Capítulo sesenta y ocho|Nuevo fuego

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Capítulo 68

Dorian.

—¡¿La verdad?! ¡La verdad! ¡La verdad es que tú eras un monstruo! ¡Un chico sin sentimiento alguno! ¡Un idiota que no merecía el amor de nadie! ¡¿Eso era lo que querías que dijera?!

...

—¿Wolfe? ¿Hijo? ¿Estás bien?

Entré las cuentas de que me encontraba apoyado en los barrotes, con poca fuerza y con algunas lágrimas en mis ojos. Sin embargo, al recuperar mis fuerzas una pequeña sonrisa salió de mis labios imprevistamente. Levanté mi mentón y me mordí el labio inferior para encontrarme cara a cara con aquella mujer.

—Sí —sonreí —, eso era justo lo que quería que dijeras, madre.

Me incorporé, giré sobre mis talones y arreglé el traje que llevaba puesto. Con cada paso que daba un recuerdo se apoderaba de mi mente y todo parecía arreglarse en el rompecabezas de mi memoria.

Todo parecía ir en cámara lenta. Podía escuchar las nerviosas respiraciones de cada una de las personas que se encontraban en aquella fiesta.

—No os preocupéis —avisé —, no soy un monstruo —abrí mis manos en forma de cruz — y juro que no me volveréis a ver.

—¡Wolfe! —Fue lo siguiente que escuché antes de atravesar la puerta. Me quedé inmóvil unos segundos esperando a escuchar algo más de parte de la que se hacía llamar mi madre —¡¿A dónde irás?! ¡Ella ya no está para ti!

Volteé hacia las escaleras de las que ella bajaba y la miré con toda la intención de hacerla sentir incómoda para después guiñarle un ojo y volver a girarme para retirarme.

—¡Tú eres mi hijo!

Aquello último sí logró detenerme. Miré mis relucientes zapatos y volví a girarme hasta su posición, saqué un chicle del traje que llevaba, lo desenvolví y lo llevé hasta mi boca.

—¿Lo soy? —Me mofé entrecerrando mis ojos.

Ella me miró completamente pálida y después se cubrió con ayuda del suéter ridículamente grande que llevaba puesto. Y así dejé a aquella mujer que lo único que siempre le interesó fue la avaricia y fingir la felicidad.

Me dio la vida, pero no me dio la suya para disfrutarla junto a la mía mientras crecí.

Caminé en aquel adoquinado rociado por la pequeña brisa que había caído con anterioridad. La noche estaba solitaria..., tenía que estarlo, eran las doce de la madrugada. Aunque el frío era eminente nada me podía detener aquella noche. Corrí por toda la calle como un crío a mitad de la carrera más importante de su vida.

Corrí y corrí.

Cuando estuve apunto de darme por vencido y buscar algún oportuno taxi que vagara a esas horas de la noche miré a una silueta dando pequeñas vueltecitas a mitad de la nada. Se trataba de una chica que abría sus brazos en forma de cruz y miraba hacia el cielo. Sonreí al entender que se trataba de Ana... Mi Anabeth.

Así que corté los últimos metros que nos separaban con algo de paciencia. Cuando ya estuve algo cerca sentí unas gotas de lluvia caer sobre mi melena y ella también las sintió pues tocó sus mejillas y sonrió, como si de una niña se tratase. Recordé la última vez que ella hizo aquello..., fue en HelpWood, fue el mismo día que me besó. Sonreí internamente y cuando ya estuve a solo centímetros de ella rodeé con mis brazos su cadera.

Rápidamente, ella abrió sus ojos y trató de apartarse de mí, pero cuando me miró a los ojos se detuvo. Parecía estar en shock y entendía el por qué.

Bendito...

Mi Anabeth era increíblemente hermosa.

—D-Dorian.

—Ana —le sonreí y aparté el flequillo que se estaba pegando a su frente justo como la última vez.

—¿Qué haces aquí? —Dijo con obvio nerviosismo y entusiasmo a la misma vez.

Amaba la forma en la que ella mezclaba sus emociones estando cerca de mí y la forma en la que ella lograba mezclar las mías.

—Te amo, Ana. Te amé desde la primera vez en la que me besaste, siempre lo hice.

—¿Has recordado...? —Coloqué mi dedo en su labio y siseé.

— ¡Parecen pequeños diamantes! —Chillé imitándola, refiriéndome a las pequeñas gotas de lluvia que caían en su rostro — ¡Amo esto! *

Ella empezó a reírse y cubrió su rostro.

—Venga, Ana —chillé intentando imitar su voz —, ¿acaso ambos no estamos locos? —Me carcajeé seguido de ella.

Ambos reímos por un largo lapso de tiempo hasta que nos detuvimos e intercambiamos miradas llenas de intensidad y de millones de palabras.

—¿Qué pasa? ¿No vas a besarme como la última vez?

Ella enarcó su ceja mientras me miraba con sus cristalizados y rojos ojos.

—¿Esta vez no vas a huir?

—Ana —coloqué su palma en mi corazón —, juro por mi vida que esta vez permaneceré contigo por siempre.

Y tras un suspiro lleno de alivio y de obvia felicidad colocó sus brazos detrás de mi nuca y me acercó hasta sus labios. Yo corté el espacio y junté mis labios con los suyos. Una explosión de sensaciones se apoderó de mi cuerpo... Eran millones y entre tanto supe que todas aquellas sensaciones solo se debían gracias a una: Amor.

Nuestros labios danzando a un mismo ritmo, la lluvia cayendo sobre nuestros cuerpos, la emoción convirtiéndose en adrenalina; era y sabía que lo que venía sería perfecto

Ruina Mental: Dorian Gray ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora