Capítulo 25: Un chucho me muerde

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Héctor...

 Tras levantarme, continúo por el pasillo. Da la impresión de que da vueltas, vueltas y más vueltas. Estoy cansado, dolorido por el centenar de moratones que tengo repartidos por el cuerpo. Los hachas me pesan en la espalda, cuando decido parar a descansar. He ido deprisa, y ahora apenas podría ni defenderme a mí mismo. Maldigo en voz alta, sin importarme que resuene mi voz en el pasillo.

Cuando me siento recuperado, sigo mi camino. Esta vez, el camino parece terminar en otra sala. Esta tienes ventanales, por lo que imagino que he subido varios pisos. La luz que entra es muy leve, por lo que debe estar amaneciendo. Con un golpe, dejo caer la mochila. Al agacharme, el pelo se me cae en la frente, tampándome la vista, y me lo aparto con un resoplido. Me coloco una cinta de cuero igual a la de Ella en la frente, para evitar que me caiga el pelo en los ojos, y no puedo evitar pensar en ellas.

Me hierve la sangre solo de pensar que están solas,  ninguno de nosotros está con ellas. Y no saber si están heridas, o vivas, es algo que me vuelve loco. Le pasa algo a cualquiera de ellas, y juro que Hera me lo pagará. Pero si le pasa algo a Ella...

Mi corazón se encoje con solo pensarlo. Me sorprende la fuerza de mis sentimientos. Quiero decir, en cuanto la vi me gustó, y cada vez me gusta más, pero no llevamos tanto tiempo juntos para sentir lo que siento. O quizás no hace falta. Solo sé, que si pienso en ella muerta, la ira y la soledad me abruman. Si Ella muere, me encargaré de que sufra las consecuencias. ¡Aunque tenga que cargarme al Olimpo entero!

Mientras pienso esto, el sol empieza a salir. Me asomo a las ventanas buscando algo de paz, o energía, o simplemente algo que me anime, y me quite este pésimo humor.

Dejo que el sol me de por unos momentos, disfrutando del calor. Entonces, un temblor hace que me caiga al suelo. Parece un terremoto. No intento mantenerme en pie, sé que no podré. Espero sentado a que pase. No ha sido muy fuerte.

Me sorprende que por esta zona haya terremotos, pero no me paro a pensar en ello, pues puedo sentir algo aproximándose a la sala donde me encuentro. Y me temo que no es una visita de cortesía.

Mi olfato no me engaña. Oigo un sordo gruñido, y un horrible olor cruza la estancia, y casi me tumba de nuevo. De la penumbra del pasillo, aparece una pata, luego otra, y después, una, no, dos cabezas.

El perro de dos cabezas termina de atravesar la puerta, y se detiene justo delante de esta. Las dos cabezas gruñen, y me enseñan los dientes.

-Can Ortro.- Gruño.- Por los dioses, tenía que ser un perro del infierno. ¿No podía ser algo menos apestoso?

Sueltan un ladrido furioso, y empieza a moverse en círculo, hasta detenerse en una sección de pared que no tiene nada de particular. Con una mirada nerviosa, saco mis hachas de sus fundas, y me preparo para despedazar al perro.

-Con que Can Ortro, ¿Eh? El hermanito pequeño del Can Cerbero. Dime, ¿Qué se siente siendo el segundón al que nadie recuerda?- Me burlo con el propósito de atraerle hacia el centro de la estancia.

El perro gruñe, pero no se aparta de la pared. Me acerco a él con paso decidido mientras sigo hablando.

-O todavía mejor, el debilucho de dos cabezas, el relegado e ignorado por la mitología y los héroes de todos los tiempos. ¿Qué piensa Hades de tí? Debe ser horrible que tu trabajo sea tan inferior al de tu hermano.- Sigo azuzándolo, pero no se mueve, aunque me sigue con una furibunda mirada, y los colmillos listos para destrozarme.

Sin dejar de hablar, salto sobre él. Esquivo sus zarpas, y consigo darle con el hacha en pleno morro derecho. El chucho retrocede gimiendo, mientras la otra cabeza ladra enfurecida.

-Y además lento. Cualquiera diría que Cerbero y tú compartís padres. Que vergüenza más grande.- Me burlo mientras balanceo una de las hachas en mi mano. Furioso, el perro salta hacia mí. Su velocidad es tal, que la única salida que tengo, es saltar. salto, golpeando la cabeza izquierda, pasando a la derecha, y clavando ambas hachas en el lomo. Salto al suelo, y me giro. Ortro se da la vuelta, con furia, y me lanza una rápida dentellada que me desgarra la ropa, mientras la otra cabeza trata de morderme la pierna. Incrusto con fuerza mi hacha en la cabeza del can, que libera mi pierna, y la otra cabeza ataca. Esquivo sus colmillos, y en el momento en el que levanta la cabeza, le lanzo el hacha, clavándosela en el cuello.

El can se queda inmóvil, y se desintegra con un aullido de dolor. Me quedo jadeante, con la camiseta destrozada, y una herida punzante en la pierna.

-A la mierda, ¡Esa era mi camiseta favorita!- Me quejo quitándome la destrozada camiseta, y dejándome solo la armadura de cuero del pecho.- ¿Porqué demonios no traje una de repuesto?

Con un bufido, uso la camiseta para tapar la herida sangrante de la pierna. Tomo algo de ambrosía, y me apresuro a la pared que vigilaba Ortro. A primera vista parece vacia, y eso me extraña, porque dudo mucho que Ortros estuviese quieto tapando esta pared sin ningún motivo.

Tras revisar múltiples veces la pared, doy un fuerte golpe a la pared con el hacha, frustrado. El sonido que provoca, retumba por la sala, y suena hueco. Asombrado, veo una brecha que empieza a formarse en la pared. Con una sonrisita, le arreo otro golpe a la pared. A base de golpes, abro un buen boquete. siento deseos de descansar, relajarme, pero pienso en Ella, su sonrisa, sus ojos, y las ganas de estar con ella, de protegerla, me dan la energía que necesito.

Paso el hueco de la pared, y suspiro al ver otro pasillo. Con nuevas energías, y esperanza, echo a andar por el largo pasillo. En dirección a la salida, en dirección a Ella.

*Es corto, ya lo sé. Intentaré subir cuanto antes. No me matéis por favor! Os quiero! Ella*

Hijas de Dioses: La maldición de HeraclesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora