Capítulo 37: Vuelta a casa

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Aparezco abruptamente sobre una colina, y me tambaleo, mareada. La luz del sol me ciega, y hace mucho calor en comparación con el inframundo. Cuando consigo ver a través de la luminosidad, me encuentro con un sitio conocido. El campamento. Por primera vez en bastante tiempo, sonrío ampliamente, mientras un sentimiento de felicidad desentumece mis músculos. Sé que he hecho lo correcto, y ahora, me dan igual las consecuencias.

Ando con paso ligero cuesta abajo. No sé porqué Hades me ha traído aquí, pero imagino que tendrá sus razones. Los rayos del sol del amanecer tiñen las cabañas de un bello color anaranjado. Es de madrugada, y no hay nadie levantado. Me pregunto cuanto tiempo habré pasado abajo, en el Hades. O más bien, cuanto tiempo habrá sido en el mundo real, ese rato que he estado abajo. El tiempo no funciona igual en el Hades que aquí arriba.

Con una sonrisa ladina, entro en  mi cabaña. Todo está como lo dejé. Acaricio suavemente las paredes, la sabana azul. Entro en el baño, y, desprendiéndome de toda mi ropa, entro en la ducha. El agua empieza a salir inmediatamente. Con un suspiro de satisfacción, me relajo completamente. Dioses, ¡Cuánto necesitaba esto! Limpio mi cuerpo hasta que no queda ni una sola mota de suciedad, y restriego mi pelo una y otra vez intentando volverlo cristiano. Cuando creo que ya está suficientemente limpio, salgo, y cojo mi amorosa y gigante toalla. Me envuelvo en ella, y me dirijo a mi armario.

Por un momento, pienso con pena mi destrozada ropa, que va a tener que ir directa a la basura. Luego, cojo una sudadera fresca y unos pantalones cortos, obviamente ropa interior, y me lo pongo con calma. Huelo la sudadera, y huele a limpio, a fresco, a mar, y me parece el mejor olor del mundo. Algo increíble que pueda oler, después de todo.

Mi pelo, a pesar de estar limpio, parece el nido de un pájaro. Tratar de peinarlo, parece simplemente imposible. Tengo hasta rastas formadas, así que peino lo que puedo, y dejo unos cuantos mechones enredados. Luego, salgo de la cabaña. Al salir afuera, oigo voces. Sé que mi presencia causará alboroto, pero lo que no me espero de ninguna manera, es el chillido que oigo desde el otro extremo del prado.

-¡ELLAAAAAA!- Y de pronto, una figura borrosa se estampa contra mí tirándome al suelo.- ¡¿Cómo te has atrevido?! ¡Idiota idiota idiota! ¡Te dije que no lo hicieras!

La chica me golpea repetidamente con los puños, antes de abrazarme bien fuerte. 

-Yo también te quiero Bianca.- Digo medio ahogada por sus brazos. Me suelta, y me mira con mala cara. Yo solo sonrío ampliamente y me río, radiante de verla viva de nuevo.

-¡Nunca, jamás, vuelvas a hacer eso! ¿Sabes lo que has hecho? Por los dioses Ella, ¡El juramento de sangre!- Entrecierra los ojos.- Si no estuviese contenta de estar viva de nuevo, te seguiría pegando.

-Venga Bianca, reconócelo, estás así mejor. Y de todas formas, no podía dejarte morir.- Digo con una pequeña sonrisa de tristeza. Bianca se pone seria, se levanta, y me ayuda a ponerme en pie.

-Lo sé.- Es todo lo que dice.

Nos unimos en un fuerte abrazo. Segundos después, una figura de pelo castaño impacta contra nosotras gritando y se une al abrazo. Entre risas, nos soltamos, y entonces, es cuando empieza el alboroto.

Alertados por tanto grito, todos los semidioses del campamento salen de las cabañas corriendo, y al vernos, se acercan gritando a nosotros.

Me dejo arrastrar de un lado hacia el otro durante lo que parecen horas, hasta que un brazo fuerte me agarra, y me apretuja contra su pecho.

-Pensé que te perdía, enana.- Me susurra al oído, con esa suave y un poco ronca voz de la emoción, que hace que se me pongan los pelos de punta y tiemble entera.- No vuelvas a hacerlo, jamás. No me hags pasar por eso.

Conmocionada, le miro a los ojos tiernamente y me pongo de puntillas para besarle, suavemente. Responde con fuerza, casi con desesperación, y se agarra a mí como si no quisiese soltarme, y soy consciente de lo que ha sufrido con mi decisión.

Nos separamos sin aliento, y le sujeto la cara con las manos.

-¿Sabes que era necesario, verdad?- Él asiente, y me acaricia la mejilla.

- Lo sé, y te admiro por ello. Pero Ella, al servicio de Hades, durante años. Ese pensamiento me tortura.- Aprieto las manos, y acerco mi cara a la suya.

- No pienses en eso. Por favor, no lo pienses hasta que llegue el momento. Yo también estoy asustada, pero era lo correcto, y no me arrepiento. Disfrutemos de la vida, y olvidemos el juramento hasta que llegue.- Digo suplicante.

Asiente, y con una sonrisa, le vuelvo a besar y le abrazo fuerte. Otros brazos nos abrazan por fuera, y ampliamos el círculo hasta estar los seis. Los seis del principio, mis amigos, mi familia. Por la que daría todo.

-Ya estamos en casa, chicos.

Si, ya estamos en casa. Y mientras el campamento se desmadra, y nos arrastra para la playa, una sensación de bienhestar se apodera de mí. Por fin, todo ha acabado. La maldición, las muertes, el sufrimiento. Todo está bien ahora.

Estamos en casa.

Nada puede empeorar.

¿O sí?

Hijas de Dioses: La maldición de HeraclesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora