La voz, la chaqueta. Hay una mujer aquí.

Su manzana de Adán sube y baja bruscamente y su rostro está pálido, como un papel.

La sangre empieza a bombearme con toda la adrenalina del mundo, así que le aparto de un tiro y corro a su cuarto... el cuarto donde nosotros teníamos intimidad antes. Abro la puerta de un tirón y lo que veo no me descoloca tanto como pensé.

Es una mujer. Lleva puesta una camisa de Eric, una camisa blanca que adora llevar al trabajo, la ha desabotonado hasta la mitad mostrando sus pechos cubiertos por un sostén de encaje negro.

Los ojos me empiezan a gotear y no por lo que acabo de ver, sino porque mi única esperanza se ha esfumado. No me duele tanto como esperé, después de todo yo también metí la pata con Dorian, sin embargo, no me esperé esto... ¿Cómo es que soy tan ilusa? ¿Cómo es que no logro enterarme de estas cosas? Creí que Eric me quería..., aunque al parecer él se sentía igual de vacío que yo.

— ¿Quién es? —Le escucho decir a la mujer.

Apreté los labios y giré sobre mis talones con la espalda erguida. Con el corazón roto... no roto por Eric, roto por Dorian.

— ¡Ana! ¡Puedo explicarlo!

—No necesito una explicación —respondo con calma —. Es muy linda, te felicito.

—Ana —siento sus brazos cogerme de los hombros. Aplacó mi camino y me obligó a verlo. Ni siquiera estoy cavilando en esto ahora mismo, tengo los ojos desorbitados y la mente en otro sitio —Ana por favor, ella no...

—No me llames Ana —murmuré. Me recuerda a Dorian —. De hecho, no me llames ya eres feliz con alguien más.

—Ana, yo te quiero a ti, solo a ti.

Las palabras me pinchan como una aguja en el peso que ya llevaba en el corazón. Duele, duele seguir escuchando mentiras, duele vivir en una mentira. Salgo de la casa y una vez fuera aspiro hondo, pero ni aun así logro deshacerme del dolor en mi pecho. Aunque la lluvia ya cesó siento como si cada gota fuera una cubeta de agua cayendo sobre mi alma, ahogándola y destrozándola... suena cursi, pero así me siento.

Los dioses amaron destrozar una vida este día.

— ¡Anabeth! Yo te llevaré, está lloviendo a cantaros.

Su aun siguiera enamorada de Eric me hubiera vuelto a él y le hubiese mostrado mi dedo medio, pero no siento ni la pizca de rencor que él cree que siento.

—No necesito a nadie para volver a casa —digo en voz baja.

«No necesito a nadie ahora».

Ruina Mental: Dorian Gray ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora