Capítulo cuarenta y nueve|¿El cielo o el infierno?

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CAPÍTULO 49

Anabeth

Nos sentamos en un coche negro que según él había alquilado para llegar hasta mi casa. Huimos. Nos marchamos de aquella fiesta que supuestamente la habían preparado para mí, decidimos dejar todo y huir... metafóricamente, pues apenas habíamos conducido unos kilómetros lejos de la reunión.

—¿Y ahora qué? —Inquirí mirando a la nada — ¿Qué se supone que haremos? ¿Volver a HelpWood? Sabes que no haré eso...

—No tiene por qué hacerlo... yo tampoco volveré allá.

Fruncí el cejo y lo miré con seriedad.

— ¿Qué?

—Ya escuchaste.

—¿Por qué no volverás? Sabes que Susana enviará a oficiales a por ti.

—No tiene por qué ser precisamente así, después de todo, no soy el paciente de oro.

—No creo que ellos vayan a dejarte...

—No me encontrarán.

— ¿Cómo es que sabes eso?

—Huiremos.

Me quedé gélida por unos segundos. ¿Qué? Dorian apenas se aparecía me decía que me quería y después que huyera con él, no era la mujer más estúpida del planeta, eso sí no.

—En absoluto. Dorian, yo no he dado por alto nada.

Él me miró fijamente.

—Has accedido a venir conmigo.

—Esto... Esto no significa nada, Dorian. Me has hecho mucho daño, daño que no puede repararse con simples palabras...

— ¿Simples? Joder. He abierto mi corazón contigo —bramó mirándome con dureza.

—Yo no huiré contigo, no lo haré. Es una locura, no puedo arriesgarme. Entiende.

Pude ver cómo apretó sus nudillos con la ventanilla del coche.

— ¿Tienes miedo a que te lastime? —Dijo mirándome a los ojos —Porque si es por eso te aseguro que tomaré mis píldoras a como se debe y te aseguraré por mi vida que nunca te haré daño.

—No. Dorian, no lo entiendes, huir es algo de adolescentes, yo ya tengo una carrera que poner en marcha, tengo un futuro... en donde sea, pero no puedo arriesgarme a huir contigo. Además, las cosas ni siquiera se han arreglado entre ambos.

—Podemos arreglarlas aquí... es decir, no ahora, sino aquí contigo, con tiempo y luego podemos marcharnos juntos.

— ¿Y luego qué? ¿Te enfadarás conmigo y me dejarás viviendo una vida fortuita? Coloquemos las cartas sobre la mesa, Dorian, hay que ser realistas —finalicé tajante.

Me dolía ser tan franca con él, pero todo debía ser así. Si seguía pensando con mis hormonas o con mi corazón terminaría cometiendo más errores de los que ya había cometido, Dorian no podía ofrecerme el mejor de los futuros y aunque mi corazón saltaba al pensar en él y yo viviendo solos en algún lugar dejando que el destino se encargue de nosotros debía ser prudente y pensar con la cabeza.

Él se relamió los labios.

—Vale, comprendo tus preocupaciones y por lo visto aún no has comprendido lo mucho que te anhelo —suspiró—. No hablemos de nuestro futuro por ahora, mejor concentrémonos en este momento y disfrutémonos...

—Gracias.

Si este momento se trataba solo de una noche de locura para llenar los espacios vacíos de nuestros corazones no había duda de que lo deseaba más que nada.

Encendí la radio y dejé que la música fluyera entre nosotros. Posteriormente, sentí las manos heladas de Dorian cogerme de la nuca y atraerme hasta su cuerpo. Me crucé de mi asiento hasta el suyo y me coloqué a horcajadas sobre él. Nos miramos y así estuvimos durante un largo tiempo.

—¿Qué me has hecho Anabeth?

No quería decir nada. Estaba completamente sumida en sus ojos y cada vez que los veía mi boca se quedaba sin palabras. Era indescriptible lo que nosotros teníamos, empezaba a dudar de la existencia de otra persona como Dorian y también empezaba a dudar de la existencia de dos amantes como nosotros. Lo que yo sentía era único con él y justo por eso debía tener cuidado, si me arriesgaba a entregarle mi corazón yo ya no sería la misma, sabía que si huía con él me esperaba una vida de ensueño, pero también terminaría exponiéndome a las recaídas de Dorian.

—No puedo dejar de pensar en ti.

—Dorian...

—No me importa lo mucho que te esfuerces por alejarme, créeme, yo no desisto tan fácil, Ana.

Lo miré con tristeza.

—Esto es tan difícil para mí, Dorian.

—¿Por qué?

Deslicé mis ojos hacia otro punto.

—Porque si me enamoro de ti estaré enfrentándome a un amor momentáneo. No sé si mañana seguirás diciéndome que me amas, no sé si en una semana te marcharás y me dejarás sola yo... no lo sé —él colocó su dedo en mi labio evitando que continuara y empezó a negar con la cabeza.

—Escucha —él cogió mi muñeca y abrió mi mano para colocar mi palma en su pecho. A pesar que sus manos estaban heladas su pecho estaba muy cálido —, cada vez que diga algo hiriente toca mi corazón.

Lo primero que sentí fue su corazón.

—¿Escuchas eso?

Empecé a sentir la forma en la que se movía y era muy intensa. Su corazón era palpable, y hasta parecía salir de tu pecho.

—Sí —resoplé sin despegar mis ojos de su pecho.

—Eso significa lo que siento cuando estoy contigo. Mi corazón no miente —me miró — y lo digo en serio. Es imposible que no grité cuando está cerca de ti. Quizás mi boca no diga lo mucho que te amo, pero mi corazón sí lo dice.

Me sobresalté cuando escuché la palabra Te amo. Me sonrojé de inmediato y lo miré con los ojos muy abiertos.

—Has dicho... has dicho... ¿tú me amas?

Dorian se mojó los labios y pude descubrir un atisbo de tristeza dentro de él.

—Ana, yo no soy bueno con las palabras y no puedo describir lo que siento, pero te juro por mi vida que yo te deseo, te necesito, amo verte sonreír, quiero protegerte y quiero tenerte cerca... Lo que siento cuando estoy contigo es tan bueno que ni siquiera puedo explicarlo. No sé qué es el amor, pero si lo que te he dicho que siento se asemeja a amar entonces sí; entonces te amo.

No podía dejar de verlo y mis ojos ya habían empezado a gotear otra vez. Quería ocultarme y no dejar que me viera llorar pues nunca había conocido a una persona que me hiciera lloriquear tanto. Sin embargo, ahora mis lágrimas reflejaban felicidad y no me avergonzaba demostrárselas.

—Yo siento lo mismo por ti, Dorian —sollocé —. Siempre me he preocupado por ti... yo... yo te necesito —no pude seguir pues el lloriqueo me dejaba sin habla. Sentía un gran peso en el pecho que desapareció cuando él me cogió de la cintura y me acercó a sus labios. Nos besamos y volví a desmoronarme en Dorian.

Dorian y yo no estábamos viviendo en el inferno, él y yo estábamos viviendo en nuestro propio cielo.

Ruina Mental: Dorian Gray ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora