Ella...
Odio a los monstruos. Justo cuando nos hemos reunido, por fin, y he conseguido olvidarme por un segundo del dolor que me causa no tener a Héctor al lado, otro maldito monstruo aparece. O para ser concreta, Hera manda otro puñetero monstruo.
Me envaro, lista para atacar. La sonrisa se me ha borrado de la cara. Izzy y Bianca se ponen a mis lados, mientras los chicos cubren las entradas laterales del pasillo. Por fuera quizás no lo parezca, pero por dentro estoy temblando. Sé que esto va a sonar cursi, pero tengo miedo de morir antes de volver a ver a Héctor de nuevo.
El sonido empieza a ser ensordecedor. Más que un monstruo, parece un ejército entero. Quizás Hera ha decidido aniquilarnos a todos a la vez. A todos menos a Héctor.
Entrecierro los ojos, intentando superar el ruido. Hago una seña, y las chicas se separan para cubrir algo de terreno. Yo me quedo en medio. Así, si alguien sale herida, soy yo.
Ruido, ruido, pasos agigantados aproximándose por el túnel. Uno, dos, uno, dos. Voy contando al ritmo de los ruidos. El túnel parece amplificar por cien el sonido, y recorre todo el anfiteatro, creando una increible acústica, que en otro momento, y en otras circunstancias, posiblemente hubiera disfrutado.
Lo primero que percibo, son dos pequeñas luces. Dos pequeñas luces que se acercan, y se acercan, y se van separando, y agrandando. Hasta que ya no parecen luces. Porque no lo son. Son ojos, dos inmensos, y brillantes ojos, situados en los laterales de la cabeza del último monstruo que esperaba tener que combatir.
Un escalofrío me recorre entera, el leve rastro de un temor que no puedo permitir tener. El aleteo de la desconfianza en mí misma, el susurro de una inseguridad, que me niego a reconocer, borrándolo de un plumazo, negándome cualquier sentimiento que no sea el deber. El deber y la seguridad de que si no puedo matarlo, al menos moriré intentándolo.
Es el destino del Héroe, como Hércules antes que yo, como Teseo, Perseo, Jasón, y tantos otros. Como tantas mujeres valientes, que murieron defendiendo sus causas, aunque la historia no les atribuya el mérito. Helena, Boadicea, Hipolita, Atalanta.
El drakón abre la boca, llena de enormes dientes, grandes como una espada, y lanza un rugido que hace temblar el suelo.
El drakón, el más antiguo y peligroso de los dragones. No me es necesario el grito de Bianca para saber quien es. Como si no lo conociese de antes. No, no es la primera vez que lo veo.
-¡ELLA!- Un grito me saca de mi sopor, y salto a tiempo de esquivar las inmundas garras del drakón. Ruedo sobre mí misma, y saco mis dos espadas con una mueca agresiva.
-¡Rodeadlo!- Grito de vuelta, y corro alrededor de él. Los demás me obedecen, luchando con valor, pero las flechas no se clavan, las espadas son como pequeñas agujas que pinchan, pero no hieren, y eso solo enfurece más al drakón.
Mis amigos luchan con energía, y yo les ayudo, pero por dentro, estoy abatida. No creo ser lo suficientemente hábil o fuerte para derrotarlo.
-¡Ella! ¡Apunta a la rodilla!- Tengo la pata del drakón justo delante, y cuando voy a clavarle la espada, lanza un coletazo, barriéndome del suelo. Suelto un grito al sentir el impacto en mis costillas.
Me pongo en pie, dolorida, y enfoco la imagen que se desarrolla enfrente de mí. Izzy y Kyle luchan codo con codo delante del drakón, esquivando fuego, rodando y tratando de cortarle en la parte blanda de la coraza. Kyle lucha en uno de los laterales, tratando de llegar a otra parte débil, la tripa. Y Bianca, corre por detrás lanzando flechas, tratando de acertarle en los ojos, o alguna otra parte sensible.
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Hijas de Dioses: La maldición de Heracles
FantasyA Ella siempre le ha faltado algo en su vida. Un padre. Pero, al descubrir quién es, se ve obligada a irse a un nuevo lugar, donde una maldición la perseguirá y se verá obligada a luchar o morir. Entrenada desde la infancia, tendrá que tomar decisio...