CAPÍTULO 29
Dorian
RECUERDOS DE DORIAN
Era 4 de Julio, y por más sorprendente que sonará Washington había sufrido de una gran tormenta de nieve. Los copos de nieves no caían con sutileza ni resplandecían al caer en los posibles dos metros que acumulaba el pasto verde de HighWood.
Como ya era de suponerse yo estaba hastiado. Ver la nieve caer sin señales de cesar simplemente me hastiaba, me asfixiaba y me enfurecía. ¿Qué le había hecho yo a Dios para merecer tanta desgracia?
Tenía que ser justamente hoy. Hoy, justo cuando Daisy se ha dignado a visitarme. Hoy, el día en el que ella y yo cumpliríamos un año de aniversario, o es más o menos como le llamó ella a través del móvil.
Mientras veía caer la nieve intentaba seguir con mi lectura, pero me era sumamente imposible concentrarme. Mi cerebro leía y tras unos segundos tenía que volver al párrafo anterior; repasaba varias veces y no lograba entender el capítulo. Estaba demasiado desenfocado como para leer un libro como pretendí hacer toda la mañana.
Tic tac. Tic tac.
El escalofriante sonido del reloj de pared invadía mi solitaria cabaña. Resonaba en mi cabeza y yo intentaba no volverme loco.
No tengo señales de vida en mi móvil, ni un correo de Daisy desde hace dos semanas y ninguna visita sorpresa de parte de mi tío Charles, que acostumbra hacerlo de vez en cuando.
Mi tío Charles Sybille y Daisy son las únicas personas que me importan. Gracias a Charles conocí a Daisy y gracias a Daisy he logrado superar parte de mi estrés... o es lo que yo suelo decirme, mi psicóloga no lo ha reconocido aún, pero solo es cuestión de tiempo. Es cuestión de tiempo, el tiempo se ha convertido en mi mejor amigo desde que llegué a este lugar.
Una vez que me di por vencido con el libro que tenía en manos me levanté y dispuse a salir. Cogí una cazadora y ajusté mis botas de piel. Aunque tenga miedo de pillar un resfriado y deprimirme más en mi bendita cabaña me decido por salir. En cuanto abrí la puerta una ráfaga de hielo me arrasó, desde el meñique de mi pie hasta el último y minúsculo cabello que se encuentra en mi cráneo.
Mientras caminaba a mitad de la tormenta fui testigo del más solitario y terrorífico centro psiquiátrico del mundo. A pesar de que el señor Wood había hecho todo lo posible para que el Centro diera una apariencia acogedora y llena de felicidad, el ambiente logra cambiar y llevarte a la realidad. La lluvia y la nieve es el mejor clima para recapacitar y ver más allá de nuestro alrededor. Quizá el Sol nos permita ver en la oscuridad, pero la oscuridad nos permite repasar en nuestro entorno y enterarnos de lo infelices que somos. La realidad no puede maquillarse con un simple tapiz color rosa que ahora se ve color marrón.
Abrazo mi cuerpo y cierro mis ojos. Arden, el frío ya ha amenazado con hacerlo lloriquear. Sin embargo, si hubiera sabido lo que estaba a punto de ocurrir hubiese preferido quedarme a lloriquear con ayuda de la nieve. Acostarme en ella y dejar que mi cuerpo se quemara de la forma más despiadada posible.
Daisy estaba frente a mí y no estaba sola, Eric estaba con ella.
Me encontraba sumido en mis pensamientos, en mis recuerdos y en mis peores pesadillas. Sin embargo, el rebote de un balón de básquet me interrumpió. Se trataba de nada más y nada menos que Trevor. Sabía que lo menos que necesitaba ahora era de un molesto Trevor intentando hacer bromas baratas, así que enterré mi cabeza en mis manos e intenté demostrarle, con mi lenguaje corporal, que no me apetecía hablar con nadie.
—Soy consciente de tu obvio rechazo a mi presencia.
Él dijo esto y terminó riendo. Como no, ya empezaba a irritarme.
A pesar de que Trevor solía ser un capullo con corona, resulta que era mi amigo, y quizá uno de los mejores que pillé en este sitio.
— ¿Qué haces aquí? —Me atreví a preguntar.
No pretendía conseguir una respuesta, pero era lógico que Trevor correspondería, él es el dios del cotilleo.
—Pues me preparaba para ir al gimnasio y quise saber si a ti te apetecía ir.
Paso mi mano por mi nuca y suspiro con pesadez.
—No estoy de buen humor.
Trevor chasqueó su lengua y se removió con algo de incomodidad.
Ya me imagino el porqué. Por lo general, yo no suelo compartir un "hoy no me siento bien" o un "hoy no estoy de humor" ya que siempre es así.
—¡Menuda sorpresa!
A duras penas me reí siguiéndole la broma.
Hay momentos en los que mi subconsciente quiere descargarse con alguien, No necesariamente a puñetazos, sino a compartir mis problemas con alguien, decirle lo que siento y mis problemas del día diario. No obstante, hacer eso rebasaría mi vaso de humillación.
— ¿Es por la chica? —Se aventuró él. Yo se lo agradecí mentalmente, sí me apetecía comentarle a alguien sobre Ana.
Asentí.
—Era de suponerse. ¿Ahora qué hizo?
— ¿Qué hice yo? —Le corregí — Es mi culpa.
Mi comentario hizo que Trevor parpadeara inconscientemente.
— ¿Desde cuándo te llevas toda la culpa? —Inquiere.
Hay algo que Trevor no sabe, él no sabe que yo llevo la culpa desde el día que nací. Destrocé la vida de mis jodidos padres al enterarse de que su primogénito resultó un enfermo mental.
A pesar de lo que pensaba me limité a decir:
— ¿Cómo puedo dejar de atormentarme? ¿Cómo puedo lograr confiar en alguien?
Trevor y yo guardamos un segundo mientras admirábamos el tapiz de la cancha de fútbol en la que nos encontrábamos, como cuando un padre observa la primera risa de su bebé.
—Tomando en cuenta tu problema, estás jodido, tío.
Me eché hacia atrás y decidí reírme.
Suena descabellado, pero él tiene razón. Estoy completamente jodido.
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Ruina Mental: Dorian Gray ©
General FictionTras ser diagnosticado de estrés postraumático; Dorian Wolfe Gray es trasladado al famoso centro de rehabilitación HELPWOOD en Washington, donde conoce a Anabeth Michaels, una pasante en el centro. Ambos se sumergen en un mundo lleno de peligros, i...